Por Clara Gagliano, editora CORPENS
Más de un siglo después de su muerte, la figura de Emiliano Zapata sigue cabalgando no solo en la memoria histórica de México, sino también en el lienzo, el mural, el cine y hasta el grafiti. El líder revolucionario que luchó por «Tierra y Libertad» trascendió su época para convertirse en un ícono cultural, un mito reinterpretado una y otra vez por el arte. Su imagen —sombrero de charro, bigote tupido y mirada desafiante— ya no pertenece solo a la historia: es un símbolo vivo de resistencia, identidad y lucha social.
El zapata de los muralistas: Revolución pintada
En el arte mexicano, ningún movimiento capturó el espíritu de Zapata como el muralismo. Diego Rivera lo inmortalizó en «El líder agrario Zapata» (1931), donde aparece con un machete en mano, pisando un hacendado caído. La obra no solo glorifica al revolucionario, sino que lo convierte en un arquetipo del pueblo oprimido triunfante. David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco también lo representaron, aunque con miradas más críticas, mostrando tanto su idealismo como los conflictos internos de la Revolución.
Pero fue Rufino Tamayo quien, décadas después, desafiaría la épica tradicional con su «Zapata» (1955), un óleo donde el caudillo aparece despojado de heroicidad, casi como un fantasma. El arte, aquí, ya no celebra, sino que cuestiona: ¿fue Zapata un mártir, un mito o una víctima de su propia lucha?
El cine: Entre el héroe y el hombre
El cine mexicano ha vacilado entre la admiración y la deconstrucción. En «¡Viva Zapata!» (1952), Hollywood lo convirtió en un personaje casi romántico, interpretado por Marlon Brando bajo el guion de John Steinbeck. Aunque criticada por su falta de autenticidad histórica, la película popularizó su imagen a nivel mundial.
En contraste, filmes como «Zapata: «El sueño del héroe» (2004) o «El baile de los 41» (2020) exploran sus contradicciones: el estratega militar que también era un hombre de pueblo, el símbolo que terminó atrapado en su propia leyenda.
Música y literatura: Del corrido al poema
Los corridos revolucionarios fueron los primeros en cantar sus hazañas («La muerte de Emiliano Zapata» lo llora como traicionado). Pero escritores como Carlos Fuentes («La muerte de Artemio Cruz«) o Juan Rulfo lo evocan en sus obras como un espectro que aún ronda el México rural. Hoy, raperos como Bocafloja o grafiteros anónimos usan su imagen para denunciar injusticias, demostrando que el zapatismo sigue vigente.
Zapata Pop: De mercancía a símbolo de resistencia
Desde camisetas hasta memes, su rostro se ha comercializado, pero también resignificado. Artistas como Francisco Toledo lo reinventaron en grabados surrealistas, mientras que colectivos como el EZLN (Ejército Zapatista de Liberación Nacional) lo adoptaron como emblema de sus luchas actuales. El arte callejero, en particular, lo ha convertido en un muralista anónimo: en Chiapas o en Oaxaca, su figura aparece junto a consignas como «Zapata vive, la lucha sigue».
Emiliano Zapata fue asesinado en Chinameca en 1919, pero el arte lo ha mantenido vivo. Cada generación lo reinventa: como héroe, como mito, como grito de protesta. Su imagen ya no es solo historia; es un espejo donde México sigue viendo reflejadas sus luchas. En un país donde la justicia agraria sigue pendiente y la desigualdad persiste, el arte recuerda que Zapata no era un hombre, sino una idea. Y las ideas, como bien saben los murales y las canciones, son a prueba de balas.