«Hace unas semanas Karol G lanzó el segundo sencillo de su nuevo disco Tropicoqueta, un reguetón dosmilero llamado Latina Foreva con su respectivo video, en el que ella y otras mujeres se pasean en bikini en medio de la nieve. Pero Karol G no lleva cualquier bikini, sino una joya de los años setenta que perteneció a la vedette o fichera mexicana, Rossy Mendoza…
La canción, con samples de reggaetones clásicos como Dile de Don Omar, Saoco de Winsin, y Oye mi canto de Nore repite que “ahora todos quieren una colombiana, una puertorriqueña, una venezolana”, porque tienen “curvas que no tienen ni la NASCAR”, y “Teta’ y nalga’, te-teta’ y nalga”. Rápidamente, la letra de la canción despertó críticas, especialmente entre creadoras de contenido feministas, que saltaron a decir que la canción refuerza el estereotipo de la “latina sexy”, que es reduccionista y centrada en la mirada masculina. Estas críticas omiten otros versos, algunos de la primera estrofa “Él me estaba presionando y yo le dije: Deja que fluya […] Aunque estemos perreando, no creas que voy a ser tuya”, y más adelante: “Esta noche, juego para el otro equipo / Pa’ comerme agrandado ese combito (uh) /Todas queríamos saoco al piso”, que desmienten la idea de que la canción presenta latinas serviles a la mirada masculina. Aún así, las críticas vienen de que muchas se sintieron incómodas con ese estereotipo de la “latina sexy”, y quizás deberíamos preguntarnos ¿por qué?
De hecho, ese tropo de la “latina sexy”, es absolutamente coherente con el concepto central del álbum Tropicoqueta, un álbum nostálgico, de tributos, especialmente al melodrama latino en la música de los ochentas y noventas, a las telenovelas, y muy especialmente a las vedettes latinoamericanas o las ficheras, que son precisamente a quienes les debemos el tropo.
Dicen que la primera vedette latinoamericana fue la mexicana (de crianza) María Conesa, conocida como “La Gatita Blanca”, actriz, cantante, cómica y bailarina. También es importante mencionar a Dolores del Río, la primera actriz mexicana en triunfar en Hollywood, muchas veces haciendo el papel de chica sexy con identidad étnica ambigua. Pero lo que consolidó a las vedettes como arquetipo latino fue la coincidencia de tres hitos culturales en los años cuarenta. El primero fue el 31 de diciembre de 1939, cuando abrió sus puertas el Cabaret Tropicana, en Cuba, que luego fue conocido como “un paraíso bajo las estrellas” y como un ícono de las artes escénicas y el glamour latino, que fusionaba géneros como el mambo, el chachachá, el son, con una escenografía tropical y exuberante y número de canto y baile en vivo de la más alta exigencia. El Cabaret Tropicana definió visual y sonoramente lo que sería la estética de “lo tropical”. El segundo fue el comienzo de la Época de Oro del cine mexicano, desde 1936 hasta 1950. Un subgénero del cine mexicano fue el cine de rumberas,que consolidó a figuras como Ninon Sevilla, Amalia Aguilar, Rosa Carmina, María Antonieta Pons y mucho después hasta la misma Rossy Mendoza. El tercero es lo que hoy se conoce como la “Política del Buen Vecino” , una estrategia diplomática de EEUU, que comenzó en 1933, en la época de F.D. Roosevelt, y que buscaba fortalecer la relación con Latinoamérica para que no se aliaran con el bando alemán, en víspera de la segunda guerra mundial. Esto hizo que hubiera más espacio para contar historias sobre latinoamérica en el cine, y le dio entrada a artistas como Rita Moreno (la única latina en tener un Emmy, un Grammy, un Oscar y un Tony) y la brasileña Carmen Miranda, que se convirtió en un símbolo de esta estrategia e impuso el símbolo de los tocados con frutas, que hacen referencia a las mujeres bahianas en Brasil. Miranda llegó a ser la actriz mejor pagada de 1940, los medios gringos la describían como la mujer más sensual del mundo, por el contoneo de sus caderas que viene de los bailes latinos.
