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La poesía de Leopoldo “Teuco” Castilla o la magia y el vértigo

Aproximación al libro “Leopoldo “Teuco” Castilla. Magia y Metafísica, Silencio y Deslumbramiento (Vinciguerra, Buenos Aires, 2025) a cargo de su autora. Publicado originalmente en el número 1074 de El Corredor Mediterraneo Digital.

Por Ana Guillot[i]

«Un libro sobre el Teuco. Eso me dijo, me pidió Osvaldo Rossi en nombre de la Fundación Argentina para la Poesía. Eso y, por encima de eso y desde aquel momento, el vértigo. Susto, ganas, felicidad, incertidumbre. Un colibrí entre les manos, latiéndome el costado. Agua mirando agua, una evanescencia o un diluvio. Y esa mesa tendida en la que siempre falta alguien. Casi dos años para leer y comentar su vastísima producción, aunque la conocía y hasta lo había analizado en mis grupos de taller literario. Pero la académica que también está en mí me llevó, obviamente, a repasar la obra completa (o casi). Sus libros me acompañaron durante todo el tiempo que duró este inefable encuentro con una de las escrituras más bellas y hondas que uno pueda imaginar. Y es que siempre me deslumbró, y sigue deslumbrándome.

La dicotomía a resolver era cómo lograr, justamente, correrme de un tono académico-universitario para acceder a un modo más cercano o intimista pero que, al mismo tiempo, no pareciera sensiblero o demasiado evanescente. ¿Cómo alcanzar su estatura y describirla? ¿Cómo analizar y contar, pero no taxativamente? O, al menos, sin preñar un texto crítico sino un hilado que pudiera parecerse a un viaje. Un viaje entre él, el lector y yo. Un viaje que incluyera todos los puntos de vista posibles y que, por lo tanto, nos habilitara a entrar desde lo subjetivo (íntimo, personal) para asentarnos en donde cada uno quisiera y de la manera en que también cada uno quisiera y/o pudiera. Un viaje como los tantos que él mismo realizó y que le dejaron uno o varios libros como corolario.

Por otro lado, nos queremos, somos amigos. Aumenta entonces la tensión. “Que le guste”, pensaba, pensé, estuve pensando[ii] durante todo ese tiempo. Y que esté a tono con él. Y fue así, poco a poco, como, seguramente, el misterio me guió, fue guiándome.

El título resume la experiencia. Magia, porque él lo es: un prestidigitador (hierofante, chamán de la palabra); alguien que no sólo saca conejos de una galera, sino que habita el universo y se deja habitar por él. Y Metafísica, porque lo esotérico (o el misterio, otra vez) derrumba todas las barreras de lo estrictamente real (observable, palpable, sensorial) y avanza desde la física (¿cuántica?) hasta lo ontológico/universal del cosmos. Entonces Silencio: arrobamiento, esplendor, sorpresa, asombro frente alguien que nos lleva, va llevándonos siempre hacia nuestra mejor versión o, ¿por qué no y sobre todo?, al niño/a que somos y que no claudica, sino que reverdece ante sus propuestas. Silencio que no es palabra ausente sino un corredor tan amplio como el lector quiera/pueda concebir. El viaje interior, entonces. Ulises[iii] guía, seguimos. Por lo tanto, y finalmente, Deslumbramiento. “Turbación de la vista por luz excesiva o repentina” dice el Diccionario de la Real Academia Española. Y sí. Luz absoluta, casi innombrable. Una cegadora luz que, sin embargo, ilumina cada costado o recoveco.

Su vastísima obra ha sido ordenada en tres bloques:

Poesía de la física y el universo:

Incluye: Versión de la materia, Campo de prueba, Teorema natural, Línea de fuga y Poesón (al universo).

Los días humanos:

Incluye: El espejo de fuego, La lámpara en la lluvia, Generación terrestre (“libros primerizos que reuní resumidos por si los publicara en alguna reedición pero que descarto de mi bibliografía”), Nunca, El amanecido, Manada, Como si hubiera pasado una garza y Las coplas de los misterios.

