El negacionismo avanza. Pasado apenas un día después del 24 de marzo, aniversario de la más cruenta dictadura cívico-militar-eclesiástica, Vialidad Nacional, en lugar de ocuparse del mantenimiento de las rutas, demuele una estatua de Osvaldo Bayer. Dicho monumento fue inaugurado 2 años atrás, durante la gestión de Alicia Kirchner como gobernadora de la provincia de Santa Cruz, con el objetivo de mantener viva la memoria sobre las luchas sociales vividas en la región.
Bayer fue historiador, periodista y anarquista pacifista, y dedicó su vida a desenterrar las verdades incómodas que el poder —en todas sus formas— intentó ocultar. Derribar su monumento no es un simple capricho urbanístico: es un mensaje político. Un mensaje que dice: «No habrá lugar para quienes cuestionen los relatos oficiales».
Bayer fue mucho más que el autor de «La Patagonia Rebelde«, esa obra monumental que rescató del olvido la masacre de obreros patagónicos en 1921. Fue un defensor incansable de los derechos humanos, un crítico feroz de la violencia estatal —tanto la de las dictaduras como la de los gobiernos democráticos que perpetúan injusticias— y un intelectual que entendió que la historia no la escriben los vencedores, sino quienes se atreven a confrontarla. Su estatua, erigida en 2021 frente al «Caminito» de La Boca (no en Puerto Madero, como algunos confunden), no es un homenaje a un hombre, sino a la idea de que la memoria es un territorio en disputa.
El gobierno de Milei, con su retórica libertaria pero sus gestos autoritarios, parece empeñado en construir un relato donde solo caben sus héroes. Al atacar símbolos como este, busca imponer una historia única, despojada de luchas sociales, de crítica al poder, de voces disidentes. Es la misma lógica que en otros tiempos quemó libros, censuró artistas y desapareció periodistas: quien controla el pasado, controla el presente.
Pero hay algo que este gobierno no entiende: las ideas de Bayer, como las de Rodolfo Walsh o las Madres de Plaza de Mayo, no están hechas de bronce. Están en los libros que se siguen leyendo, en las luchas que persisten, en la convicción de que un país sin memoria es un país sin futuro. Derribar una estatua no mata las ideas; al contrario, las revitaliza. Cada vez que el poder intenta silenciar a un símbolo, le regala nueva vida.
Si hay algo que honraría verdaderamente a Bayer, no sería quedarnos en la defensa de su imagen física, sino retomar su espíritu crítico: investigar, denunciar, no callar. Que la estatua caiga o no, su legado ya es imborrable. Porque, como él mismo dijo: «La peor mentira es la omisión». Y en un tiempo donde el oficialismo quiere omitir todo lo que no encaja en su relato, recordar a Bayer se vuelve, más que nunca, un acto de resistencia.
Por Clara Gagliano
Editora Corprens Ediciones