La figura de José Martí trasciende el ámbito literario para erigirse como un símbolo de lucha y creación en América Latina. No solo fue el arquitecto intelectual de la independencia cubana, sino también un visionario que sentó las bases de la poesía moderna en la región. Su obra, impregnada de un profundo humanismo y un fervor revolucionario, fusionó la belleza estética con un compromiso político inquebrantable, marcando un punto de inflexión en la literatura hispanoamericana.
Martí irrumpió en el panorama literario con una voz fresca y rupturista, anticipando los rasgos del modernismo que luego Rubén Darío consolidaría. En Ismaelillo (1882), dedicado a su hijo ausente, abandonó el romanticismo decadente para explorar una lírica íntima, cargada de imágenes innovadoras y un lenguaje depurado. Este poemario no solo fue un canto de amor paternal, sino también un manifiesto estético que privilegiaba la libertad expresiva y la musicalidad del verso.
Su prosa, al igual que su poesía, era luminosa y a la vez combativa. En ensayos como Nuestra América (1891), defendió la identidad cultural latinoamericana frente al imperialismo, mientras en sus versos —como los de Versos Sencillos (1891)— combinó lo coloquial con lo sublime, creando una dicción accesible pero profundamente simbólica. Martí demostró que la literatura podía ser, simultáneamente, arte puro y herramienta de emancipación.
Para Martí, la poesía y la patria eran dos caras de la misma lucha. Desde su exilio, tejió una red de alianzas y escribió incansablemente para movilizar a los cubanos hacia la Guerra Necesaria (1895). Fundó el Partido Revolucionario Cubano, unificando a los independentistas, y concibió la guerra como un acto de justicia social, no solo política. Su periodismo en Patria y sus discursos eran extensiones de su poética: claros, apasionados y destinados a incendiar conciencias.
Su muerte en Dos Ríos (1895), en los albores de la contienda, lo convirtió en mártir, pero su legado sobrevivió. Martí enseñó que la verdadera literatura no puede ser ajena a los dolores de su tiempo. Su influencia se refleja en poetas posteriores, desde Neruda hasta Benedetti, quienes heredaron su convicción de que el arte debe «ponerse al servicio del hombre».
José Martí fue el primer poeta moderno de América Latina porque supo fundir forma y fondo, ética y estética, en un proyecto transformador. Su obra no solo renovó el lenguaje poético, sino que lo cargó de un sentido histórico.