En la historia del cine, pocos documentos han tenido un impacto tan profundo y duradero como el Código Hays. Implementado en 1930 y aplicado estrictamente hasta finales de la década de 1960, este conjunto de normas de censura no solo reguló lo que se podía mostrar en la pantalla grande, sino que también influyó en la manera en que generaciones enteras de espectadores entendieron y consumieron el cine. Aunque hoy puede parecer un relicto del pasado, su legado sigue siendo relevante en la industria cinematográfica.
El Código Hays, oficialmente conocido como el Código de Producción Cinematográfica, fue creado en respuesta a las crecientes preocupaciones morales y sociales sobre el contenido de las películas en la década de 1920. En esa época, el cine era un medio relativamente nuevo y en plena expansión, pero también era visto como un espacio donde se exhibían comportamientos considerados inapropiados o inmorales. Escándalos en Hollywood, como el caso de Fatty Arbuckle, y la presión de grupos religiosos y conservadores llevaron a la industria a autorregularse para evitar una censura gubernamental más estricta.
El código fue redactado por Will H. Hays, un político y abogado que presidía la Motion Picture Producers and Distributors of America (MPPDA), y se basó en principios conservadores que buscaban promover valores familiares y morales. Entre sus reglas más estrictas se encontraban la prohibición de mostrar relaciones sexuales fuera del matrimonio, el uso de lenguaje soez, la representación positiva del crimen y la violencia gráfica.
Durante más de tres décadas, el Código Hays dictó cómo debían ser las películas. Directores, guionistas y productores tuvieron que encontrar formas creativas de eludir las restricciones, lo que llevó al desarrollo de un lenguaje cinematográfico lleno de insinuaciones y simbolismos. Por ejemplo, en lugar de mostrar una escena de amor explícita, las películas recurrían a besos apasionados seguidos de un corte a una escena de una chimenea ardiendo o las olas del mar rompiendo en la orilla.
Películas clásicas como Casablanca (1942) o Lo que el viento se llevó (1939) fueron moldeadas por estas normas. Aunque hoy pueden parecer inocuas, en su momento fueron consideradas audaces por tratar temas como el adulterio o la guerra civil, siempre dentro de los límites impuestos por el código. Este periodo, conocido como la «Edad de Oro de Hollywood», produjo algunas de las obras más icónicas del cine, pero también reflejó una visión idealizada y moralmente rígida de la sociedad.
La caída del Código Hays
A medida que la sociedad cambiaba, el Código Hays comenzó a perder relevancia. En las décadas de 1950 y 1960, el surgimiento de movimientos sociales como los derechos civiles, la liberación sexual y la contracultura desafió los valores conservadores que el código representaba. Además, la competencia de la televisión y el cine extranjero, que no estaba sujeto a las mismas restricciones, obligó a Hollywood a reconsiderar sus normas.
La película ¿Quién le teme a Virginia Woolf? (1966), con su lenguaje fuerte y temas adultos, marcó un punto de inflexión. Poco después, el sistema de clasificación por edades, conocido como el sistema de rating MPAA, reemplazó al Código Hays en 1968, permitiendo una mayor libertad creativa.
Aunque el Código Hays ya no existe, su influencia sigue presente en la industria cinematográfica. Por un lado, sentó las bases para la autorregulación en Hollywood, un principio que aún se aplica en cierta medida. Por otro, su enfoque en la moralidad y los valores familiares ha dejado una huella en la manera en que el cine estadounidense aborda ciertos temas.
Sin embargo, también es un recordatorio de los peligros de la censura y la limitación de la libertad artística. El Código Hays no solo restringió lo que se podía mostrar en pantalla, sino que también moldeó la manera en que generaciones de espectadores entendieron el amor, el crimen, la violencia y otros aspectos de la vida. En ese sentido, su legado es tanto cultural como cinematográfico.
El Código Hays fue un producto de su tiempo, una respuesta a las preocupaciones morales de una sociedad en transición. Aunque hoy nos resulta anticuado, e incluso, reprochable, su impacto en el cine es innegable. Nos recuerda que el arte no existe en el vacío, sino que está profundamente influenciado por las normas y valores de la sociedad que lo produce. Y, sobre todo, nos invita a reflexionar sobre la importancia de la libertad creativa en la construcción de una cultura cinematográfica diversa y auténtica.