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Palabras para el libro «Un hombre canta» de Aldo Parfeniuk (Por María Casiraghi: poeta, novelista y periodista)


Abro el libro. Desconozco la primera palabra. Pienso; es por esas palabras que no conocemos que seguimos leyendo. La palabra es Quirca, el título de su primer libro. Su sonido evoca la parca y la pirca, la muerte y la piedra.

Me entero luego de que la quirca en Córdoba, es el quirquincho, y no me sorprende la coincidencia. Este animal que se refugia de la muerte en su caparazón de piedra. Al lado del título, entre paréntesis, un número: 1976, un año que es, para todo argentino, una palabra en sí misma. En este estado de inquietud comienzo a leer, sin la menor idea de que al hacerlo inicio un viaje, un viaje por la vida de un hombre que le ha puesto música a lo triste, a lo hermoso, a lo pobre,  lo que perdura, lo que se ha ido, lo que no existe, música a todo lo que amó.  En este viaje nos reúne, no como testigos, sino como creadores. Viajando por los poemas de Aldo Perfeniuk, sus lectores nos volvemos poetas.

Desde el primero al último libro, los diversos temas que atraviesan los versos dialogan entre sí y casi siempre reinciden en uno u otro poema.  Ya en los primeros poemas nos anuncia tres ejes de su obra, la muerte (el chelco) la Vida (en el poema Vida) y la ecología (en Ausencia del verde) Pero otros asuntos como el lenguaje, la amistad, el amor, también recorren el entramado de su poesía a lo largo de los 10 libros que componen esta antología, desde el año 1976  hasta el más reciente “Un poema no debe hablar”, publicado en el 2014.

Me interesa comenzar por el poema “Ausencia del verde” porque en él ya se vislumbra esta constante de toda la poética de Parfeniuk, su preocupación por el destino de nuestro planeta, por la naturaleza que se extingue y se corrompe. Pero no lo expresa con lamentos ni lugares comunes del ecologista común; el que habla es el poeta, y su visión única logra que el misterio detrás de las palabras nos asombre de tal manera que ya no podamos cerrar los ojos.

Aunque pocas veces habla directamente del hecho político, salvo algunas pocas excepciones, como “Quiero un país”, o “Los muertos (marzo de 1976)”, parecería sin embargo que la política en el mejor sentido de la palabra, impregna la totalidad tanto de su vida como su obra. Aparece sugerida, tácita, y  se cuela en los instantes de sus poemas, como en “Caída libre, libre” donde nos deja dilucidando: ¿Una caída libre, un suicidio? ¿O un viaje hacia el abismo por un túnel que devendrá en libertad?

Hay poemas a los que sentí la necesidad de volver una y otra vez; me gustaría mencionar algunos, como “Formas de la melancolía” donde nos transporta a Ucrania, de donde proviene su familia, en ese verso hermoso que define a la melancolía como “una troika que nunca deja de perderse en la nieve”, o el poema “El viaje” donde volvemos a oír al viajero del principio diciéndonos que nunca está solo porque su camino está hecho de esos seres, lugares y escenas, que se detiene a mirar; la flauta del pastor saludando al sol, la mujer de negro amasando su barro.

Dice en este poema: “Y cruzando el río-ese hilo transparente en cuyo lecho duermen peces-/encontraría/ otra vez /mirándose/ a la vida en mi vida”. 

En estos últimos versos guarda el secreto de su poesía; no es la vida de un hombre enramada en la vida planetaria sino al revés, el cosmos y la naturaleza se ven reflejados en una de sus criaturas, pequeña, palpable y efímera. Este hombre que canta a sus recuerdos, incómodo tal vez en su presente, se sincera hacia el final cuando nos dice: “pero si yo me fuera/ en el desvencijado ómnibus/ que llega del pasado, tal vez no volvería”

En la sección “Muertos que has de beber”, dedicado a gente cercana y querida que se ha ido, hay un poema especialmente conmovedor: “Pequeña historia del hombre que hacía nacer los libros” al que dedica al editor Alberto Burnichón, asesinado por la dictadura.