Canto al planeta:

Agrupa en once tomos los libros escritos en sus viajes por un centenar de países en los cinco continentes: Baniano, Libro de Egipto, Bambú, Coirón, Guarán, Tiempos de Europa, Viento Caribe, La última piel del mundo, Ngorongoro, Jerusalén y El tigre de Dios

En un cuarto bloque se incluirían: El don del Alabado (que podría ubicarse también en Canto al planeta), La balada de las máscaras y Los tres espejos (los dos últimos, de reciente aparición). La balada de las máscaras son poemas inspirados en la colección de máscaras de Luisa Valenzuela; y Los tres espejos, poemas a partir de pinturas de Gabriela Aberastury y Mariano Cornejo.

Editó igualmente varias antologías. Entre otras, la del Fondo Nacional de las Artes (2001), la de Monte Ávila (Caracas, 2008), Le Voleur de Tombes (L´Oreill du Loup, París, Francia, 2009), Era el único planeta que cantaba (Editorial Visor, Madrid, 2016), Nacer incendia (Summa, Lima, Perú, 2016), Il pendolo del mondo (Raffaelli Editore, Italia, 2018; traducción Emilio Coco), El ejército de terracota (Pen Press, Nueva York, USA, 2019-Plaqueta) y Poesía de la física (Editorial Caletita, Monterrey, Méxic, 2022).

En narrativa: Odilón (edición de la Dirección de Cultura, Salta, 1975); La luz Naranja (edición de la Diputación de Soria, Soria, 1984); La Canción del Ausente (Ciudad Gótica, Santa Fe, 2006; segunda edición aumentada, Desde la gente, Buenos, Argentina, 2010) y El Arcángel (novela; Catálogos, Buenos Aires, 2007; Uniediciones, segunda edición, Colombia, 2019).

También es autor de canciones del folklore argentino y de obras para teatro de títeres. Y ha sido traducido al inglés, francés, griego, italiano, sueco, alemán, portugués, chino, turco, macedonio, árabe y ruso.

Multipremiado, tanto en el ámbito nacional como en el internacional, es fundador, junto a los poetas Aldo Parfeniuk y Pedro Solans, del Movimiento para la creación de los Bosques de la Poesía y Conasud (Convocatoria Nacional por una Ley que declare a la naturaleza sujeto de derechos). A partir de esta iniciativa se han fundado bosques y centros culturales al aire libre en Argentina, y en otros países latinoamericanos y España.

De esta manera entré y creció el deslumbramiento. Porque sentí desde mi propia raíz (y cito párrafos del libro porque ya no podría decirlo de otra manera) que “la semilla comienza a ser pájaro y se funde en la nube, que es líquida, y entonces se hace humana y luego lluvia, o cauce o derrumbe”[iv]. Es aconsejable, pues, “dejarse llevar todo el tiempo (si es que existe el tiempo) por una cosmología abierta a cualquier pregunta o incitación”[v]… “Sentir que todo está en todo y lo uno en lo múltiple (y viceversa).”[vi] “La poesía de Leopoldo Teuco Castilla parece (¿es?) inasible. Como la luz, ella se expande en cada uno de sus libros, los prolifera; pero también se escapa: está, la vemos, nos emociona, nos asombra, aunque parezca imposible adueñarse totalmente de ella. Y qué suerte. Porque entonces sus versos tienen siempre algo más para mostrar o para cuestionarnos o, definitivamente, para negar. Como una alucinación su universo se despliega y, aún alucinados, es posible llegar a cierta anagnórisis: algo se revela, se oculta, late, desaparece, pero igualmente se impone.” [vii]

En su obra “aparecen, se resguardan y autoabastecen muchos temas: el ser humano, la naturaleza, el cosmos, la física cuántica hecha metáfora, el ámbito de lo sagrado y todo cuanto ello conlleva. Resulta imposible no leerlo abriendo capas y capas: emociones, sentimientos, sueños, avances y resistencias, revelaciones, retrocesos. La dinámica del universo puesta en imágenes, metáforas, comparaciones, preguntas retóricas, aliteraciones, oxímoron y, por encima de los tropos y/o recursos, un ritmo absolutamente personal. Podría hablarse hasta de un ritmo basado en los silencios o a partir de ellos. Silencios (o espacios, o desplazamientos) tan necesarios para, justamente, dejarnos anhelantes y reflexionando. Ni más ni menos que la enunciación del proceso vital, sus duelos y renacimientos. Tan amplio y vasto. Tan abarcativo en su expansión y asociaciones.”[viii]

Sus creencias o visiones también me llevaron a asociarlo con algunas experiencias que Gabriel García Márquez refiere en el magnífico reportaje que le hace Plinio Apuleyo Mendoza en “El olor de la guayaba”[ix]. Y ahí se me abrió, entonces, otro mundo: el de lo que creemos que es superstición y es, tal vez y sin embargo, una tácita unión entre lo real y lo supra real/sensorial. Algo inasible, aunque fundante y siempre inefable. Por eso incluyo algunos comentarios al respecto de la escritora María Malusardi[x] y el maravilloso prólogo de Claudio Lomenzo en Gong. Ambos interpretan e ilustran, con enorme lucidez, este aspecto central en la vida y obra de Teuco.

