La palabra bruja evoca imágenes ancestrales: aquelarres, calderos humeantes o figuras de cuentos infantiles. Difícilmente alguien asociaría el término con un escuadrón de aviadoras que, durante la Segunda Guerra Mundial, sembró el terror en las filas nazis. Sin embargo, la historia guarda un episodio extraordinario: el del Regimiento 588 de Bombardeo Nocturno, una unidad soviética compuesta exclusivamente por mujeres que desafiaron estereotipos, prejuicios y la maquinaria bélica de Hitler.
En junio de 1941, tras la invasión alemana a la Unión Soviética, el Ejército Rojo enfrentó una crisis de recursos humanos. Ante la superioridad numérica nazi, Iósif Stalin autorizó la incorporación de mujeres al frente. Más de un millón se alistaron como francotiradoras, zapadoras y conductoras de tanques. Fue en este contexto que la coronel Marina Raskova, pionera de la aviación soviética, propuso crear unidades aéreas femeninas. Tras meses de insistencia, Stalin emitió un decreto el 8 de octubre de 1941 que dio vida a tres regimientos, entre ellos el 588.
El regimiento reunió a voluntarias de alrededor de 20 años, muchas sin experiencia militar. Entrenaron en seis meses lo que los pilotos varones aprendían en año y medio, usando biplanos Polikarpov Po-2, lentos y obsoletos, pero ideales para misiones sigilosas. La recepción en el ejército no fue sencilla: recibieron uniformes de tallas incorrectas, herramientas precarias y el desdén de compañeros que las consideraban inferiores. En una época donde el rol femenino se limitaba a labores de apoyo, pilotar aviones era un acto revolucionario.
Su táctica era el hostigamiento psicológico. Volaban de noche, apagando motores para planear en silencio sobre blancos nazis. Lanzaban bombas con precisión y desaparecían antes de que las defensas antiaéreas reaccionaran. Los soldados alemanes, desconcertados por el zumbido de sus aviones —comparado con el barrido de una escoba—, las apodaron Nachthexen: Brujas de la Noche. Entre 1942 y 1945, realizaron 23.000 misiones, arrojaron 3.000 toneladas de bombas y destruyeron depósitos, bases y la moral enemiga.
Aunque el regimiento se convirtió en la unidad femenina más condecorada de la URSS —23 pilotas recibieron el título de Héroe de la Unión Soviética—, su legado fue eclipsado. Tras la guerra, fueron excluidas del Desfile de la Victoria en Moscú (1945) y muchas, como Polina Gelman o Lilia Litviak, cayeron en el anonimato. Incluso la muerte en combate de Raskova en 1943, honrada con un funeral de Estado y entierro en el Kremlin, no garantizó visibilidad duradera.
Las Brujas de la Noche demostraron que el coraje no tiene género. Su historia desmonta narrativas bélicas centradas en hazañas masculinas y cuestiona los sesgos que persisten en la memoria colectiva. Hoy, su ejemplo resuena en un mundo que aún lucha por reconocer el papel de las mujeres en la historia militar.
Hitler, obsesionado con detenerlas, llegó a ofrecer la Cruz de Hierro a quien derribara una de sus aeronaves. Pero ni condecoraciones ni prejuicios pudieron con ellas. Volaban bajo, rápido y sin miedo. Como escribió la pilota Nadezhda Popova: «Éramos fantasmas. Y los fantasmas no pueden ser abatidos». Su susurro en la noche sigue siendo un eco imborrable: un recordatorio de que, a veces, la historia la escriben quienes desafían lo imposible.