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La noche del colibrí*

…Y aunque a las aves les dio,

con otras cosas que ignoro,

esos piquitos como oro

y un plumaje como tabla,

le dio al hombre más tesoro

al darle una lengua que habla… (J. H.)

Matías Rodeiro

 

“…Rejuveneciendo en la ablución del rocío, el paisaje se embelesaba sonreído de aurora. Las montañas del oeste empolvábanse de violácea ceniza. La evanescencia verdosa del naciente desleíase en un matiz escarlatino, especie de agüita etérea cuyo rosicler aun se sutilizaba como una idea que adviniese á color…” (La guerra gaucha). ¿Qué hacer con Leopoldo Lugones? Aspirante a monumento marmóreo de la lengua argentina. Su ideal poético apuntó hacia lo majestuoso, hacia las figuraciones del genio heroico y creador que domina y derrama el verbo desde las cimas.  “…Con rumbo de victoria / Toma el camino de su excelsa patria; / Siéntese hijo legítimo del cielo, / Va en busca de la luz, de la esperanza, / Y con ansia voraz de cóndor suelto / Contempla el sol ardiente cara a cara…” (Los mundos).

 

“…Cóndor de bronce… ofreciendo al gran viaje de la inmortalidad…” (Historia de Sarmiento). Durante su vida (1874-1938), en verso y en prosa, labró obras como La guerra gaucha,  Las montañas de oro, Lunario sentimental, Odas seculares, Romancero, El imperio jesuítico, Historia de Sarmiento, Romances del Río Seco, Elogio de Ameghino,  su inconclusa apología de Roca, etc. Por un tiempo, también durante su vida, el cordobés alcanzó estatuto de tótem de la cultura nacional, se lo recitaba en las aulas y llegó a ser llevado en andas tras sus conferencias sobre el gaucho. “Felicítome por haber sido el agente de una íntima comunicación nacional entre la poesía del pueblo y la mente culta de la clase superior; que así es como se forma el espíritu de la patria…” (El payador). En otro tramo considerable de su sobrevida  querellaron por y juzgaron sobre su legado nombres recios como los de Martínez Estrada, Borges, Astrada,  Canal Feijoó, Hernández Arregui, Ramos, Terzaga, Viñas o el jesuita Castellani.

 

Como todo monumento  se expuso al escarnio. Los poetas y escritores martinfierristas de los años ’20 le arrojaban todo tipo de burlas y hasta epitafios en vida, decretándolo lengua muerta. Fue don Leopoldo Lugones / un escritor de cartel, / que transformaba el papel en enormes papelones. /  Murió no se sabe cómo. / Esta hipótesis propuse: “Fue aplastado bajo el lomo / de un diccionario Larousse”.

 

La parábola de sus militancias políticas: del ala izquierda del socialismo revolucionario –transitando estaciones varias del liberalismo- al fascismo uriburista;  no pareciera colaborar para la vindicación de sus causas. León de alfombra le espetaría un desilusionado Deodoro  Roca al dar cuenta del tránsito de una supuesta juventud indómita a la efectiva pleitesía con los poderosos dictadores sostenedores de la espada a los que les legaría su pluma para escribirles los  discursos en los infames años ’30.

 

Su parábola vital: tensada en su conciencia entre un laicismo que denunciaba al catolicismo como “dogma de obediencia” y su conversión al catolicismo. En lo íntimo, atravesada por amores inconfesables. Y en los hechos, suspendida drásticamente por la implacable ingesta de ácido cianúrico. Escorza  un perfil que se quiso regio y viril mientras se disolvía en la decepción y  en la ignominia.  ¿Ley del Karma? Sus bandazos se proyectaron como maldición en su descendencia. Polo, su hijo, también suicidado, inventó la picana para defender dictaduras y  torturar a yrigoyenistas, anarquistas y disidentes. Su nieta, Pirí, militante revolucionaria, fue detenida-desaparecida a instancias de los ejecutores del terrorismo de estado durante la última dictadura.

 

Monumento expuesto al escarnio y también al implacable ácido del olvido que lo disuelve todo. A pesar de que todo en Lugones, para bien o para mal,  remita a la patria. Para bien o para mal hoy pudiera considerarse un milagro que en alguna escuela se lea a Lugones. O que algún cenáculo de intelectuales del siglo XXI le dedique su atención como parte de un canon. Incluso que  poetas lo juzguen digno de alguna herencia parar reclamar. ¿Qué hacer con Lugones?

