Hoy, 20 de mayo, José «Pepe» Mujica cumpliría 90 años. Su muerte la semana pasada conmocionó al mundo, pero su ausencia física se ha visto compensada por una oleada de homenajes que confirman algo que él siempre negó: ser un símbolo. Desde Uruguay hasta Palestina, desde canciones callejeras hasta murales que mezclan su rostro con frases como «La vida no se compra», Mujica vive en la memoria colectiva como un faro de coherencia en tiempos de cinismo.
El político que odiaba los homenajes (pero los inspiró)
Mujica detestaba los elogios grandilocuentes. Prefería ser llamado «Pepe», hablar con campesinos en la ruta o regalar libros desde su modesta chacra. Sin embargo, su muerte desató una catarata de gestos culturales que él habría cuestionado con una sonrisa irónica. En Montevideo, el Teatro Solís proyectó «El Pepe: Una vida suprema«, el documental que Wim Wenders le dedicó en 2018, mientras artistas callejeros pintaron su figura junto a la de Galeano y Vázquez Montalbán, dos de sus «compañeros de ruta» literarios. En las redes, la frase «Gracias, viejo» se viralizó junto a fotos de su fusil de joven tupamaro, su tractor de presidente y su perra Manuela.
Música, semillas y resistencia
La música no se quedó atrás. Jorge Drexler versionó «El día que me quieras» con letras alusivas a su lucha, y en los barrios, candomberos fusionaron sus discursos con tamboriles. Pero el tributo más conmovedor ocurrió en Canelones, donde vecinos y escuelas plantaron 90 árboles nativos —uno por cada año de vida— en la que fue su casa. «Él no quería estatuas, quería tierra viva», dijo un niño de sexto grado, parafraseando sin saberlo al propio Mujica.
El desafío de recordar a un hombre que desconfiaba de los héroes
Los homenajes, sin embargo, no están exentos de tensiones. Algunos críticos advierten sobre la «mujicamanía»: el riesgo de convertir su historia en un producto vacío, despojado de su esencia crítica. ¿Qué diría Pepe al ver su rostro en camisetas vendidas a 50 dólares? Probablemente soltaría una carcajada y diría: «¡Todo esto es un circo, carajo! Mejor planten un repollo».
Pero incluso en esa contradicción late su enseñanza: los símbolos son necesarios, pero solo valen si nos movilizan a actuar. Hoy, mientras Uruguay debate si declarar su casa patrimonio nacional o dejarla como él la quería —libre y sin cerco—, su figura sigue provocando. Porque Mujica no era un santo: era un hombre terco que creía que la política debía servir para «regar la esperanza», no para alimentar egos.
Feliz cumpleaños, viejo luchador
En un mundo donde los líderes se miden por su influencia en TikTok, Mujica se vuelve más urgente. No por sus logros políticos —limitados por su propia obstinación—, sino por su testarudez ética. Hoy, al celebrar su cumpleaños entre ausencia y memoria, el mejor regalo sería honrarlo con acciones, no con monumentos: una huerta comunitaria, un debate honesto, un gesto de desapego. Como él dijo: «La verdadera revolución es cuidar la vida». Y la vida, como Pepe, es tozuda.