En la historia de la literatura mexicana, pocas figuras han sido tan incansables en dar voz a los invisibles como Elena Poniatowska (Hélène Elizabeth Louise Amélie Paula Dolores Poniatowska Amor). Nacida en París en 1932 en el seno de la nobleza —su padre, de ascendencia polaca, descendía de Estanislao II Poniatowski, último rey de la República de las Dos Naciones—, llegó a México durante la Segunda Guerra Mundial y terminó por adoptar el alma popular del país como suya. Con su escritura, transformó el periodismo y la narrativa en actos de justicia social. Entre sus muchas luchas, destaca una en particular: rescatar del olvido el papel fundamental de las mujeres en la Revolución Mexicana, esas «soldaderas» y periodistas que la historia oficial enterró bajo el bronce de los caudillos.
Mientras los libros de texto glorificaban a Zapata y Villa, Poniatowska se adentró en los márgenes para entrevistar a las sobrevivientes. Su obra Las soldaderas (1999) no es solo literatura: es un acto de reparación histórica. A través de fotografías y testimonios, mostró a esas mujeres que, sin fusil ni grado militar, sostuvieron la revolución: cocinando en campamentos, curando heridos, incluso luchando disfrazadas de hombres. «La Adelita» dejó de ser un estereotipo romántico para convertirse en carne y hueso.
Pero su investigación fue más allá. En Hasta no verte Jesús mío (1969), dio voz a Josefina Bórquez, una lavandera que vivió la revolución y cuyas memorias Poniatowska convirtió en novela. La autora practicó aquí su estilo único: mezclar documentalismo y ficción para narrar verdades incómodas.
Poniatowska nunca escribió desde la torre de marfil. Su reportaje La noche de Tlatelolco (1971) sobre la masacre estudiantil de 1968 demostró que la literatura puede ser tribunal cuando la justicia falla. Ese mismo compromiso la llevó a indagar en archivos polvorientos y pueblos remotos para reconstruir la participación femenina en la revolución. Descubrió, por ejemplo, que muchas fueron espías o correos (como la legendaria Ángela Jiménez), y que otras, como Hermila Galindo, usaron el periodismo para defender los derechos de la mujer desde las trincheras ideológicas.
Hoy, cuando el feminismo revisa críticamente la historia, el trabajo de Poniatowska adquiere nueva luz. Ella no solo escribió sobre mujeres: les cedió la palabra, preservó sus dialectos, sus risas y sus cicatrices. En un país donde el 90% de los murales revolucionarios muestran solo hombres, sus libros son monumentos de papel a esas miles que cargaron niños, metralletas y sueños.
Si la Revolución prometió «tierra y libertad», Poniatowska nos recuerda que ninguna liberación es posible sin nombrar a quienes la hicieron posible. Su obra es un puente entre el ayer y el hoy, donde las soldaderas por fin desfilan con el honor que merecen.
Para leer a Elena Poniatowska:
- Las soldaderas (Ed. ERA)
- Hasta no verte Jesús mío (Ed. Penguin Random House)
- Tlapalería (crónicas sobre mujeres anónimas)