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48 años sin Héctor Oesterheld, el eternauta de la memoria

Editorial

La desaparición forzada de Héctor Oesterheld el 3 de junio de 1977 y su posterior asesinato a manos de la dictadura cívico-militar argentina no solo arrebataron la vida de uno de los más brillantes escritores de historietas, sino que intentaron silenciar una voz profundamente comprometida con la justicia y la resistencia. Sin embargo, como en su obra maestra El Eternauta, Oesterheld logró trascender el tiempo y la opresión: su legado se convirtió en memoria imborrable, un símbolo de lucha que sigue navegando en la conciencia colectiva.

Oesterheld fue secuestrado por las fuerzas represivas junto a sus cuatro hijas y sus yernos, todos víctimas del terrorismo de Estado. Su crimen fue pensar, crear y soñar un mundo más justo. Su obra, especialmente El Eternauta, pasó de ser una brillante ficción de invasión extraterrestre a leerse como una metáfora de la resistencia ante la opresión. Juan Salvo, el protagonista que enfrenta una amenaza invisible y letal, se transformó en un alter ego del pueblo argentino bajo la dictadura.

Pero la máquina del olvido fracasó. A diferencia de lo que pretendían los genocidas, Oesterheld no desapareció. Cada vez que alguien lee El Eternauta, cada vez que su historia se enseña en las escuelas o se discute en círculos literarios y políticos, el autor regresa. Su narrativa, cargada de humanismo y solidaridad, sigue interpelando a nuevas generaciones.

Hoy, Oesterheld es más que un escritor asesinado: es un faro de memoria. Su destino trágico se entrelaza con el de miles de desaparecidos, pero su arte lo mantiene vivo. En un país donde la lucha por la verdad y la justicia no cesa, la figura de Oesterheld y su obra son territorios de resistencia. Como Juan Salvo, que viaja por el tiempo para evitar el exterminio, Héctor navega eternamente en nuestra memoria, recordándonos que las ideas no se matan, que los relatos verdaderos siempre encuentran su destino.

La mejor forma de honrarlo es no olvidar, seguir leyéndolo y, sobre todo, no claudicar en la defensa de la democracia y los derechos humanos. Porque, al igual que en El Eternauta, la única derrota posible es el silencio.

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