El estereotipo también ha sido una estrategia histórica de las latinas (especialmente en el entretenimiento) para entrar a un mercado global. Miranda exageraba su acento, igual que hizo Sofía Vergara mucho después, porque complacer la mirada colonialista de los gringos les asegura un lugar en la industria. Las vedettes eran talentosas mujeres de la clase trabajadora, que estaban logrando algo de independencia económica. Como explica en Remezcla, uno de los curadores del archivo audiovisual de vedettes mexicanas, “Ficheraz”, “Estas eran mujeres que se expresaban libremente en un tiempo en que las mujeres, en general, debían ser mojigatas, y muchas mujeres de hoy se sienten conectadas con este tema y se sorprenden de que en los años cuarenta hubiera mujeres haciendo una carrera a partir de bailar sexy y mostrar su cuerpo, y de que además fueran amadas y aplaudidas en el contexto de una Latinoamérica tan conservadora. […] Su talento cautivaba al público. Su libertad sexual permitía a las mujeres romper con sus cadenas puritanas, y su opulencia deslumbrante cautivaba a ricos y pobres. Cantaban, actuaban, bromeaban y bailaban en los escenarios luciendo lujosos tocados y tacones de aguja”.
Karol G es mainstream y tendrá letras fáciles para el mainstream. También, en ese mainstream, está abriendo trocha, para otras latinas más indie que van a cantar otras cosas. De acuerdo, las latinas no solo “estamos buenas”, somos diversas en cuerpos, personalidades e intereses, pero saltar de ahí a implicar que ser sexies, o voluptuosas, o seductoras, es en sí mismo malo, suena a moralismo puritano. ¿Si una mujer latina tiene culo, tetas, una actitud seductora, si “está buena”, no puede enorgullecerse de eso? ¿Solo es respetable presumir de la inteligencia? ¿De verdad queremos reforzar esa disyuntiva entre sexy e inteligente? ¿Si Karol G hubiera dicho que las latinas somos bellas y etéreas estaríamos igual de ofendidas o no, porque ser bonita es más respetable que “estar buena”?
Sí, hay un estereotipo, pero hay formas de resignificarlo, lo han hecho todas las latinas que han saltado al mercado global, específicamente en el entretenimiento. Ser sexy no es ni la razón por la cual los hombres nos cosifican ni una invitación a cosificarnos. Ser sexy no te convierte en un objeto. Las “feas” y las “insípidas”, las “frígidas” y las “intelectuales” también somos vistas como objetos y propiedades en el patriarcado, ¿acaso taparte te salva de la cosificación?
Un argumento repetido en esta ola de críticas fue que este estereotipo nos sexualiza y que por lo tanto nos cosifica. Incluso vi pasar el video una chica que presentaba como prueba un estudio que supuestamente demostraba que si los hombres nos veían en bikini nos cosificaban, pero que si nos veían vestidas ahí si nos reconocían como seres humanos. El problema es que la deshumanización de las mujeres no es una reacción química en el cerebro de los hombres provocada por nuestra desnudez. Lo que estas afirmaciones, traídas de los cabellos, muestras es un tremendo miedo a la sexualización, que termina equiparada con la opresión y mirada patriarcal, y quizás deberíamos detenernos a cuestionar esa equivalencia.
Sexualizar y cosificar no son lo mismo. Lo que tienen en común es que otra persona o grupo de personas, usualmente con más poder, pueden sexualizar o cosificar a otra persona o grupo sin su consentimiento, y eso es violento y doloroso. Pero, existe la posibilidad de que alguien te sexualice con tu consentimiento y esa puede ser una experiencia muy placentera. La cosificación, en cambio, siempre es deshumanizante, y siempre es externa, uno no puede “auto-cosificarse” porque al “hacerte algo a ti misma” estás necesariamente reconociéndote como sujeto. Por el contrario, podemos sexualizarnos, y eso no nos cosifica, porque al presentarnos como personas sexuales y deseantes necesariamente ponemos nuestro sujeto en el centro. El problema de la sexualización es que sea involuntaria, la mirada, voluntad y el deseo de otra persona impuestos sobre ti sin tu consentimiento. Eso definitivamente no es lo que está pasando con Karol G. Ella tiene control de las decisiones estéticas de este nuevo álbum, y además se beneficia y lucra de ellas.
