En el Día del Libro, celebramos más que páginas impresas: honramos la libertad, el conocimiento y la diversidad de pensamiento que la lectura representa. Los libros son ventanas a otras realidades, armas contra la ignorancia y puentes hacia la empatía. Sin embargo, en un mundo donde la ultraderecha avanza con discursos de exclusión, censura y negacionismo, defender la lectura se convierte en un acto de resistencia.
En los últimos años, hemos visto cómo movimientos reaccionarios intentan controlar, manipular o prohibir contenidos que desafían su visión dogmática. Desde la quema simbólica de libros en discursos extremistas hasta la censura de autores que abordan temas como el feminismo, la diversidad sexual o la memoria histórica, la ultraderecha busca imponer una única voz: la suya. Esto no es nuevo; los regímenes autoritarios siempre han temido al poder transformador de la literatura.
Pero los libros no son mercancías inofensivas: son semillas de pensamiento crítico. Leer a autores diversos —mujeres, migrantes, disidentes— nos enseña que el mundo no es blanco o negro, sino un tejido complejo de experiencias. Por eso, cuando sectores políticos promueven la desconfianza hacia la educación pública, las bibliotecas o la cultura «elitista», en realidad están atacando las herramientas que permiten a la sociedad cuestionar el autoritarismo.
Este 23 de abril, reivindicamos la lectura como un derecho y un bastión democrático. Frente a quienes quieren reducir el conocimiento a eslóganes, debemos responder con más bibliotecas abiertas, más acceso a libros prohibidos y más apoyo a quienes escriben, editan y enseñan bajo presión. Porque un pueblo que lee es un pueblo difícil de someter.
La ultraderecha puede ganar elecciones, pero no debemos permitir que gane la batalla de las ideas. Defendamos los libros. Defendamos el futuro.