Del poema, “Agosto”, atesoro estos versos: “Perra cósmica, la luna vela/Su costilla guardiana/ceba este hambre/alimenta esta enfermedad/de triturar en la boca/palabras… ” o ese otro poema perturbador y al mismo tiempo hermoso, “El mensaje”, cito un fragmento:

 “uno vuelve a su casa/-a su pan, a su ropa- / a que le surzan la confianza/ en las manos” y le remienden el amor/  en los ojos  / y en silencio le digan  / aquí  /donde se come y se duerme y se sueña y se ama/ aquí se siente a veces/que el destino regresa/ a las líneas de las manos”.

En otros libros nos lleva a su Córdoba natal, con sus verdes bosques pero también sus espinas, nos habla del amor y al amor, y no olvidemos el poema que da nombre al libro “Un hombre canta”, poema triste y visionario, donde ese hombre que en su juventud se lanzaba al campo con el perro y la bolsa de llevar el pan, ese “Aldo de guitarra” se adelanta al futuro y se anuncia solo, como si el viaje hubiese terminado, como si a esa flauta que tocaban arriba de la montaña, también se la llevaran los pájaros, “se te caerán los ojos de mirar ciudades corrompidas” canta desde la cima. ¿Por qué decide el autor llamar al poema y al libro “Un hombre canta”? Porque es desde su condición humana que mira el mundo y nos ofrece así un espejo en el que vernos.

Y siempre están la niebla, el sueño, el cielo, el río, y para coronar su canto, la palabra, gran protagonista de su libro más reciente titulado “Un poema no debe hablar”; un ars-poética donde nos ofrece reflexiones audaces y lúcidas en torno al lenguaje y a la poesía.

En su libro “El Elemento irracional en la poesía” Wallace Stevens establece una diferencia entre dos elementos que conviven en  ella y que producen esa tensión característica del género. Uno es el tema verdadero y el otro la ´poesía del tema. En la obra de Aldo Parfeniuk la poesía trasciende al tema y a sus posibles significados. Porque como bien señala Archibald Mac Leish (epígrafe de este último libro de Parfeniuk) “un poema no ha de significar, sino ser”.

“Un hombre canta” es un libro poderoso y genuino, abierto y conmovido, original y de todos los tiempos, uno de esos libros a los que siempre querremos volver.

Con esta antología, Aldo Parfeniuk ratifica su aseveración: un poema no habla, canta, canta, canta.

Abro el libro. Desconozco la primera palabra. Pienso; es por esas palabras que no conocemos que seguimos leyendo. La palabra es Quirca, el título de su primer libro. Su sonido evoca la parca y la pirca, la muerte y la piedra.

Me entero luego de que la quirca en Córdoba, es el quirquincho, y no me sorprende la coincidencia. Este animal que se refugia de la muerte en su caparazón de piedra. Al lado del título, entre paréntesis, un número: 1976, un año que es, para todo argentino, una palabra en sí misma. En este estado de inquietud comienzo a leer, sin la menor idea de que al hacerlo inicio un viaje, un viaje por la vida de un hombre que le ha puesto música a lo triste, a lo hermoso, a lo pobre,  lo que perdura, lo que se ha ido, lo que no existe, música a todo lo que amó.  En este viaje nos reúne, no como testigos, sino como creadores. Viajando por los poemas de Aldo Perfeniuk, sus lectores nos volvemos poetas.

Desde el primero al último libro, los diversos temas que atraviesan los versos dialogan entre sí y casi siempre reinciden en uno u otro poema.  Ya en los primeros poemas nos anuncia tres ejes de su obra, la muerte (el chelco) la Vida (en el poema Vida) y la ecología (en Ausencia del verde) Pero otros asuntos como el lenguaje, la amistad, el amor, también recorren el entramado de su poesía a lo largo de los 10 libros que componen esta antología, desde el año 1976  hasta el más reciente “Un poema no debe hablar”, publicado en el 2014.

Me interesa comenzar por el poema “Ausencia del verde” porque en él ya se vislumbra esta constante de toda la poética de Parfeniuk, su preocupación por el destino de nuestro planeta, por la naturaleza que se extingue y se corrompe. Pero no lo expresa con lamentos ni lugares comunes del ecologista común; el que habla es el poeta, y su visión única logra que el misterio detrás de las palabras nos asombre de tal manera que ya no podamos cerrar los ojos.

