En el listado de los pensadores que moldearon el siglo XX, Jean-Paul Sartre ocupa un lugar incómodo, provocador y profundamente humano. Filósofo, dramaturgo, novelista y activista político, Sartre no solo revolucionó la filosofía con su existencialismo ateo, sino que convirtió la literatura en un campo de batalla para explorar la libertad, la angustia y la responsabilidad radical del ser humano. A 44 años de su muerte, su legado sigue desafiando a quienes prefieren evadir una verdad incómoda: «Estamos condenados a ser libres».
Contribución a la filosofía: El existencialismo como grito de libertad
En El ser y la nada (1943), Sartre planteó que no hay esencia predeterminada —ni divina ni biológica— que justifique nuestra existencia. Somos lo que elegimos ser, y esa libertad es tanto un privilegio como una carga. Su famoso ejemplo del café lo ilustra: un mesero que se reduce a su rol («soy mesero») vive en mala fe, negando su capacidad de cambiarse a sí mismo. Para Sartre, la angustia surge al entender que no hay excusas: ni Dios ni la «naturaleza humana» nos absuelven de nuestras decisiones.
Este pensamiento, radical en su época, sentó las bases para:
-Movimientos de liberación: desde el feminismo de Simone de Beauvoir (su pareja intelectual) hasta las luchas anticoloniales de Frantz Fanon, a quien Sartre prologó Los condenados de la tierra.
-La psicología existencial: se prioriza el significado personal sobre diagnósticos rígidos.
La literatura como herramienta filosófica
Sartre no escribió tratados inaccesibles: usó el teatro y la novela para llevar la filosofía a las calles. Obras como La náusea (1938) —donde el protagonista Roquentin descubre el absurdo de la existencia— o A puerta cerrada (1944) —con su célebre «El infierno son los otros«— son experimentos narrativos que desnudan la condición humana. Su estilo, directo y cargado de imágenes crudas, buscaba incomodar: no hay consuelo en su universo, solo la exigencia de actuar.
El activismo: Compromiso hasta las últimas consecuencias
Sartre vivió como pensaba: rechazó el Nobel de Literatura en 1964 («Ningún escritor debe convertirse en institución«), apoyó la revuelta estudiantil del Mayo Francés (1968) y denunció el colonialismo y la Guerra de Vietnam. Aunque sus posturas políticas (como su inicial apoyo al Stalinismo) fueron controvertidas, su ética del compromiso —plasmada en ¿Qué es la literatura? (1947)— sigue siendo un modelo para intelectuales que rechazan la torre de marfil.
¿Por qué importa Sartre hoy?
En una era de alienación digital y respuestas prefabricadas, Sartre es más relevante que nunca:
- Contra el determinismo: En tiempos de algoritmos que pretenden predecir (y controlar) nuestro comportamiento, su defensa de la libertad auténtica es un antídoto.
- Literatura engagée: Autores como Michel Houellebecq o Svetlana Alexiévich heredan su idea de que escribir es tomar partido.
- La angustia como señal: En lugar de medicalizar el malestar existencial, Sartre nos invita a escucharlo: es el precio de ser conscientes.
Críticas y paradojas
Sartre no fue un santo. Su tratamiento a las mujeres (como el caso de Bianca Lamblin) y sus contradicciones políticas manchan su biografía. Pero quizás eso lo humaniza: él mismo fue un «hombre imperfecto, lleno de pasiones equivocadas» (como dijo de Baudelaire), y esa fragilidad hace su filosofía más creíble.
Sartre no ofrece consuelo, sino un espejo incómodo. En un mundo que promete felicidad mediante el consumo, el conformismo o los fanatismos, su existencialismo sigue siendo un llamado a inventarnos a nosotros mismos, sin garantías ni salvavidas. Como escribió en Las palabras: «El hombre es lo que hace con lo que hicieron de él«. Hoy, cuando las crisis políticas y ecológicas exigen acciones urgentes, su legado es un recordatorio: la libertad no es un destino, sino un verbo.
¿Por qué leer a Sartre ahora? Porque en la era del postureo intelectual y la filosofía de autoayuda, necesitamos pensadores que nos arranquen de la complacencia. Porque, como él mismo advirtió: «Cuando elegimos no elegir, también estamos eligiendo«.