El tropo de la latina sexy es resultado de la mirada imperialista, que nos ve hipersexies, por contraste con la feminidad blanca ideal que es calladita, delicada, quieta y no ocupa espacio. La hipersexualización de las mujeres en condiciones de racialización es de toda la vida, es algo constitutivo de la mirada colonial. La hipersexualización viene desde mucho antes de que las latinas empezáramos a usar bikini.
En 1858, un reconocido intelectual colombiano, José María Samper, vio a una comunidad negra bailando currulao y lo describió como un baile de “lubricidad cínica”, como dicen hoy del reggaeton, a pesar de que el currulao largas faldas que cubren las piernas y movimientos de cadera contenidos. ¿Si nos tapamos el cuerpo y bailamos más discretamente nos respetarán? Obviamente no. Pero siíhabremos perdido algo que nos produce goce, como el placer de sentirse sexy. El “sex appeal” de las latinas tiene menos que ver con algo específico que todas hagamos, y más con que eso que en las mujeres se llama “sexy” , se determina a partir de una comparación con el ideal de feminidad de la mujer blanca, burguesa y bien portada.
Karol G no tiene la obligación de ser feminista, su único compromiso es con ser buena artista y en ese caso tendrá que explorar en su música muchas contracciones de la condición humana, vistas desde su punto de vida, que es el de una mujer paisa de 34 años. No pasa nada si queremos convertirla en un símbolo para las feministas, necesitamos símbolos, la derecha lo hace todo el tiempo y por menos, pero entonces tenemos que concederle su humanidad, nos toca entender que Karol G es una persona y no una silueta de cartón, y que por lo tanto, ¡shock!, tendrá errores y aciertos a lo largo de su vida. Quien se sienta superior señalando la obviedad de que Karol G es imperfecta, es bastante autoindulgente. Nos ponemos la camiseta de Frida Kahlo porque su obra nos inspira, no importa si fue lo que hoy llamamos “migajera”.
Karol G tampoco tiene la responsabilidad de representarnos a todas las latinas con cada cosa que hace, ni siquiera si eso que hace es una canción que se llama “Latina Foreva”. No perdemos derechos si la bailamos contoneándonos en una fiesta. Karol G no se está aprovechando de ese arquetipo de latina sexy de la nada, es consistente con lo que ha sido toda su carrera y su experiencia particular de la latinidad.
Criticar a una mujer por mostrarse sexual, en sus propios términos, y enmarcarlo como un retroceso para el feminismo o un daño a los derechos de las mujeres, es caer en el juego de la vigilancia patriarcal sobre nuestros cuerpos. No podemos permitir que la línea de lo que nos parece escandaloso o aceptable que una mujer haga con su cuerpo se siga moviendo hacía la represión de nuestra autonomía. Hoy es “demasiado” un bikini en la nieve, mañana será tabú mostrar el tobillo. Necesitamos menos juicios y más derechos. En vez de estarle pidiendo a las mujeres, y particularmente a las artistas del entretenimiento que itenen que lidiar un una industria machista en donde están en una constante lucha por mantener su agencia, que no se sexualicen, deberíamos organizarnos para que ni la mostrona, ni la pick me, ni la migajera, pierdan derechos humanos.
No nos cosifican porque mostramos la piel o no. Nos cosifican porque vivimos en un mundo patriarcal que se sirve de deshumanizar a las mujeres para explotarnos, sin importar lo que tengamos puesto.»
Fuente: Catalina Ruiz-Navarro. Volcánicas Revista