Hay pianistas de técnica perfecta. Hay músicos (y músicas) de un temperamento arrollador. Y luego está Marta Argerich, nuestro huracán argentino que desde hace seis décadas redefine lo que significa dominar un piano: no con la frialdad de un metrónomo, sino con la furia controlada de una tormenta.
Nacida en Buenos Aires en 1941, Argerich tocó su primer concierto a los 8 años. A los 16, ganó dos competiciones clave (Ginebra y Bolzano) en tres semanas. Pero su verdadera revolución comenzó cuando rechazó convertirse en una «máquina de recitales»:
Abandonó los escenarios en 1960, hastiada de la rutina. Regresó en 1965 tras escuchar a un joven Claudio Abbado, iniciando una colaboración legendaria.
Ganó el Chopin de Varsovia ese mismo año, pero se negó a grabar estudios completos: «No soy una fábrica de notas».
Martha Argerich es celebrada por su técnica, una oposición imposible de fuego y precisión quirúrgica, un verdadero milagro de contradicciones:
- Velocidad sobrenatural (como en el tercer movimiento del Concierto N°1 de Tchaikovsky).
- Dinámicas que van del susurro al estallido (sus versiones de Ravel son clases magistrales de esto).
- Improvisación controlada: En La Campanella de Liszt, estira silencios que hacen tambalear al público.
Pero lo que verdaderamente la distingue es su magnetismo animal. Cuando toca, parece que el piano podría desarmarse bajo sus manos. Alejar la mirada es una hazaña imposible.
Argerich nunca quiso ser «la mejor». Prefirió ser libre, evitando grabaciones en solitario y privilegiando la música de cámara (con amigos como Mischa Maisky o Gidon Kremer).
Creó el Festival Argerich en Lugano, un laboratorio donde jóvenes talentos tocan sin presiones.
Martha Argerich trascendió la música para convertirse en leyenda viva: desde el documental Bloody Daughter (sobre su relación con su hija Stephanie) hasta memes de sus miradas asesinas a directores que aceleran los tempi.
Hoy, a los 83 años, sigue tocando con la misma energía. En un mundo obsesionado con la perfección aséptica, Argerich demuestra que la música es, ante todo, riesgo y pasión. Como dijo una vez: «No me interesa el piano. Me interesa la música». Y qué música has creado, Martha querida. Gracias, por siempre, gracias.