Aunque pocas veces habla directamente del hecho político, salvo algunas pocas excepciones, como “Quiero un país”, o “Los muertos (marzo de 1976)”, parecería sin embargo que la política en el mejor sentido de la palabra, impregna la totalidad tanto de su vida como su obra. Aparece sugerida, tácita, y  se cuela en los instantes de sus poemas, como en “Caída libre, libre” donde nos deja dilucidando: ¿Una caída libre, un suicidio? ¿O un viaje hacia el abismo por un túnel que devendrá en libertad?

Hay poemas a los que sentí la necesidad de volver una y otra vez; me gustaría mencionar algunos, como “Formas de la melancolía” donde nos transporta a Ucrania, de donde proviene su familia, en ese verso hermoso que define a la melancolía como “una troika que nunca deja de perderse en la nieve”, o el poema “El viaje” donde volvemos a oír al viajero del principio diciéndonos que nunca está solo porque su camino está hecho de esos seres, lugares y escenas, que se detiene a mirar; la flauta del pastor saludando al sol, la mujer de negro amasando su barro.

Dice en este poema: “Y cruzando el río-ese hilo transparente en cuyo lecho duermen peces-/encontraría/ otra vez /mirándose/ a la vida en mi vida”. 

En estos últimos versos guarda el secreto de su poesía; no es la vida de un hombre enramada en la vida planetaria sino al revés, el cosmos y la naturaleza se ven reflejados en una de sus criaturas, pequeña, palpable y efímera. Este hombre que canta a sus recuerdos, incómodo tal vez en su presente, se sincera hacia el final cuando nos dice: “pero si yo me fuera/ en el desvencijado ómnibus/ que llega del pasado, tal vez no volvería”

En la sección “Muertos que has de beber”, dedicado a gente cercana y querida que se ha ido, hay un poema especialmente conmovedor: “Pequeña historia del hombre que hacía nacer los libros” al que dedica al editor Alberto Burnichón, asesinado por la dictadura.

Del poema, “Agosto”, atesoro estos versos: “Perra cósmica, la luna vela/Su costilla guardiana/ceba este hambre/alimenta esta enfermedad/de triturar en la boca/palabras… ” o ese otro poema perturbador y al mismo tiempo hermoso, “El mensaje”, cito un fragmento:

 “uno vuelve a su casa/-a su pan, a su ropa- / a que le surzan la confianza/ en las manos” y le remienden el amor/  en los ojos  / y en silencio le digan  / aquí  /donde se come y se duerme y se sueña y se ama/ aquí se siente a veces/que el destino regresa/ a las líneas de las manos”.

En otros libros nos lleva a su Córdoba natal, con sus verdes bosques pero también sus espinas, nos habla del amor y al amor, y no olvidemos el poema que da nombre al libro “Un hombre canta”, poema triste y visionario, donde ese hombre que en su juventud se lanzaba al campo con el perro y la bolsa de llevar el pan, ese “Aldo de guitarra” se adelanta al futuro y se anuncia solo, como si el viaje hubiese terminado, como si a esa flauta que tocaban arriba de la montaña, también se la llevaran los pájaros, “se te caerán los ojos de mirar ciudades corrompidas” canta desde la cima. ¿Por qué decide el autor llamar al poema y al libro “Un hombre canta”? Porque es desde su condición humana que mira el mundo y nos ofrece así un espejo en el que vernos.

Y siempre están la niebla, el sueño, el cielo, el río, y para coronar su canto, la palabra, gran protagonista de su libro más reciente titulado “Un poema no debe hablar”; un ars-poética donde nos ofrece reflexiones audaces y lúcidas en torno al lenguaje y a la poesía.

En su libro “El Elemento irracional en la poesía” Wallace Stevens establece una diferencia entre dos elementos que conviven en  ella y que producen esa tensión característica del género. Uno es el tema verdadero y el otro la ´poesía del tema. En la obra de Aldo Parfeniuk la poesía trasciende al tema y a sus posibles significados. Porque como bien señala Archibald Mac Leish (epígrafe de este último libro de Parfeniuk) “un poema no ha de significar, sino ser”.

“Un hombre canta” es un libro poderoso y genuino, abierto y conmovido, original y de todos los tiempos, uno de esos libros a los que siempre querremos volver.

