La figura de Justo José de Urquiza, caudillo entrerriano, vencedor de Rosas en Caseros y primer presidente constitucional de la Argentina, ha sido objeto de interpretaciones contradictorias en la historiografía y la literatura nacional. Mientras la historia oficial lo ubica como un organizador clave de la república, su imagen en la ficción y el ensayo literario oscila entre el prócer civilizador y el traidor a la causa federal. Esta ambivalencia refleja las tensiones irresueltas de una guerra civil que, más que un mero conflicto entre unitarios y federales, fue una lucha por el poder y la identidad de un país en formación.
En la literatura argentina del siglo XIX, Urquiza aparece como un personaje incómodo. El matadero de Esteban Echeverría, escrito antes de Caseros pero publicado décadas después, no lo menciona directamente, pero su descripción del mundo rosista como un espacio de barbarie sienta las bases para una interpretación maniquea: Urquiza, al derrotar a Rosas, podría ser visto como el agente de la «civilización». Sin embargo, esa lectura simplista se complica en obras posteriores. Facundo de Sarmiento, por ejemplo, no dedica mucho espacio a Urquiza, pero al presentar el conflicto argentino como una lucha entre civilización y barbarie, deja entrever que el entrerriano fue un caudillo que, pese a su rol en la caída de Rosas, nunca terminó de pertenecer al bando «correcto».
Las narrativas del siglo XX profundizaron esta ambigüedad. En La guerra al malón de Estanislao Zeballos, Urquiza es un actor secundario pero sintomático: un federal que pacta con los unitarios, un vencedor que no logra imponer su proyecto. La literatura de corte revisionista, como los ensayos de José María Rosa o los relatos de Hugo Wast, lo retrató desde la óptica federal, acusándolo de traición por su alianza con Brasil y Buenos Aires. Esta visión llega hasta La revolución es un sueño eterno de Andrés Rivera, donde Urquiza aparece como un pragmático que sacrifica ideales por poder, en contraste con la pureza trágica de figuras como Dorrego o Castelli.
Quizás la representación más rica de Urquiza en la literatura esté en Zama de Antonio Di Benedetto, donde la sombra de los caudillos y las guerras civiles planea sobre un país que no termina de definirse. Aunque Urquiza no aparece directamente, su legado de violencia y transacción impregna una trama donde el orden es siempre precario.
Urquiza, en definitiva, sigue siendo un espejo incómodo para la literatura argentina: un hombre que ganó la guerra pero perdió la memoria, un caudillo que quiso ser estadista y terminó atrapado entre dos fuegos. Su representación literaria revela que, más de un siglo después, la Argentina aún debate si Caseros fue una liberación o una derrota, y si la unidad nacional se construyó sobre el progreso o sobre una traición original.