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In Memorian José Saramago, el escritor que supo plasmar la tradición oral en sus libros

Hay escritores que no solo narran historias, sino que tejen voces, que convierten la página en un murmullo compartido, en un relato que parece surgir de la memoria colectiva. José Saramago, con su prosa singular, logró algo aún más profundo: hacer que cada palabra resonara como un eco ancestral, como si sus novelas fueran herederas de esa tradición oral que precede a todos los libros. Su literatura no se limita a contar; invita a escuchar.

Saramago escribió como quien habla, con frases largas y sinuosas, con comas que respiran y puntos que son pausas pensativas antes de seguir adelante. Su estilo, aparentemente sencillo, es en realidad un homenaje a la narración oral, a ese arte antiguo de transmitir verdades a través de la voz. En sus obras, el ritmo no es solo un recurso estilístico, sino una forma de acercarse al lector, de crear intimidad, como si estuviera sentado junto a nosotros, compartiendo un secreto.

El Evangelio según Jesucristo es quizá uno de los ejemplos más poderosos de su capacidad para desafiar, conmover y transformar. Un libro que, en manos de una adolescente que comienza a adentrarse en las lecturas adultas, puede ser un terremoto silencioso. Porque Saramago no solo reescribe una historia sagrada; la humaniza, la llena de dudas, de dolores y de contradicciones. Para una joven lectora, acostumbrada a las certezas heredadas, descubrir esta versión de Jesucristo —vulnerable, terrenal, atrapado en su propia humanidad— puede ser un acto de emancipación intelectual. Esa adolescente ya no leerá igual después de preguntarse, junto a Saramago, qué hay detrás de los mitos, de las palabras impuestas, de las verdades que nadie cuestiona.

La literatura de Saramago no solo nos habla; nos interroga. Y quizá ese sea su mayor legado: recordarnos que cada libro es un diálogo, que cada historia puede ser distinta si cambia la voz que la cuenta. En un mundo donde tantas narrativas se imponen sin reflexión, su obra sigue siendo un refugio para quienes buscan profundidad, para quienes creen que leer —como escuchar— es también una forma de resistencia.

Hoy, al volver a sus páginas, no solo celebramos a un escritor excepcional, sino a ese narrador oral que llevaba dentro, a ese hombre que convirtió la literatura en un acto de confianza entre quien escribe y quien lee. Porque, al final, ¿qué es un libro sino una conversación que perdura?

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