Con esta antología, Aldo Parfeniuk ratifica su aseveración: un poema no habla, canta, canta, canta.

Abro el libro. Desconozco la primera palabra. Pienso; es por esas palabras que no conocemos que seguimos leyendo. La palabra es Quirca, el título de su primer libro. Su sonido evoca la parca y la pirca, la muerte y la piedra.

Me entero luego de que la quirca en Córdoba, es el quirquincho, y no me sorprende la coincidencia. Este animal que se refugia de la muerte en su caparazón de piedra. Al lado del título, entre paréntesis, un número: 1976, un año que es, para todo argentino, una palabra en sí misma. En este estado de inquietud comienzo a leer, sin la menor idea de que al hacerlo inicio un viaje, un viaje por la vida de un hombre que le ha puesto música a lo triste, a lo hermoso, a lo pobre,  lo que perdura, lo que se ha ido, lo que no existe, música a todo lo que amó.  En este viaje nos reúne, no como testigos, sino como creadores. Viajando por los poemas de Aldo Perfeniuk, sus lectores nos volvemos poetas.

Desde el primero al último libro, los diversos temas que atraviesan los versos dialogan entre sí y casi siempre reinciden en uno u otro poema.  Ya en los primeros poemas nos anuncia tres ejes de su obra, la muerte (el chelco) la Vida (en el poema Vida) y la ecología (en Ausencia del verde) Pero otros asuntos como el lenguaje, la amistad, el amor, también recorren el entramado de su poesía a lo largo de los 10 libros que componen esta antología, desde el año 1976  hasta el más reciente “Un poema no debe hablar”, publicado en el 2014.

Me interesa comenzar por el poema “Ausencia del verde” porque en él ya se vislumbra esta constante de toda la poética de Parfeniuk, su preocupación por el destino de nuestro planeta, por la naturaleza que se extingue y se corrompe. Pero no lo expresa con lamentos ni lugares comunes del ecologista común; el que habla es el poeta, y su visión única logra que el misterio detrás de las palabras nos asombre de tal manera que ya no podamos cerrar los ojos.

Aunque pocas veces habla directamente del hecho político, salvo algunas pocas excepciones, como “Quiero un país”, o “Los muertos (marzo de 1976)”, parecería sin embargo que la política en el mejor sentido de la palabra, impregna la totalidad tanto de su vida como su obra. Aparece sugerida, tácita, y  se cuela en los instantes de sus poemas, como en “Caída libre, libre” donde nos deja dilucidando: ¿Una caída libre, un suicidio? ¿O un viaje hacia el abismo por un túnel que devendrá en libertad?

Hay poemas a los que sentí la necesidad de volver una y otra vez; me gustaría mencionar algunos, como “Formas de la melancolía” donde nos transporta a Ucrania, de donde proviene su familia, en ese verso hermoso que define a la melancolía como “una troika que nunca deja de perderse en la nieve”, o el poema “El viaje” donde volvemos a oír al viajero del principio diciéndonos que nunca está solo porque su camino está hecho de esos seres, lugares y escenas, que se detiene a mirar; la flauta del pastor saludando al sol, la mujer de negro amasando su barro.

Dice en este poema: “Y cruzando el río-ese hilo transparente en cuyo lecho duermen peces-/encontraría/ otra vez /mirándose/ a la vida en mi vida”. 

En estos últimos versos guarda el secreto de su poesía; no es la vida de un hombre enramada en la vida planetaria sino al revés, el cosmos y la naturaleza se ven reflejados en una de sus criaturas, pequeña, palpable y efímera. Este hombre que canta a sus recuerdos, incómodo tal vez en su presente, se sincera hacia el final cuando nos dice: “pero si yo me fuera/ en el desvencijado ómnibus/ que llega del pasado, tal vez no volvería”

En la sección “Muertos que has de beber”, dedicado a gente cercana y querida que se ha ido, hay un poema especialmente conmovedor: “Pequeña historia del hombre que hacía nacer los libros” al que dedica al editor Alberto Burnichón, asesinado por la dictadura.

