Alejandro Dolina es, sin dudas, una de las figuras más vitales y multifacéticas de la cultura argentina. Su trabajo —que abarca la literatura, el teatro y la radio— no solo lo define como un creador incansable, sino como un puente entre la tradición intelectual y la sensibilidad popular. Con una voz única que mezcla humor, filosofía y un profundo conocimiento de lo humano, Dolina sigue construyendo un legado que desafía categorías y enriquece el imaginario nacional.
En la radio: El arte de narrar en voz alta
Desde hace décadas, Dolina convierte las noches radiales en un ritual para miles de argentinos. En programas como La Venganza Será Terrible, no se limita a entretener: despliega un universo donde conviven relatos fantásticos, reflexiones sobre el amor, anécdotas históricas y críticas sociales disfrazadas de ironía. Su estilo —cercano, cáustico y poético— transforma la radio en un espacio de complicidad íntima con el oyente. No es un simple conductor: es un narrador que rescata el poder de la palabra hablada, heredero de la tradición oral de los viejos contadores de historias, pero con un lenguaje moderno y desacralizador.
En el teatro: El juego entre lo absurdo y lo cotidiano
Como dramaturgo y director, Dolina lleva al escenario su obsesión por explorar los límites de la realidad. Sus obras —como Lo que me costó el amor de Laura o Cartas marcadas— son laberintos donde lo ridículo y lo profundo se entrelazan. Con diálogos ágiles y personajes que podrían salir de un cuadro de Xul Solar o de un café de barrio, cuestiona las normas sociales, el poder y las contradicciones humanas. Su teatro no busca dar respuestas, sino despertar preguntas: ¿Qué es el amor? ¿Cómo se sobrevive al fracaso? ¿Hasta dónde llega la farsa de la vida cotidiana?
En la literatura: La palabra como territorio propio
Si hay un ámbito donde Dolina se consagra como un autor central de la literatura argentina, es en sus libros. Con una prosa elegante pero accesible, escribe cuentos, novelas y crónicas donde lo fantástico irrumpe en lo ordinario. Crónicas del Ángel Gris (su obra más celebrada) es un ejemplo perfecto: allí, el barrio, los vecinos excéntricos y las historias de amor truncadas se vuelven materia de leyenda. Su literatura bebe de Borges y de Cortázar, pero también del tango, el sainete y el humor de la calle. Dolina no teme mezclar lo culto con lo popular: en sus páginas, Schopenhauer puede compartir un asado con un compadrito de Pompeya.
Un arquitecto de la identidad cultural
Más que un artista, Dolina es un cronista de la esencia argentina. Su obra captura la melancolía, el ingenio y la pasión de un país que se debate entre lo grandioso y lo ridículo. En un momento donde las fronteras entre géneros se desdibujan, él demuestra que la literatura no está solo en los libros: vive en la radio que emociona, en el teatro que provoca y en las historias que nos ayudan a entender quiénes somos.
Hoy, a sus 81 años, Dolina no es un relicario del pasado: sigue escribiendo, conduciendo, creando. Su vigencia prueba que la buena cultura no envejece; se reinventa. En un mundo hiperconectado pero cada vez más efímero, su trabajo es un recordatorio de que las historias bien contadas —ya sea en un escenario, en un libro o a través de un micrófono— siguen siendo el mejor espejo para reflejar nuestra humanidad. Por eso, en el mapa de la cultura argentina, Alejandro Dolina no es un punto más: es un territorio entero por descubrir.