Las recientes elecciones en Polonia (2025) confirman una tendencia alarmante en Europa: el avance de movimientos de ultraderecha que, bajo consignas nacionalistas y supuesta defensa de los «valores tradicionales», amenazan con restringir la diversidad cultural, el arte crítico y la libertad de expresión. El triunfo de la coalición liderada por Confederación Libertad e Independencia (Konfederacja) —con su retórica antiinmigrante, anti-LGBTQ+ y euroescéptica— no solo redefine el panorama político polaco, sino que también pone en riesgo el espacio creativo, históricamente vital en un país que ha resistido a la censura tanto del nazismo como del comunismo.
Los partidos de ultraderecha han convertido el arte en un campo de batalla ideológico. En Polonia, donde el gobierno saliente de Ley y Justicia (PiS) ya recortó fondos a proyectos culturales «contrarios a la identidad católica», el nuevo escenario podría profundizar la censura. Desde teatro independiente hasta cine queer, cualquier expresión que cuestione el statu quo nacionalista será tachada de «propaganda extranjerizante». Ejemplos ya hay: en 2024, el Museo de Arte Moderno de Varsovia fue acusado de promover «degeneración» por una exposición sobre diversidad de género.
La retórica de la «defensa de la patria» suele esconder el control de la disidencia. Polonia, cuna de creadores como Krzysztof Kieślowski y Wisława Szymborska, sabe que el arte florece en libertad. Pero los discursos de Konfederacja —que incluyen ataques a medios «globalistas» y restricciones legales a la prensa— anticipan un clima de autocensura. Basta recordar cómo en Hungría (bajo Orbán) se persiguió a universidades y artistas críticos.
Este no es un problema solo polaco. Italia, Francia y Alemania ven crecer movimientos similares, que usan la cultura como chivo expiatorio de malestares sociales. La UE debe defender sus principios: sin arte libre, no hay democracia sana. Mecanismos como el Estado de Derecho y fondos culturales protegidos son urgentes.
Frente a este giro reaccionario, la respuesta debe ser más poesía, más cine incómodo, más teatro que interpele. Como dijo el dramaturgo Tadeusz Kantor: «El arte es un grito en un mundo que quiere silenciarnos». Polonia —y Europa— no pueden permitir que ese grito se apague.
¿Hasta qué punto crees que el arte puede ser un contrapoder frente a los autoritarismos?