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Nolite te bastardes carborundorum

Terminó la emblemática serie «El cuento de la criada», basada en el libro homónimo de Margaret Atwood, y la pregunta es inevitable: ¿estamos frente a una distopía cada vez menos ficticia?

Margaret Atwood siempre insistió en que no había inventado nada al crear la ¿ficticia? República de Gilead —un régimen teocrático y misógino que reduce a las mujeres a meras incubadoras— estaba construida con fragmentos de la historia humana: los totalitarismos del siglo XX, la caza de brujas, la esclavitud reproductiva bajo el nazismo, las leyes que alguna vez negaron a las mujeres el derecho a votar, heredar o decidir sobre sus cuerpos.

Hoy, casi cuatro décadas después de su publicación y con la serie de Hulu ya concluida, la obra no solo no perdió vigencia, sino que parece un espejo cada vez más nítido de amenazas reales: gobiernos autoritarios que instrumentalizan los cuerpos femeninos, discursos religiosos que buscan relegar a las mujeres al ámbito doméstico y, sobre todo, el pánico global ante la caída de la natalidad.

La profecía de Atwood: control reproductivo como política de Estado
En Gilead, la infertilidad es una crisis que justifica la barbarie: las mujeres fértiles son convertidas en criadas forzadas a parir para la élite. Atwood tomó esta premisa de la Argentina de los años 70, donde bebés de desaparecidas eran apropiados por represores, y de políticas eugenésicas como las de Rumania bajo Ceaușescu, que prohibió el aborto y sometió a las mujeres a controles mensuales de embarazo.

Hoy, mientras la tasa de natalidad global cae a mínimos históricos, algunos gobiernos ya responden con medidas coercitivas: desde Hungría, donde Viktor Orbán incentiva fiscalmente la maternidad mientras ataca los derechos LGBTQ+, hasta estados de EE.UU. que, tras derogar Roe vs. Wade, penalizan el aborto incluso en casos de violación. La retórica es distinta a la de Gilead, pero el objetivo es el mismo: convertir la reproducción en un deber patriótico.

La serie y el presente: cuando la ficción se vuelve advertencia
La adaptación televisiva (2017-2024) amplificó el impacto del relato, en parte porque su estética —capas rojas, muros con consignas bíblicas— encontró eco en marchas feministas globales. Las criadas se volvieron símbolo de resistencia, pero también recordatorio: lo que ocurre en pantalla ya tiene versiones en carne y hueso.

-En Polonia, donde el Tribunal Constitucional prohibió el aborto incluso por malformaciones fetales, las mujeres denuncian muertes evitables y un clima de vigilancia.

-En Irán, la policía moral persigue a quienes no usan velo, mientras Afganistán borra a las mujeres de la vida pública bajo el régimen talibán.

-En EE.UU., proyectos de ley buscan perseguir a quienes viajen a otro estado para abortar, replicando la cacería de criadas fugitivas de la serie.

El final (y el futuro): ¿Gilead es inevitable?

Atwood ha dicho que Gilead «es un camino, no una inevitabilidad». La serie, en su desenlace, muestra que incluso los regímenes más opresivos caen, pero dejan cicatrices imborrables. La pregunta es si nuestras sociedades, ante el pánico demográfico y el avance de extremismos, elegirán el autoritarismo reproductivo o garantizarán derechos.

El verdadero legado de El cuento de la criada no es el horror, sino la advertencia: la libertad nunca es un logro definitivo. Como escribió Atwood: «Nada cambia de la noche a la mañana. En una bañera que se calienta gradualmente, la rana hervirá hasta morir».

Hoy, el agua ya está tibia. Ojalá seamos capaces de saltar a tiempo.

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