Por Candelaria Sosa Parodi
(Escritora y estudiante del Instituto San José de Tanti)
Esta crónica debía haberse publicado un día sábado de fecha incierta, pero en tiempos de carnavales, hay datos que son anecdóticos. Pero aquel sábado había empezado distinto. Me levanté de buen ánimo, sabía que me iba a reencontrar con personas que aprecio mucho, mi hermana, mis amigos, algunos de ellos los había conocido hace poco tiempo, pero con el resto de mis amigas fuimos compañeras de infancia, a tal punto que las consideraba como de mi familia.
Me levanté con un buen baño, y aún con la toalla envuelta, decidí que ponerme: debía ser casual y cómodo a la vez, ya que teníamos un plan diferente: practicaríamos vóley.
Pero antes de marcharme, le ayudé a mi abuela a preparar el desayuno para las tres: mi hermana, ella y yo. Estábamos desayunando cuando empecé a comunicarme con mi mejor amiga para acordar el viaje en el mismo colectivo que nos llevase al lugar donde jugaríamos el partido de vóley.
Cuando terminamos de jugar hacía demasiado calor, entonces decidimos ir por algo para beber antes de que alguno se desmayara o se descompusiera.
Cuando llegamos al kiosco nos atendió una mujer muy amable, incluso nos ofreció vasos. Ya repuestos del acaloramiento fuimos a almorzar hamburguesas con helado de postre, y cuando el sol aflojó su intensidad optamos por dar unas vueltas por el centro para hacer la digestión conversar de nuestras vivencias.
De regreso, en casa, pensé qué importante, son los días sábados para la convivencia distendida de nosotros, quienes siempre tenemos relaciones por intereses comunes y muy pocas veces solo para disfrutar con amigas y amigos.