Por Madeleine Sautié
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Para Granma
«Todavía sigo sin caer», nos dice el escritor argentino Guillermo Paniaga, haciendo referencia a su reciente premio Casa de las Américas, por su novela Buenos Aires, fin de otoño, ganadora entre un maremágnum de títulos, debido a la implementación, por primera vez, de la entrega virtual de las obras.
Nacido en Rosario, en 1971, Paniaga es licenciado en Periodismo y, actualmente, se desempeña como docente de nivel secundario de la educación pública de la provincia de Santa Fe. Desde los primeros intercambios, nos confiesa que nunca termina de estar plenamente conforme con lo que escribe. «Hay momentos en que me parece que lo que tengo entre manos está muy bien y otros, todo lo contrario. En uno de los momentos positivos, pocos días antes de que cerrara el plazo de admisión, decidí mandarlo: y maravillosamente aquí estamos».
–¿Sentía, en su corazón, que tenía grandes posibilidades de ganar?
–Claro que al enviarlo lo hice creyendo que alguna posibilidad de ganarlo tendría; no diría que «grandes», porque la calidad de la literatura latinoamericana, se sabe, es excelente, y por lo tanto un concurso como el de Casa de las Américas no es nada fácil; pero sí sentía que al menos estaba en condiciones de competir, como creo que deben de haberlo sentido todos los que participaron con sus obras. Sin embargo, Respecto al número de obras presentadas, supe, además, que una gran mayoría provenía de Argentina y eso, para mí, es reflejo de la excelente educación pública de mi país, hoy en peligro por los ataques y la desfinanciación a la que la somete el Gobierno que nos toca padecer desde diciembre pasado. Estoy muy agradecido y me siento muy orgulloso de la educación pública argentina, y sé que va a resistir».
–¿Lo conmueve haber ganado el Casa?
–Claro que sí. Es un enorme reconocimiento y orgullo haber sido premiado por Casa de las Américas. Siempre fue una meta, sobre todo por la relación que tuvo desde sus inicios con unos de mis «héroes» de la literatura: Julio Cortázar. De la mano de Cortázar me metí de lleno en todo esto; imitándolo al comienzo, consciente o inconscientemente, y más tarde, con mi propia voz, pero siempre sintiendo su presencia; y junto con él, su historia, de la que una parte importantísima la ocupan Cuba y Casa de las Américas.
–¿Qué novelas ganadoras del Premio que ahora lo acompaña han sido referentes literarios para usted?
–Muchos escritores que admiro ganaron u obtuvieron menciones tanto en cuento como novela en las diferentes ediciones del Premio. Pero de todos ellos fue (y es) un referente muy importante para mí Haroldo Conti, que lo ganó en 1975 con Mascaró, el cazador americano. Toda la obra narrativa de Conti es una referencia significativa para mí.
–¿Buenos Aires, fin de otoño es una novela histórica?
–No la considero histórica, aunque sí la atraviesa como contexto e influencia directa uno de los hechos más violentos de la historia argentina: el bombardeo aéreo –con apoyo armado desde tierra– a la Casa Rosada y Plaza de Mayo, que, buscando asesinar a Perón e instalar el terror en Argentina, provocó la muerte de casi 400 personas e hirió gravemente a más de mil.
«Este bombardeo, que comenzó cerca del mediodía del 16 de junio de 1955, y se extendió hasta entrada la tarde, fue el bautismo de fuego de la Aviación de la Armada Argentina. Es decir: la primera vez que dispararon contra alguien, más allá de un ejercicio o prueba, con intención de destruir y matar, fue dentro de su propio país y con sus compatriotas civiles como blanco.
«Con ese contexto violento de aquel fin de otoño en Buenos Aires, se desarrollan varias historias que se entrecruzan: las de un chico y su padre que se pierden entre sí, amores, desamores, una conspiración, una violación, un intento de violación, un “crimen” (así, entre comillas) que se busca disimular en el caos. Incluso va un poco más atrás, apelando a la analepsis, hasta lo que se conoce como la Semana Trágica de 1919, en la que también hubo una masacre de obreros argentinos durante una huelga declarada por los trabajadores de los Talleres Vasena. En síntesis: no la considero una novela histórica, aunque sí la atraviesan hechos muy significativos de la historia argentina».
–¿Considera que ha ocurrido alguna transformación en usted durante el viaje escritural?
–Me preguntaban el otro día cuánto me había llevado terminarla y yo respondí que me llevó un par de meses redactarla y más de cinco años corregirla. Pero en realidad fue mucho más tiempo, porque el primer intento de escribirla fue hace más de diez años, y no pude continuarla sino hasta mucho después. Y fue en ese lapso que experimenté un cambio que me dejó retomar la idea y concretarla.
«No sé definir exactamente en qué consistió ese cambio, llamémoslo espiritual, pero sí que me permitió salir de la centralidad del personaje Manuel X., y armar la historia desde el punto de vista de cada uno de los personajes que la pueblan. Finalmente, si bien nunca termino de estar plenamente satisfecho, como te decía al comienzo, sentí que había logrado algo que estaba bien».
–¿Es de los que cree que se escribe para sí mismo o para otros?
– La respuesta a esa pregunta la encontré hace años, mientras releía Franny y Zooey, de Salinger: escribo para «la Señora Gorda de Seymour», que no es nadie en particular y a la vez son todos, incluso yo. Para ella escribo. «No hay nadie en ninguna parte que no sea la Señora Gorda de Seymour».
–¿A qué hora prefiere escribir? ¿Qué lo inspira?
– No tengo una hora preferida para escribir. A veces por la mañana, a veces por la noche, dependiendo del tiempo de que disponga; rara vez por la tarde, porque a esas horas prefiero leer. La inspiración puede venir tanto de un acontecimiento x, como de una noticia, una vivencia, una lectura que me disparan la imaginación. Soy muy fantasioso, imagino historias permanentemente; no todas las escribo, en realidad muy pocas. Veo a la gente por la calle, cualquier desconocido, y trato de imaginarme qué le preocupa, qué lo moviliza, a qué le teme. Lo que salga de eso va a ser siempre reflejo de mis propias preocupaciones, temores e incentivos, lo tengo claro. Pero me gusta creer que logré empatizar con ellos, a la distancia, o que directamente me lo inventé.
–¿A qué aspira en su relación con los lectores?
–Aspiro a que disfruten de la lectura de la novela tanto como yo disfruté de escribirla. Y hago una aclaración: del disfrute durante el proceso de redacción. Porque la corrección, la reescritura, que me lleva años, es siempre un poco tortuosa. Eso me lo reservo para mí.