Desde el principio de los tiempos, el ser humano ha sentido la necesidad de expresarse no solo con palabras, sino con el cuerpo. La danza es quizás una de las primeras formas de arte: un lenguaje ancestral que precede a la escritura y que ha sido testigo y protagonista de la historia de las civilizaciones.
Antes de convertirse en espectáculo, la danza fue ritual. Las pinturas rupestres muestran figuras danzando alrededor de fogatas, invocando la lluvia o celebrando una caza exitosa. En el antiguo Egipto, los movimientos corporales eran parte de ceremonias religiosas; en Grecia, se vinculaban al teatro y al culto a Dionisio; y en las culturas indígenas de América, África y Oceanía, la danza ha sido un puente entre lo terrenal y lo divino.
No se bailaba solo por placer, sino por supervivencia: para unir a la tribu, para honrar a los dioses, para sanar o para narrar historias. La danza era, y sigue siendo en muchas comunidades, memoria viva.
Con el tiempo, la danza se transformó. En la Edad Media, los giros de los derviches buscaban lo místico, mientras que en las cortes europeas del Renacimiento nacía el ballet como símbolo de refinamiento. En el siglo XX, figuras como Isadora Duncan o Pina Bausch rompieron moldes, demostrando que el cuerpo podía ser vehículo de emociones crudas y revoluciones sociales.
Hoy, la danza es diversa: desde el hip-hop en las calles de Nueva York hasta el kathakali en la India, desde el tango en Buenos Aires hasta las danzas contemporáneas que desafían las formas tradicionales. Pero en todas sus variantes, sigue siendo un acto de libertad.
El 29 de abril fue declarado Día Internacional de la Danza en 1982 por la UNESCO, en honor al natalicio de Jean-Georges Noverre, un revolucionario del ballet. La fecha no es solo un homenaje a los bailarines, sino un recordatorio de que la danza es un derecho cultural, una herramienta de diálogo entre pueblos y una forma de resistencia.
En un mundo cada vez más digitalizado y fragmentado, la danza nos devuelve a lo esencial: el latido del corazón, el ritmo compartido, la conexión humana sin necesidad de palabras. Bailar es rebelarse contra el encierro, celebrar la vida y, en muchos casos, sanar heridas.
Que nunca dejemos de bailar, aunque sea en silencio y a solas. Porque mientras haya movimiento, habrá vida.