La frase lapidaria con la que Gabriel García Márquez sintetiza la llegada de la compañía bananera a Macondo —«arrastrando su estela de miserias»— encierra una crítica que trasciende lo literario para convertirse en una denuncia del capitalismo como máquina de explotación. A 57 años de su publicación, Cien años de soledad (1967) sigue siendo un manual de materialismo histórico disfrazado de realismo mágico, donde las dinámicas de clase, la violencia estructural y la alienación se revelan con una crudeza poética que no ha perdido vigencia.
Macondo, ese pueblo imaginario, recrea con precisión las fases del desarrollo económico señaladas por Marx. Todo comienza con una comunidad primitiva, donde los primeros Buendía fundan un territorio sin propiedad privada, un paraíso de inocencia. Sin embargo, la llegada del corregidor Apolinar Moscote impone jerarquías feudales y, más tarde, la compañía bananera instaura un capitalismo salvaje y extractivista. El colapso final, marcado por la huelga y la masacre, cierra el ciclo con la misma brutalidad con la que se sucedieron las transiciones, cada una consolidando nuevas formas de dominación.
El realismo mágico, lejos de ser un simple recurso estético, opera como un lente crítico para exponer las contradicciones del sistema. El tren amarillo, supuesto símbolo del progreso, solo trae desigualdad; la peste del insomnio refleja la alienación laboral que vacía de sentido la existencia de los trabajadores; y el ascenso al cielo de Remedios la bella, más que un milagro, es una parodia de la movilidad social imposible. Como bien señaló el crítico Ángel Rama, «lo fantástico en García Márquez siempre tiene base material».
El episodio de la masacre bananera —inspirado en los hechos reales de 1928 en Colombia— condensa la esencia de la lucha de clases en América Latina. El Estado, al servicio del capital, despliega su violencia a través del ejército, eliminando trabajadores y borrando su memoria: «No ha pasado nada», repiten las autoridades. Solo José Arcadio Segundo, testigo incómodo, preserva la verdad, anticipando así las desapariciones forzadas que décadas después plagaron el continente.
Releer la novela en nuestro tiempo revela patrones escalofriantemente vigentes. La compañía bananera ha mutado en megaminería y agronegocios; el telégrafo que manipulaba información es hoy el algoritmo que controla narrativas; y los gitanos que llegaban a Macondo con inventos efímeros tienen su eco en los desplazados climáticos y migrantes económicos de hoy.
García Márquez no construyó solo una obra maestra literaria, sino un espejo deformante y revelador de las contradicciones del capitalismo en América Latina. Macondo, arrastrado por los vientos de la historia, sigue hablándonos con voz clara sobre explotación, violencia de clase y resistencia. La maldición de los Buendía no era la soledad, sino la incapacidad de romper el ciclo de dominación y explotación.