Del poema, “Agosto”, atesoro estos versos: “Perra cósmica, la luna vela/Su costilla guardiana/ceba este hambre/alimenta esta enfermedad/de triturar en la boca/palabras… ” o ese otro poema perturbador y al mismo tiempo hermoso, “El mensaje”, cito un fragmento:

 “uno vuelve a su casa/-a su pan, a su ropa- / a que le surzan la confianza/ en las manos” y le remienden el amor/  en los ojos  / y en silencio le digan  / aquí  /donde se come y se duerme y se sueña y se ama/ aquí se siente a veces/que el destino regresa/ a las líneas de las manos”.

En otros libros nos lleva a su Córdoba natal, con sus verdes bosques pero también sus espinas, nos habla del amor y al amor, y no olvidemos el poema que da nombre al libro “Un hombre canta”, poema triste y visionario, donde ese hombre que en su juventud se lanzaba al campo con el perro y la bolsa de llevar el pan, ese “Aldo de guitarra” se adelanta al futuro y se anuncia solo, como si el viaje hubiese terminado, como si a esa flauta que tocaban arriba de la montaña, también se la llevaran los pájaros, “se te caerán los ojos de mirar ciudades corrompidas” canta desde la cima. ¿Por qué decide el autor llamar al poema y al libro “Un hombre canta”? Porque es desde su condición humana que mira el mundo y nos ofrece así un espejo en el que vernos.

Y siempre están la niebla, el sueño, el cielo, el río, y para coronar su canto, la palabra, gran protagonista de su libro más reciente titulado “Un poema no debe hablar”; un ars-poética donde nos ofrece reflexiones audaces y lúcidas en torno al lenguaje y a la poesía.

En su libro “El Elemento irracional en la poesía” Wallace Stevens establece una diferencia entre dos elementos que conviven en  ella y que producen esa tensión característica del género. Uno es el tema verdadero y el otro la ´poesía del tema. En la obra de Aldo Parfeniuk la poesía trasciende al tema y a sus posibles significados. Porque como bien señala Archibald Mac Leish (epígrafe de este último libro de Parfeniuk) “un poema no ha de significar, sino ser”.

“Un hombre canta” es un libro poderoso y genuino, abierto y conmovido, original y de todos los tiempos, uno de esos libros a los que siempre querremos volver.

Con esta antología, Aldo Parfeniuk ratifica su aseveración: un poema no habla, canta, canta, canta.

Abro el libro. Desconozco la primera palabra. Pienso; es por esas palabras que no conocemos que seguimos leyendo. La palabra es Quirca, el título de su primer libro. Su sonido evoca la parca y la pirca, la muerte y la piedra.

Me entero luego de que la quirca en Córdoba, es el quirquincho, y no me sorprende la coincidencia. Este animal que se refugia de la muerte en su caparazón de piedra. Al lado del título, entre paréntesis, un número: 1976, un año que es, para todo argentino, una palabra en sí misma. En este estado de inquietud comienzo a leer, sin la menor idea de que al hacerlo inicio un viaje, un viaje por la vida de un hombre que le ha puesto música a lo triste, a lo hermoso, a lo pobre,  lo que perdura, lo que se ha ido, lo que no existe, música a todo lo que amó.  En este viaje nos reúne, no como testigos, sino como creadores. Viajando por los poemas de Aldo Perfeniuk, sus lectores nos volvemos poetas.

Desde el primero al último libro, los diversos temas que atraviesan los versos dialogan entre sí y casi siempre reinciden en uno u otro poema.  Ya en los primeros poemas nos anuncia tres ejes de su obra, la muerte (el chelco) la Vida (en el poema Vida) y la ecología (en Ausencia del verde) Pero otros asuntos como el lenguaje, la amistad, el amor, también recorren el entramado de su poesía a lo largo de los 10 libros que componen esta antología, desde el año 1976  hasta el más reciente “Un poema no debe hablar”, publicado en el 2014.

Me interesa comenzar por el poema “Ausencia del verde” porque en él ya se vislumbra esta constante de toda la poética de Parfeniuk, su preocupación por el destino de nuestro planeta, por la naturaleza que se extingue y se corrompe. Pero no lo expresa con lamentos ni lugares comunes del ecologista común; el que habla es el poeta, y su visión única logra que el misterio detrás de las palabras nos asombre de tal manera que ya no podamos cerrar los ojos.

