En este momento estás viendo Camarón de la Isla: el terremoto gitano que redibujó el Flamenco

Camarón de la Isla: el terremoto gitano que redibujó el Flamenco

La historia del flamenco se fractura en dos mitades: antes y después de José Monge Cruz, Camarón de la Isla. Nacido en la pobreza de San Fernando (1950), este genio gitano no solo dominó el cante jondo: lo descompuso, lo rearmó y lo lanzó hacia lo imposible. Su voz —un quejío que excavaba en las entrañas humanas— fue el puente entre la tradición milenaria y una revolución que aún sacude el arte español.

Criado entre latas de gasolina en el barrio de Las Callejuelas, Camarón respiró el flamenco como supervivencia. A los ocho años ya ganaba pesetas cantando en trenes y ventas; a los dieciséis, su encuentro con Miguel de los Santos en la Venta de Vargas lo consagró como fenómeno. Pero su grandeza radicó en negarse a ser un eco del pasado. En sus diez discos legendarios con Paco de Lucía (1969-1977), forjó un estilo único: una voz áspera como cardo y dulce como miel quemada, capaz de transmutar la siguiriya en confesión universal. Cada copla era un desgarro íntimo, cada tango un mapa del alma.

Su adaptación de García Lorca en «La leyenda del tiempo» fue solo un episodio —brutalmente significativo— de su insurgencia. Al grabar «Nana del caballo grande» con guitarras eléctricas de Raimundo Amador y Tomatito, sintetizadores y cajón peruano, no solo democratizó la poesía culta: declaró la independencia creativa del flamenco. Los puristas lo acusaron de herejía, pero él respondió con más verdad: «El cante no tiene dueño». Aquel disco no fue un experimento aislado, sino la explosión controlada de una búsqueda que había iniciado años atrás: reducir el arte a su esqueleto emocional, donde el duende dejaba de ser técnica para convertirse en sangre y nervio.

La revolución de Camarón operó en tres dimensiones eternas. Transformó la voz en paisaje sonoro: alargó quejíos hasta el límite, susurró coplas como secretos, rompió métricas con libertad de jazzista. Sus interpretaciones de «Como el agua» o «Tango del alma» eran catedrales de dolor y belleza. Convirtió lo gitano en universal: llevó el cante jondo al Teatro Real (1987) sin domesticarlo, consagrando el flamenco como arte mayor ante el mundo. Y sembró la semilla de la fusión: al mezclar rock, blues y jazz, abrió veredas por donde luego transitarían Ketama, Pata Negra y las vanguardias del siglo XXI.

Murió a los 41 años (1992), pero su voz nunca calló. Su funeral en La Isla reunió a miles gritando «¡Camarón, no te marches!». Hoy, su espíritu habita en cada artista que desafía los dogmas: en el quejío profundo de Estrella Morente, en el coraje de Diego el Cigala, en la osadía de Rosalía. Su rebeldía ética inspira a quienes entienden que la tradición no es museo, sino fuego que se renueva. Camarón no solo interpretó a Lorca: encarnó su verso «Verde que te quiero verde» en la piel del flamenco. Demostró que este arte no es jaula, sino pájaro con alas de libertad. Como él mismo advirtió: «El cante es como el agua: nadie puede ponerle puertas». Y su corriente sigue inundando el mundo.

Deja una respuesta