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Ana María Shua: La alquimista de lo breve y lo profundo

En un canon literario argentino históricamente dominado por voces masculinas —Borges, Cortázar, Sábato—, Ana María Shua (Buenos Aires, 1951) ha construido, con inteligencia y humor, un territorio propio. Maestra del microrrelato, exploradora de lo fantástico y cronista sagaz de la cotidianidad, su obra desafía etiquetas y demuestra que la literatura no necesita grandilocuencia para ser profunda. A más de cinco décadas de su debut, su voz sigue siendo tan vigente como necesaria, no solo por su calidad literaria, sino por su capacidad para reírse de las miserias humanas sin perder ternura.

Una escritora en el margen (que terminó siendo central)
Shua irrumpió en la escena literaria en 1967, con apenas 16 años, al publicar El sol y yo, un libro de poesía precoz que ya anunciaba su mirada aguda y desprejuiciada. Sin embargo, fue en la narrativa donde encontró su verdadero espacio. A diferencia de muchas escritoras de su generación, que optaron por el realismo o la autobiografía, Shua eligió caminos menos transitados: el humor absurdo, el cuento brevísimo, la reescritura de mitos judíos y la sátira social.

Libros como Los amores de Laurita (1984) —una novela epistolar hilarante y trágica sobre una mujer que escribe cartas desesperadas a sus amantes— o La muerte como efecto secundario (1997) —una distopía burocrática que anticipó con crudeza el colapso argentino del 2001— muestran su versatilidad. Pero es en el microrrelato donde Shua se ha consagrado como una de las grandes voces en español: La sueñera, Casa de geishas y Fenómenos de circo son colecciones donde, en apenas unas líneas, condensa mundos completos.

Lo femenino sin victimismo: risa, sexo y rebelión
Shua nunca se ha autoproclamado una escritora «feminista», pero su obra desarma los estereotipos de género desde la ironía y la irreverencia. Sus personajes femeninos no son musas ni mártires: son mujeres que desean, que se equivocan, que ríen y que, a veces, pierden. Laurita, con sus cartas patéticas y cómicas, es un antídoto contra la idealización romántica; las protagonistas de sus microrrelatos desafían mandatos con un humor que descoloca.

En una literatura argentina donde lo femenino a menudo se asoció al dolor (como en Griselda Gambaro) o a la militancia (como en Tununa Mercado), Shua eligió la risa como herramienta de libertad. Su humor no es evasivo: es una forma de señalar lo absurdo de las jerarquías, incluidas las de género.

Vigencia en la era del fragmento
Vivimos en la época del scroll rápido, de las historias que se consumen en segundos. En ese sentido, Shua es una escritora del futuro: sus microrrelatos, a veces de apenas tres líneas, son ideales para lectores contemporáneos, pero sin sacrificar profundidad. Un ejemplo:

«Por escribir ‘Te amo’ en la arena, la condenaron a muerte. Las olas, por supuesto, no declararon en su favor».

En ese puñado de palabras hay una historia de amor, violencia e indiferencia. Shua demuestra que lo breve puede ser demoledor.

Ana María Shua no es solo una gran escritora: es una antidiva en un mundo literario que a veces premia más la pose que la obra. Su literatura no busca halagar al lector, sino sorprenderlo, incomodarlo, hacerlo reír y, de pronto, dejarle un nudo en la garganta.

En un momento donde se discute la presencia de las mujeres en el canon, Shua ya ganó su lugar a pulso: no por ser mujer, sino por ser excelente. Releerla hoy es recordar que la buena literatura no tiene género, pero sí mirada, audacia y una pizca de mala leche.

¿Por dónde empezar?

Los amores de Laurita (novela).

La sueñera (microrrelatos).

Que tengas una vida interesante (cuentos completos).

Shua no escribe para pasar a la historia: escribe para quedarse en la memoria. Y lo ha logrado.

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