Juan Carlos Onetti (1909-1994) no solo es uno de los mayores escritores uruguayos, sino un pilar fundamental de la literatura latinoamericana del siglo XX. Con una prosa áspera, melancólica y profundamente existencialista, Onetti construyó un universo literario único, poblado de personajes derrotados, ciudades imaginarias y una visión desencantada de la condición humana. Su obra, alejada de los realismos tradicionales y los experimentalismos estridentes, inauguró una nueva forma de narrar en la región: introspectiva, fragmentaria y cargada de una lucidez despiadada.
Onetti no necesitó escribir sagas épicas para crear un mundo propio. Con la invención de Santa María —una ciudad ficticia que aparece en novelas como La vida breve (1950), El astillero (1961) y Juntacadáveres (1964)—, Onetti estableció un microcosmos donde lo real y lo onírico se confunden. Esta geografía imaginaria, inspirada en el Río de la Plata pero universal en su desolación, se convirtió en un símbolo de la alienación urbana y la decadencia moral.
Mientras el boom latinoamericano celebraba héroes revolucionarios o figuras míticas, Onetti se especializó en antihéroes: hombres vencidos por la vida, como Larsen (El astillero) o Brausen (La vida breve), que vagan entre el alcohol, la burocracia y recuerdos deformados. Su literatura explora la imposibilidad de la redención, anticipando el pesimismo de autores como Roberto Bolaño o el cine de Lucrecia Martel.
Onetti no buscó ser un escritor «latinoamericano» en el sentido folclórico; su tema fue la condición humana, y eso lo volvió universal. Su influencia es clara en:
- Juan José Saer (quien llevó la introspección onettiana a nuevas cumbres).
- Mario Levrero (heredero de su exploración de lo siniestro cotidiano).
- Roberto Bolaño (quien compartió su fascinación por los perdedores).
Premiado con el Cervantes en 1980, Onetti terminó sus días en Madrid, exiliado no solo geográficamente, sino también de cualquier ilusión colectiva. Sin embargo, su literatura sigue interpelándonos porque, como él mismo dijo: «Escribir es clavarse un cuchillo en la panza y girarlo».