En este momento estás viendo El Horizonte desnudo de Casilda Jáspez

El Horizonte desnudo de Casilda Jáspez

Por José Mª Cotarelo Asturias

 

Ya es verano en «Las Villas», un cortijo cercano a Castillo de Tajarja, este pueblo cercano a Granada que fue repoblado después de los años posteriores al final de la reconquista por cristianos llegados de Murcia y de Castilla la Nueva. Huele a jaramagos y a ortigas y en la trama de los olivos comienzan a cuajar las aceitunas. A lo lejos, con la mano puesta en la frente, una poetisa, otea el horizonte. Son paisajes bien conocidos desde su infancia, revividos de tarde en tarde en las esquinas de la memoria y ahora en las desnudas páginas de este poemario que ve la luz entre nubes, olor a campo y pan amasado en las artesas.

 

El libro está maquetado e impreso por «labuenaimpresión» con un acertado diseño y un cuidadoso mimo, que hace augurar un futuro prometedor para esta nueva empresa granadina.

 

Casi, que tiene un anterior poemario «A dos voces» compartido, con Mª Ángeles Sánchez y un libreto de microrrelatos, «Retazos de una vida cualquiera», figura también en la Antología de Letraheridos de Hospital y en la I Antología de la cacharrería, compilada por este consolidado grupo de escritores cuyo lema es amistad y literatura.

 

El poemario está dividido en tres partes: «Brisa de otoño», «Hojas caídas» y «Esplendor en el aire», salpicado con citas de Henry D. Thoreau, Carlos Guido, E. Dickinson, Borges o Miguel Hernández, tan del gusto de Jáspez.

 

En la dedicatoria a sus padres » que nunca se fueron», incluye también a sus compañeros letraheridos. La madrina del grupo Mercedes Rodríguez del Castillo, en el prólogo nos advierte que: «Horizonte desnudo es un poemario intimista y puro, en el que su autora se desprende de todo artificio, como los árboles se despojan de sus hojas en otoño… A lo largo de los versos se van mezclando las emociones, la melancolía o la pesadumbre se alternan con la esperanza y la premonición de dicha, con la fuerza vital de un alma que no se rinde». Mercedes desglosa en su introducción el poemario en sus distintas partes, evocando las sensaciones que cada una de ellas puede provocar en el lector. Así de la segunda parte dirá: «Es una elegía no solo al otoño que tan bellamente describe, es además un canto al renacer de uno mismo, un rechazo al desaliento, un destello de fe y de constancia». No en vano Casilda desarrolla parte de su labor profesional en las cosas del alma, que para el corazón ya está la esencia que de él nutre a la poesía. Conviene aquí recordar lo que Pierre-Guilles Gueguen en su “Pouétes de Pouasie” refería, cuando decía que “tanto en la escritura poética como el psicoanálisis, desnudan la relación singular que cada uno tiene con el goce, y esto en el seno de sus respectivas prácticas”.

 

Es un poemario fácil de leer, quizá porque en la sencillez se encuentre lo profundo, en la palabra nuestra de cada día: «Bailé con mi vestido de seda/ fui princesa y fui mendiga. / Rompí mis zapatos de cristal/ en el camino, pero viví/ deseé, soñé, amé». Libro adentro, en el poema X escribe: » Existe algo eterno en el tiempo, /una eternidad de nosotros mismos/ en eso que repetimos» y en el XLVII nos deja dicho: «Quiero quedarme/ con la autenticidad del poema/ la amabilidad de la luz/ la lealtad del cisne, / el amor sin trampa».

 

Comparto con Manuela Padial Sánchez, otra gran letraherida, cuando en la contraportada del libro escribe: «Casilda Jáspez nos invita a jugar con la memoria y la palabra para evocar la sentimentalidad del otoño, para admitir la nostalgia como estado filosófico de ver y entender las emociones… La palabra se hace pensamiento y música en este poemario de fácil lectura y hondo contenido, que más allá del recuerdo, nos insta a retomar el compromiso ineludible con la esperanza». Y con esa esperanza revivida quedamos a la espera de nuevos trabajos de esta artista, que desnuda, como su horizonte, los sentimientos, para acercarse al mundo, para ser raíz de su tiempo, para ponerle nombre a los silencios, para decir lo que quiere con hondura, con valentía, para hacer que el que la lea se quede por un rato acunado en su melodía poética más allá del tiempo o del olvido.

 

La poeta baja la mano de la frente. El sol se esconde detrás de “Las Villas”. Queda la tierra largamente acariciada, el nombre de los suyos escrito en cada surco, y un fragmento de su alma inscrita en las páginas del horizonte desnudo. Y en el viento.

 

Deja una respuesta