La literatura argentina encuentra en Tomás Eloy Martínez (1934-2010) a un gigante cuya sombra, lejos de acortarse, se alarga con los años. Su vasto territorio narrativo está atravesado por una obsesión lúcida y persistente: descifrar la enigmática, violenta y apasionada historia argentina del siglo XX. Más que un cronista o historiador convencional, fue un arqueólogo de la memoria nacional, un tejedor que usó los hilos de la ficción para recomponer el tejido roto de la realidad.
La dictadura militar que lo exilió en 1975 no solo lo desterró geográficamente; lo convirtió en un exiliado de la memoria colectiva. Desde Venezuela y luego Estados Unidos, su mirada se volvió hacia atrás con intensidad febril. Figuras como Juan Domingo Perón y Eva Perón no fueron meros personajes históricos para él; fueron mitos vivos, fantasmas que habitaban el presente argentino, símbolos de un país desgarrado por el fanatismo y la búsqueda de identidad. Obras fundamentales como «La novela de Perón» y la monumental «Santa Evita» nacen de esta obsesión. No buscaba la mera reconstrucción factual, sino penetrar el corazón del mito, explorar cómo se forjan las leyendas colectivas y cómo estas modelan – y a veces deforman – el alma de un pueblo. Investigaba con meticulosidad académica para luego sumergirse en la subjetividad más profunda, dando voz a la incertidumbre, al rumor, a la versión nunca contada. Para TEM, la historia era un organismo palpitante, lleno de zonas grises y verdades incómodas que solo la literatura podía iluminar.
Su escritura es una maravillosa paradoja. Heredero del periodismo de precisión, forjó un estilo narrativo de aparente transparencia, sobrio y controlado, pero cargado de una potencia simbólica y lírica que estalla en momentos precisos. Evitó los excesos barrocos, prefiriendo una prosa limpia, eficaz, casi periodística en su base, que se eleva hacia lo poético cuando la emoción o el absurdo de la historia lo exigen. Es el realismo mágico aplicado con bisturí: lo fantástico irrumpe no como alarde, sino como consecuencia lógica de una realidad ya de por sí desmesurada. ¿Acaso la peregrinación del cadáver embalsamado de Evita no supera cualquier ficción? Eloy Martinez lo narró con rigor documental y alucinación controlada, haciendo palpable lo insólito. Sus diálogos son certeros, sus descripciones, minimalistas pero reveladoras, logrando que lo investigado se transmutara en experiencia vivida.
El legado de Tomás Eloy Martínez en la literatura argentina y latinoamericana es profundo e indeleble. Renovó radicalmente la novela histórica, demostrando que la ficción podía ser un instrumento más poderoso que la historiografía tradicional para explorar traumas nacionales, mecanismos del poder y la construcción de mitos. Fue, simultáneamente, un maestro del periodismo narrativo, elevando la crónica y el reportaje a la categoría de arte, mostrando que la investigación rigurosa y la belleza literaria son complementos esenciales para capturar la complejidad humana. Como cartógrafo incansable de la memoria, su insistencia en narrar el pasado traumático – la dictadura, el peronismo, las fracturas sociales – fue un acto de resistencia contra el olvido y la impunidad, colocando la memoria colectiva en el centro del proyecto literario. Su obra, al borrar fronteras rígidas entre novela, crónica, testimonio y ensayo, creó un territorio híbrido y fértil que amplió las posibilidades expresivas del relato. Su influencia se extiende como una sombra alargada sobre generaciones posteriores, nutriendo a autores que exploran lo real con herramientas literarias sofisticadas.
Tomás Eloy Martínez no solo narró la historia argentina; la interrogó, la diseccionó y, en última instancia, la reinventó literariamente para que pudiéramos comprenderla en toda su dimensión trágica, absurda y fascinante. Su obsesión fue un acto de amor y necesidad vital por un país que lo marcó y al que él, desde la palabra precisa y la imaginación deslumbrante, ayudó a descifrar. En un mundo aún plagado de silencios y relatos oficiales, su voz clara, su mirada lúcida y su inquebrantable compromiso con la memoria siguen siendo faros indispensables. Leerlo es emprender un viaje esencial al corazón de una Argentina que sigue buscando, en la urdimbre de su pasado, el hilo de su propio relato.