En Córdoba, el 25 de diciembre de 1939, nació Nilda Mercado, apodada cariñosamente «Tununa». Desarrolló su carrera como investigadora y escritora argentina. Estudió la carrera de letras y es entre las aulas de la Universidad Nacional de Córdoba, donde conoce a Noé Jitrik (crítico literario, escritor y profesor universitario argentino, autor de numerosos cuentos, novelas y ensayos críticos, literarios e históricos), su futuro compañero de vida y letras. En 1961, formaron una familia que se expandió con la llegada de dos hijos. La búsqueda de nuevos horizontes los llevó a Buenos Aires en 1964.
En 1967, «Celebrar a la mujer como a una pascua» irrumpe en el panorama literario, cosechando una mención en el Premio Casa de las Américas. Luego, un viaje a Francia abre las puertas a nuevas experiencias y perspectivas. De regreso en 1970, Tununa se embarca en el periodismo, escribiendo para el diario La Opinión.
Por los años 74, la sombra de la dictadura se extendió sobre nuestro país. Su esposo Noé viajó a México para dar clases, lo que se conviertió en un exilio forzado que se prolongó hasta 1983. Tununa se reinventó en tierra azteca, convirtiéndose en editora de la revista Fem y colaborando en el Instituto Nacional de Bellas Artes.
El exilio no silenció su voz. Tununa escribió «Canon de alcoba«, una obra que retrata la experiencia de la mujer en un contexto de represión. La distancia no apagó su vínculo con Argentina a la que regresa en 1987.
A lo largo de su carrera, Tununa ha recibido numerosos premios, incluyendo la Beca Guggenheim y el Premio Sor Juana Inés de la Cruz por su novela «Yo nunca te prometí la eternidad».
Tununa Mercado es una escritora marcada por la sensibilidad que ha abordado temas como la memoria, el exilio, la identidad y la condición femenina.
Amor combatiente
«Descubre su arma demasiado pronto; deslumbrado por el campo de batalla que se abre ante sus ojos, sin poder atacar los cauces de su pasión, se lanza a la contienda a pasos de gigante; pisotea la hierba, sus zancadas retumban como si lo tuvieran que oir en el centro de todos los plexos. No sabe que el deseo entreabre sus puertas con delicadeza, con un soplo apenas, sin siquiera tocar los picaportes o girar los goznes, llamando a silencio más que a vociferación. Pero este amor olfatea, husmea como una fauna de animales multiplicados, sus fauces se pegan a cualquier promesa de agua y escupen su sed en las cuencas más generosas; arrastra sus enormes borceguíes por la tibieza de los lodos, por la tersura de los nardos. Sin retener entre sus dedos la brizna ni la rama, arrancando mechones de hojas a su paso; sin diluir la esencia,
El otro, la otra, atemorizado por el asalto, sin tiempo para preservar sus flancos o soportar sus defensas, corre sus líneas imaginarias, pero el amor las borronea bajo sus plantas. Encima, con una caída que aplasta como una prensa, con un peso que expulsa todo el aire del otro cuerpo hasta dejarlo como una lámina, a un ritmo de badajazos desesperados, el combatiente
No cede, como si ya el mundo se estuviera por acabar y no tuviera ni tiempo de apagar las luces, de cerrar las llaves del agua, de contener la marea ascendente o exaltar la descendente, como si con el dulcísimo amor que va a salir de su sexo, esa sustancia liminar por su nobleza, tuviera que saldar las cuentas milenarias de la especie, pagar todos los riesgos y comprar todas las sorpresas.
El tiempo se le acaba; piensa que galopa por llanuras desmesuradas, con vocación de exterminio pulveriza los pétalos con sus cascos, derrota los pólenes, aplasta las telarañas diminutas del pasto, los rocíos se vuelven lágrimas ante el invasor amante que tiene una estrategia lejana, muy distante del cuerpo que se le ofrece, un blanco que está más allá y que poco tiene que ver con el amor que subyacía a su avance y que ahora, mientras el martillo cae sobre el yunque, es disparado, eyectado por el ojo sin cuencas, por la solitaria pupila del amor, como una flecha. El combatiente se queda muy solo».
Textos de Canon de alcoba, Ada Korn Editora, 1988