En este momento estás viendo In Memoriam Johann Sebastian Bach, el arquitecto de lo eterno

In Memoriam Johann Sebastian Bach, el arquitecto de lo eterno

En un mundo de canciones desechables y famas efímeras, la música de Johann Sebastian Bach permanece como un río subterráneo que nunca cesa. Hablar de Bach no es evocar un mausoleo del Barroco, sino descubrir un lenguaje vivo que sigue interrogándonos. Más que un compositor, es un continente sonoro donde confluyen la precisión del relojero y el éxtasis del místico.

Este hombre que se veía a sí mismo como un humilde artesano – un kantor encargado de enseñar a niños, afinar órganos y componer cantatas dominicales en Leipzig – tejía en lo cotidiano universos de complejidad insondable. Sus fugas no son ejercicios académicos; son catedrales donde cada voz, independiente y soberana, se entrelaza en un diálogo perfecto. Tomemos El clave bien temperado: lejos de ser un simple manual para estudiantes, fue un acto revolucionario que expandió las fronteras del sonido al demostrar las posibilidades de la afinación moderna. Bach no buscaba romper moldes, pero al llevar formas existentes como la fuga o la pasión a su límite extremo – como en ese laberinto de genio que es La Ofrenda Musical, tejida sobre un tema regio – las transfiguraba en algo nuevo y eterno.

«Soli Deo Gloria» («Solo a Dios la gloria») inscribía al final de sus partituras, pero su música trasciende lo meramente religioso. Es una puerta abierta a lo trascendente. En La Pasión según San Mateo, el sufrimiento bíblico se vuelve carne y hueso, con coros que sacuden el alma y arias que acarician la herida humana. Y en esa mente prodigiosa, hasta los números cantaban: ocultaba simbolismos, como el cifrado de su propio apellido (B+A+C+H = 14), creyendo en un orden cósmico que la música podía revelar.

¿Por qué este silencioso kantor de Leipzig sigue siendo una presencia insoslayable? Su eco es imparable. Resuena en Mozart que lo estudiaba con fervor, en los Beatles que tomaron su inspiración, en el jazz que se nutre de sus progresiones, incluso en el techno que samplea su pulso matemático. Su famoso «Ave María» (en realidad un preludio suyo arropado por Gounod) es solo la punta del iceberg de una presencia ubicua: en bodas, en el cine – el escalofrío del «Contrapunctus» en El silencio de los corderos – o en la sonda Voyager llevando su Preludio en Do Mayor al espacio interestelar. Einstein captó su esencia: escucharlo es sentir que el universo tiene sentido. Bach funde la lógica más rigurosa – sus fugas son ecuaciones de pura belleza – con una emoción que conmueve al niño que toca su primer minueto y al científico que analiza su estructura.

En nuestro siglo de ruido y distracción, Bach no es música de fondo. Es un desafío. Exige una escucha activa, una entrega. Los Conciertos de Brandeburgo no suenan a reliquia; brotan con una frescura que desmiente los siglos. Bach no pertenece al XVIII. Es un contemporáneo esencial, un antídoto contra la fugacidad. Su pentagrama fue un mapa para navegar lo infinito, demostrando que el verdadero arte, cuando alcanza esta altura, no envejece: simplemente es. Un latido constante que sigue marcando el tiempo profundo del alma humana.

Como dijo el director Nikolaus Harnoncourt:  «Bach no es de este mundo; nos prestó su música para vislumbrar el otro».

Bonus

Deja una respuesta