En el amplio panorama de la poesía estadounidense, el nombre de Mary Oliver brilla como un faro que ilumina los rincones más íntimos de la naturaleza y el espíritu humano. Nacida el 10 de septiembre de 1935 en Maple Heights, Ohio, y fallecida en 2019, su obra ha dejado una huella indeleble en la literatura contemporánea, destacándose por su capacidad única para transformar lo cotidiano en lo sublime.

La vida de Mary no fue fácil ni bonita. Tuvo una infancia cruel, debido a un padre abusivo y una madre desaprensiva. Su respuesta fue su salvación: se escapaba a vagar por los bosques de su Ohio natal y se perdía entre las obras de Wordsworth, Keats, Shelley, Emerson y su alma mater Whitman; ella sola con las palabras y las ramas, ella con las imágenes de las páginas que se derramaban sobre la tierra. En una entrevista, afirmó: «Me construí un mundo de palabras».

Con 17 años, visitó en Austerlitz, Nueva York, la casa de la poeta Edna St. Vincent Millay, también ganadora del Premio Pulitzer, donde conoció a Norma, la hermana de la artista. Se hicieron amigas y Mary pasó los siguientes siete años organizando los trabajos de Millay.

Fue en una visita posterior a Austerlitz, en 1950, que conoció a Molly Malone Cook, fotógrafa y librera. Se enamoraron, según cuentan, a primera vista y pasaron los siguientes 40 años en una cabaña perdida en la península de Cape Cod. Hasta el día de su muerte, Cook sería su agente literaria y la destinataria de todas sus dedicatorias.

A lo largo de su carrera, Oliver se caracterizó por su devoción a la naturaleza, utilizando paisajes y criaturas como metáforas de la vida y la existencia humana. En su poesía, los bosques, los lagos y los animales no son meros escenarios, sino protagonistas que invitan al lector a reflexionar sobre temas tan universales como el amor, la pérdida, la soledad y la conexión con el mundo. Su estilo sencillo y accesible ha logrado que su poesía resuene tanto entre académicos como en lectores comunes, quienes encuentran en sus versos un refugio de calma y reflexión en tiempos agitados.

Uno de los temas recurrentes en su obra es la búsqueda de la trascendencia a través de la observación y contemplación del entorno. Poemas como «Gansos Salvajes» (el mundo se ofrece a tu imaginación, y te llama, como los gansos salvajes, chillando con excitación/anunciando una y otra vez/tu lugar en la familia de las cosas) y «El día de verano»  («Dime, ¿qué piensas hacer con tu única, salvaje y preciosa vida?») son ejemplos de cómo la autora fusiona lo personal con lo universal, ofreciendo al lector una perspectiva renovada de la belleza que nos rodea. En este poema, uno de sus más conocidos, Oliver no sólo nos cuestiona, sino que nos interpela con la poderosa pregunta «¿Qué planeas hacer con tu única, preciosa y salvaje vida?». Una reflexión que encapsula su insistencia en vivir de manera consciente y plena.

A pesar de que Oliver a menudo es descrita como una poeta «naturalista», sus poemas trascienden esa etiqueta. Su trabajo explora el misterio y la maravilla de la existencia, encontrando en cada momento una oportunidad para el asombro y la gratitud. Como dijo una vez: «Presta atención. Asómbrate. Cuenta sobre ello». Esta consigna no solo guiaba su poesía, sino también su visión de la vida.

Ganadora del Premio Pulitzer en 1984 por su colección «American Primitive» y del National Book Award en 1992 por «New and Selected Poems», Mary Oliver fue una de las poetas más aclamadas de su generación. 

Con su fallecimiento en 2019, el mundo perdió una voz única y poderosa, pero su legado perdura en sus palabras, en sus poemas, que son casi una guía de vida. Mary Oliver nos enseñó que el arte de vivir está en aprender a observar, a asombrarse, y a compartir esas pequeñas revelaciones con los demás. A través de sus poemas, nos invita a detenernos, mirar más de cerca, y encontrar en el silencio y en la naturaleza las respuestas que a menudo buscamos fuera.