Samanta Schweblin, una de las voces más originales y perturbadoras de la literatura contemporánea en español, vuelve a desafiarnos con su más reciente obra, El buen mal. Conocida por su capacidad para tejer narrativas que oscilan entre lo cotidiano y lo surreal, Schweblin nos sumerge una vez más en un universo donde lo familiar se torna extraño y lo inquietante se convierte en norma. El buen mal no es solo un libro; es una experiencia que nos confronta con nuestras propias inseguridades y miedos.
Desde sus primeros relatos en El núcleo del disturbio (2002) hasta novelas como Distancia de rescate (2014) y Kentukis (2018), Schweblin ha demostrado una habilidad única para explorar los límites de la realidad y la percepción. Su prosa, precisa y evocadora, nos arrastra a mundos donde lo siniestro acecha tras cada esquina, donde lo aparentemente inocuo puede esconder una amenaza latente. El Buen Mal no es la excepción: en este libro, Schweblin lleva su estilo al extremo, jugando con las expectativas del lector y desafiando las convenciones narrativas.
El título en sí mismo es una paradoja, una invitación a reflexionar sobre la naturaleza ambigua del bien y el mal. ¿Qué es el «buen mal»? ¿Una contradicción? ¿Una forma de nombrar aquello que nos atrae y nos repele al mismo tiempo? Schweblin no ofrece respuestas fáciles, sino que nos invita a adentrarnos en un laberinto de historias donde los personajes se enfrentan a dilemas morales, decisiones imposibles y situaciones que desdibujan la línea entre lo real y lo imaginario.
Uno de los aspectos más destacables de El Buen Mal es su estructura fragmentaria. A diferencia de una novela tradicional, el libro se compone de relatos interconectados que funcionan como piezas de un rompecabezas. Cada historia es un universo en sí mismo, pero al mismo tiempo, está ligada a las demás por hilos invisibles que el lector debe descubrir. Esta estructura no lineal no solo refleja la complejidad de los temas que Schweblin aborda, sino que también exige una lectura activa, casi detectivesca. No se trata de un libro para leer con prisa; es una obra que requiere tiempo, atención y una disposición a perderse en sus recovecos.
Los personajes de El buen mal son, como en toda la obra de Schweblin, seres vulnerables y complejos. Padres que intentan proteger a sus hijos de un mundo hostil, mujeres que luchan por mantener el control en situaciones que se les escapan de las manos, niños que parecen saber más de lo que deberían. A través de ellos, Schweblin explora temas como la culpa, la responsabilidad, el miedo al futuro y la fragilidad de las relaciones humanas. Sus historias nos confrontan con preguntas incómodas: ¿Hasta dónde llegaríamos para proteger a quienes amamos? ¿Qué estamos dispuestos a sacrificar en nombre del bien común? ¿Existe realmente una diferencia entre el bien y el mal?
Otro aspecto que hace de El buen mal una obra memorable es su estilo narrativo. Schweblin tiene un don para crear atmósferas opresivas con pocas palabras. Sus descripciones son precisas y evocadoras, y sus diálogos, cargados de tensión. Cada frase parece estar cuidadosamente tallada, como si la autora hubiera eliminado todo lo superfluo para dejar solo lo esencial. El resultado es una prosa que, aunque aparentemente sencilla, tiene una profundidad y una resonancia que permanecen en el lector mucho después de haber cerrado el libro.