La obra de Michel Foucault (1926-1984) representa uno de los aportes más incisivos y originales a la filosofía contemporánea. Su pensamiento, situado en los márgenes de la tradición crítica occidental, desmontó las estructuras ocultas del poder y cuestionó los fundamentos mismos de la sociedad disciplinaria. A medio camino entre la historia, la sociología y la filosofía, Foucault nos legó un método —la «arqueología del saber»— y una ética de la resistencia que siguen vigentes en el debate intelectual.
Foucault rechazó la concepción clásica del poder como un ente monolítico, concentrado en el Estado o en las clases dominantes. En su lugar, propuso entenderlo como una red de relaciones dispersas, productivas y cotidianas. En obras como Vigilar y castigar (1975), demostró cómo el poder no solo reprime, sino que también produce sujetos, conocimientos y normas. La prisión, la escuela, el hospital y el manicomio son instituciones que, mediante técnicas de vigilancia y control, moldean cuerpos y mentes.
Su famoso concepto de biopoder —desarrollado en Historia de la sexualidad— reveló cómo, desde el siglo XVIII, el poder comenzó a administrar la vida a través de mecanismos como la demografía, la medicina y la sexualidad. Esta gestión de las poblaciones marca el surgimiento de las sociedades modernas, donde la política ya no se limita a «dejar morir», sino a «hacer vivir».
Foucault no fue un filósofo en el sentido tradicional. Su trabajo fue una crítica histórica de la razón, inspirada en Nietzsche y Kant. Mediante la genealogía (un método que rastrea los orígenes contingentes de las ideas), desnaturalizó conceptos como «locura», «sexualidad» o «delincuencia», mostrando que son construcciones históricas al servicio de sistemas de dominación.
Su análisis del discurso como herramienta de poder influyó en campos como los estudios culturales, el feminismo (Judith Butler) y el poscolonialismo (Edward Said). Además, su énfasis en la subjetividad —cómo nos convertimos en lo que somos— abrió caminos para repensar la libertad en un mundo de normas internalizadas.
Foucault murió en 1984, pero su obra sigue siendo un arsenal teórico para movimientos sociales. Su idea de que «donde hay poder, hay resistencia» alimentó luchas contra el autoritarismo, la discriminación y el control biopolítico (como se ve en debates sobre vigilancia digital o derechos LGBTQ+).
Sin embargo, su pensamiento también genera polémica. Algunos críticos lo acusan de relativismo o de negar la agencia humana. Otros señalan que su visión del poder, aunque penetrante, subestima la lucha de clases (como alegaron marxistas ortodoxos). No obstante, incluso sus detractores reconocen que Foucault cambió para siempre nuestra manera de entender la relación entre saber y poder.
En una era de algoritmos, panoptismos digitales y biopolíticas globalizadas, Foucault es más necesario que nunca. Su invitación a cuestionar lo dado, a desconfiar de las «verdades» instituidas y a practicar una libertad ética sigue resonando. Como él mismo escribió: «El conocimiento no está hecho para comprender, está hecho para tomar partido».