Aunque pocas veces habla directamente del hecho político, salvo algunas pocas excepciones, como “Quiero un país”, o “Los muertos (marzo de 1976)”, parecería sin embargo que la política en el mejor sentido de la palabra, impregna la totalidad tanto de su vida como su obra. Aparece sugerida, tácita, y  se cuela en los instantes de sus poemas, como en “Caída libre, libre” donde nos deja dilucidando: ¿Una caída libre, un suicidio? ¿O un viaje hacia el abismo por un túnel que devendrá en libertad?

Hay poemas a los que sentí la necesidad de volver una y otra vez; me gustaría mencionar algunos, como “Formas de la melancolía” donde nos transporta a Ucrania, de donde proviene su familia, en ese verso hermoso que define a la melancolía como “una troika que nunca deja de perderse en la nieve”, o el poema “El viaje” donde volvemos a oír al viajero del principio diciéndonos que nunca está solo porque su camino está hecho de esos seres, lugares y escenas, que se detiene a mirar; la flauta del pastor saludando al sol, la mujer de negro amasando su barro.

Dice en este poema: “Y cruzando el río-ese hilo transparente en cuyo lecho duermen peces-/encontraría/ otra vez /mirándose/ a la vida en mi vida”.

En estos últimos versos guarda el secreto de su poesía; no es la vida de un hombre enramada en la vida planetaria sino al revés, el cosmos y la naturaleza se ven reflejados en una de sus criaturas, pequeña, palpable y efímera. Este hombre que canta a sus recuerdos, incómodo tal vez en su presente, se sincera hacia el final cuando nos dice: “pero si yo me fuera/ en el desvencijado ómnibus/ que llega del pasado, tal vez no volvería”

En la sección “Muertos que has de beber”, dedicado a gente cercana y querida que se ha ido, hay un poema especialmente conmovedor: “Pequeña historia del hombre que hacía nacer los libros” al que dedica al editor Alberto Burnichón, asesinado por la dictadura.

Del poema, “Agosto”, atesoro estos versos: “Perra cósmica, la luna vela/Su costilla guardiana/ceba este hambre/alimenta esta enfermedad/de triturar en la boca/palabras… ” o ese otro poema perturbador y al mismo tiempo hermoso, “El mensaje”, cito un fragmento:

“uno vuelve a su casa/-a su pan, a su ropa- / a que le surzan la confianza/ en las manos” y le remienden el amor/  en los ojos  / y en silencio le digan  / aquí  /donde se come y se duerme y se sueña y se ama/ aquí se siente a veces/que el destino regresa/ a las líneas de las manos”.

En otros libros nos lleva a su Córdoba natal, con sus verdes bosques pero también sus espinas, nos habla del amor y al amor, y no olvidemos el poema que da nombre al libro “Un hombre canta”, poema triste y visionario, donde ese hombre que en su juventud se lanzaba al campo con el perro y la bolsa de llevar el pan, ese “Aldo de guitarra” se adelanta al futuro y se anuncia solo, como si el viaje hubiese terminado, como si a esa flauta que tocaban arriba de la montaña, también se la llevaran los pájaros, “se te caerán los ojos de mirar ciudades corrompidas” canta desde la cima. ¿Por qué decide el autor llamar al poema y al libro “Un hombre canta”? Porque es desde su condición humana que mira el mundo y nos ofrece así un espejo en el que vernos.

Y siempre están la niebla, el sueño, el cielo, el río, y para coronar su canto, la palabra, gran protagonista de su libro más reciente titulado “Un poema no debe hablar”; un ars-poética donde nos ofrece reflexiones audaces y lúcidas en torno al lenguaje y a la poesía.

En su libro “El Elemento irracional en la poesía” Wallace Stevens establece una diferencia entre dos elementos que conviven en  ella y que producen esa tensión característica del género. Uno es el tema verdadero y el otro la ´poesía del tema. En la obra de Aldo Parfeniuk la poesía trasciende al tema y a sus posibles significados. Porque como bien señala Archibald Mac Leish (epígrafe de este último libro de Parfeniuk) “un poema no ha de significar, sino ser”.

“Un hombre canta” es un libro poderoso y genuino, abierto y conmovido, original y de todos los tiempos, uno de esos libros a los que siempre querremos volver.

Con esta antología, Aldo Parfeniuk ratifica su aseveración: un poema no habla, canta, canta, canta.

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