 

Lugones, autodidacta y forjador de una erudición barroca fue devoto de una “filosofía de la transformación” y creía en la metempsicosis. Doctrina de la transmigración de las almas, presente en antiguas cosmogonías de oriente y occidente, a partir de la cual, luego de la muerte y según merecimientos de su vida anterior; las Almas habitarán los cuerpos de otros seres vivos.  En su “Ensayo de cosmogonía en diez lecciones” (Coda de Las fuerzas extrañas), Lugones se animaba a conversar con Einstein y complementaba y refundía  a la metempsicosis en una  “concepción cosmogónica” que consideraba a “todos los fenómenos como naturales”, pero “no totalmente derivados de la materia”; y “lejos de someterlos a la arbitrariedad del azar o de un dios ex nihilo, los considera determinados por una existencia anterior…”;  a la que en otro de sus trabajos también entenderá como mito (Prometeo, un proscripto del sol). Concepción del cosmos tanto como de la cultura, en las conferencias de 1913 dedicadas a la oligarquía  que compondrían   El payador, Lugones demostraría que nuestro gaucho provendría y llevaría en su Alma al “linaje de hércules”, origen de la épica y por tanto de la Patria.

 

Pero, ¿cómo llegamos hasta aquí?  Y lo verdaderamente importante, ¿en qué podría haber transmigrado el alma atribulada  de Lugones? Solo un par de poetas cotidianos que a diario conviven y son interrogados por las infinitas palomas que habitan el primer piso de la Biblioteca Córdoba parecen haberlo advertido. El trágico y solemne derrotero lugoniano se convirtió en pájaros.

 

César (León) Vargas y Leandro Calle, en recuerdo de los 150 años de su nacimiento, seleccionaron y editaron un conjunto de poesías de El libro de los paisajes (1917) enteramente consagradas por Lugones a los pájaros: “Alas”. Gesto piadoso –o justicia poética-, los compiladores atentos a los lamentos del urutaú, rescatan a esos poemas para enfrentarlos con la severidad de la vida, la lengua y la obra de Lugones. Pero también, en tiempos en los que la “casa común” se contempla desastrada por negacionismos varios (como los del ecocidio imperante), para  ofrendarlos a una nueva siembra irrigada por la inspiración del movimiento de la ecopoesía. “En ese sentido, nuestra (recepción literaria) tiene un carácter ecocrítico… en un territorio provincial devastado por los incendios y el maltrato de la tierra… Esta memoria poética de pájaros que Lugones nos ofrece, puede perderse, frente al abuso que los seres humanos hacemos al planeta”.

 

Al reciclarlos, Vargas y Calle también transfiguran las hímnicas Odas del vate de la Patria en  “versos sencillos”, en lecturas plausibles para infancias o para leer con las infancias. Para invitarles a conocer los nombres de su fauna avícola autóctona (chingolo, pirincho, llora-sangre, urraca, pito-juan, curruca, cachila, boyero, aracucú, etc.). Para aprender de la vida a través de breves fábulas que reparan en la moral de la aves y religan naturaleza y humanidad.

 

En fin, los poetas-editores rehacen con las palabras, aves; y con las aves, palabras. Aves, patrias y palabras, en vías de extinción, apenas sostenidas por la pluma  y el canto de Lugones, son recuperadas. Y como Fénix (que no era gato) o, mejor,  como el colibrí de las leyendas mayas o tupí-guaraníes, son liberadas para nuevas lecturas, nuevos versos, nuevos vuelos, nuevos cantos; hacia el misterio de trinos por-venir.

 

Releamos juntos entonces al poema que Lugones le dedica al ave obrera y nacional.

 

EL HORNERO

 

La casita del hornero / tiene alcoba y tiene sala.

En la alcoba la hembra instala / justamente el nido entero.

En la sala, muy orondo, / el padre guarda la puerta, / con su camisa entreabierta / sobre su buche redondo.

Lleva siempre un poco viejo / su traje aseado y sencillo, / que, con tanto hacer ladrillo, / se la habrá puesto bermejo.

Elige como un artista / el gajo de un sauce añoso, / o en el poste rumoroso / se vuelve telegrafista.

Allá, si el barro está blando, / canta su gozo sincero.

Yo quisiera ser hornero / y hacer mi choza cantando.

Así le sale bien todo, / y así, en su honrado desvelo, / trabaja mirando al cielo / en el agua de su lodo.

Por fuera la construcción, / como una cabeza crece, / mientras, por dentro, parece /  un tosco y buen corazón.

Pues como su casa es centro / de todo amor y destreza, / la saca de su cabeza / y el corazón pone adentro.

La trabaja en paja y barro, / lindamente la trabaja, / que en el barro y en la paja / es arquitecto bizarro.

La casita del hornero / tiene sala y tiene alcoba, / y aunque en ella no hay escoba, / limpia está con todo esmero.

Concluyó el hornero el horno, / y con el último toque, / le deja áspero el revoque / contra el frío y el bochorno.

Ya explora al vuelo el circuito, / ya, cobre la tierra lisa, / con tal fuerza y garbo pisa, /  que parece un martillito.

La choza se orea, en tanto, / esperando a su señora, / que elegante y avizora, / llena su humildad de encanto.

Y cuando acaba, jovial, / de arreglarla a su deseo, / le pone con un gorjeo / su vajilla de cristal.

 

 

*[Comentario sobre: Alas. Leopoldo Lugones a 150 años de su nacimiento. Al cuidado de Leandro Calle y César Vargas, Ediciones del Callejón, 2024]

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