Detrás de su título de princesa de Grecia y Dinamarca, Marie Bonaparte (1882-1962) ocultaba una identidad menos visible pero igualmente poderosa: fue psicoanalista, discípula fundamental de Sigmund Freud y salvadora del legado psicoanalítico. Su vida, marcada por la tragedia personal y una curiosidad intelectual voraz, se entrelazó para siempre con la historia del psicoanálisis.
Todo comenzó en 1925, cuando Marie —sobrina bisnieta de Napoleón I y atormentada por su frigidez y una infancia compleja— llegó al diván de Freud en Viena. Su análisis personal fue intenso y transformador. Freud vio en ella no solo a una paciente aristocrática, sino a una mente aguda y comprometida. La relación trascendió lo terapéutico para convertirse en una alianza intelectual y casi filial. Freud la llamaba cariñosamente «nuestra princesa», mientras ella lo veneraba como un padre del pensamiento.
Su papel histórico alcanzó su cenit en 1938, cuando los nazis anexionaron Austria. Marie Bonaparte actuó entonces con audacia insólita. Pagó un rescate exorbitante para liberar a Freud y su familia, negoció personalmente con la Gestapo, organizó el traslado secreto de sus manuscritos más valiosos a Londres y rescató documentos ya confiscados arriesgando su vida. Sin su intervención decisiva, archivos invaluables sobre los orígenes del psicoanálisis se habrían perdido para siempre.
Pero Marie no fue solo una protectora del legado freudiano; también lo enriqueció con sus propias contribuciones. Su obra «La sexualidad femenina» (1951) fue pionera al cuestionar la «envidia del pene» como explicación única de la psicología femenina. Defendió con rigor la importancia del clítoris para el placer sexual de la mujer, apoyándose en estudios fisiológicos e incluso en su propia experiencia corporal —llegó a someterse a cirugías para mejorar su sensibilidad—. Sus exploraciones sobre el erotismo femenino desde una perspectiva biopsíquica desafiaron el falocentrismo dominante. Aunque Freud no compartió todas sus tesis, valoró profundamente su valentía intelectual.
Más allá de su trabajo teórico, Marie actuó como puente cultural. Fue traductora oficial de Freud al francés, acercando el psicoanálisis a los círculos intelectuales de París. Fundó la Sociedad Psicoanalítica de París en 1926 y financió revistas especializadas. Su estudio psicoanalítico sobre Edgar Allan Poe (1933) aplicó el método freudiano a la literatura de modo innovador, explorando lo siniestro y los patrones de repetición.
Su legado permanece teñido de tensiones fascinantes: fue aristócrata y científica; una feminista empírica que buscó «curar» su sexualidad; fiel a Freud pero crítica con sus postulados. Hoy se le reconoce como salvadora física e intelectual del psicoanálisis, como pionera en el estudio de la sexualidad femenina ignorada por sus contemporáneos, y como ejemplo de cómo el análisis personal puede convertirse en vocación científica.
En sus propias palabras: «Las mujeres completas son quizás las más aptas para resolver el problema de su propio sexo». Marie Bonaparte no resolvió todos los enigmas, pero su vida y obra siguen interrogándonos sobre el poder, el deseo y la eterna complejidad de ser mujer en un mundo de teorías concebidas por hombres.