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Primo Levi: La memoria como acto de resistencia

La literatura del Holocausto tiene en Primo Levi a uno de sus testigos más lúcidos y necesarios. Su obra, marcada por la precisión del químico que fue y la sensibilidad del humanista que nunca dejó de ser, no solo documentó el horror de los campos de exterminio nazis, sino que lo transformó en un ejercicio de comprensión ética y literaria. Levi no escribió solo para recordar, sino para descifrar lo que parecía indescifrable: la maquinaria de la deshumanización. Y al hacerlo, su escritura trascendió el testimonio histórico para convertirse en un faro moral para el mundo.

El testigo que narra desde el abismo
Levi fue capturado en 1943 como partisano antifascista y deportado a Auschwitz en 1944. Sobrevivió por una combinación de suerte, inteligencia y el oficio de químico, que lo mantuvo útil para los nazis. Pero su verdadera salvación llegó después, cuando decidió contar lo vivido en Si esto es un hombre (1947), un libro inicialmente ignorado que con el tiempo se convertiría en piedra angular de la literatura sobre el Holocausto. A diferencia de otros relatos centrados en el pathos o la denuncia, Levi optó por un tono sobrio, casi analítico, como si desmenuzara los mecanismos del Lager para exponer su lógica perversa.

Su prosa, clara y contenida, evita el melodrama porque sabe que el horror no necesita exageración. Al describir el hambre, el frío, la humillación y la «zona gris» de los prisioneros colaboradores, Levi no juzga: explica. Y es esa frialdad aparente la que hace su testimonio aún más devastador. Como él mismo dijo: «Los monstruos existen, pero son demasiado pocos para ser verdaderamente peligrosos. Más peligrosos son los hombres comunes…».

La literatura como antídoto contra el olvido
En obras como La tregua (1963) y Los hundidos y los salvados (1986), Levi profundizó en las secuelas del Lager: el difícil retorno a la vida, la culpa del superviviente, la imposibilidad de comunicar lo inenarrable. Su escritura no se conformó con ser un registro del pasado, sino que se convirtió en una herramienta para interrogar el presente. ¿Cómo fue posible el Holocausto? ¿Cómo evitar que se repita? Levi no ofreció respuestas fáciles, pero sí un método: recordar con rigor, sin simplificaciones, incluso cuando el recuerdo duele.

Su influencia es inmensa. Desde la filosofía de Giorgio Agamben hasta la narrativa de autores como Jonathan Littell o Martín Kohan, la sombra de Levi se proyecta sobre quienes buscan entender los límites de la humanidad. Su rechazo al maniqueísmo (él, judío, no dudó en señalar que algunos verdugos eran también víctimas de un sistema) lo alejó de los discursos simplistas y lo acercó a una reflexión más profunda sobre el mal.

El legado de un escritor que venció al silencio
Primo Levi murió en 1987, en un suicidio que algunos vinculan al peso de su memoria. Pero su obra sigue viva, desafiando el paso del tiempo y las nuevas formas de negacionismo. En un mundo donde el fascismo resurge con discursos renovados, sus libros son más necesarios que nunca. No solo porque documentan el pasado, sino porque enseñan a detectar los gérmenes de la barbarie en el lenguaje, en la indiferencia, en la obediencia ciega.

Levi escribió para que el Holocausto no se repitiera, pero también para recordarnos que la dignidad humana puede resistir incluso en el infierno. Su literatura es, en ese sentido, un acto de resistencia: contra el olvido, contra la mentira, contra la inhumanidad. Como él mismo dijo: «Sucedió, por lo tanto puede volver a suceder». Leerlo hoy no es solo un homenaje, sino una forma de estar alerta.

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