Después, ya está dicho, dejarse llevar. Por sus tropos, ritmos y silencios. Tan hondos a veces que vuelven a dejarnos anhelantes. Leamos/viajemos juntos:

De “Teorema natural”:

El agua

A Salvador Garmendia

Hagamos de cuenta

que yo no sé qué la lluvia

sólo ocurre en la palabra lluvia

que cae en sentido inverso al espacio

y es

porque deja de ser

como tu ojo deja de ser ojo

y es caballo

al mirar un caballo

no es natural

que llueva

es natural

que tiembles

que temas a la lluvia


que eres casi todo agua

construyes una casa

en nombre de la palabra hombre


agua creyente

te proteges del horror de caer

dices: lluvia

y eres agua

mirando agua.

“¿Somos, pues, una especie líquida? ¿Es la palabra la que nos define y, por lo tanto, nos construye?, ¿o al revés? Cabe mi insistencia: lo mejor de este enorme poeta es que no define taxativamente, ni sentencia, ni concluye. A veces define. Pero, generalmente, cuando lo hace, reabre la incisión.” [xi]Y, tal vez por eso, aparecen las fugas.[xii]

 

Fuga del pez

La trucha arcoíris

al remontar el río

rejuvenece para morir.

El secreto

está en el agua

que huye siempre a su pasado

el pez

que es un lento instante

ya se ha fugado

del instante de su muerte

por el agua

que no tiene presente.

Y junto al pez fugan también la piedra, la sombra, el fuego, el pájaro, y hasta nosotros. Quizás por eso la mesa, aunque poblada siempre nombra una ausencia:

De “El amanecido”

La mesa de mis dioses

a Pedro González

Bebo con mis dioses,

con Xangó, dios del trueno, protector

del ebrio y del amante,

a quien he visto desimantar a las bahianas

marearlas
como si dentro les copulara una bandera,

que descendió en mí en Santiago de Cuba

por obra y gracia de Orula y de un babalao

cenizo
de cruzar la suerte de los hombres.

Bebo con Vishnú a quien no pude despertar

de su lento absoluto, cuando ascendiendo

una escalera enorme

lo vi yacer, sin mundo,

como una luna esperando el regreso del cielo.

Fue en Bali esa visión. La tierra

desaparecía
devorada por sus delicadezas.

Ofrendo y bebo con la Pachamama, porque le pertenezco

arbolito que yo soy y nunca alcanzo

río que me llamo y nunca vuelvo,

y con el Señor del Milagro,

que brillaba como un fruto

en el terror

en el luto

y el espejismo del alma de mis abuelos.

En la mesa, desnumerando, como suelen,

está el duende, con su mano de lana

y su mano de hierro

cicatrizando sus ojos debajo de la higuera.

Y el diablo, pobre hombre, aparecido en otra dimensión,

tahúr,
que sólo como música puede entrar a este mundo.

De pie, a mis espaldas, está mi muerto. Lo desconozco.

Me dijeron “es alto y tiene el pelo blanco. Lo cuida.”

Un extraño condenado a mi suerte,

un plenilunio de mi cuerpo. Y es que otras formas duran

para sostener tu forma

y están vacíos todos los nacimientos.

Y estoy yo, ateo, sin iglesias, milagroso.

Y en otro rincón, también yo, con siete años,

mirándome mirar

los sentires de mi madre

y a mi padre ardiendo,

maravillado,
herido
entre cantores difuntos.

Unos recién naciendo,

otros, en la muerte,

maldormidos,
nos amanecemos

aunque nunca llegue el día.

Estamos todos ocupando todo.

No falta nadie.

Y, sin embargo, la mesa está vacía.

Será necesario entonces cantarle al planeta, pienso. Y animarse a sentir que también nosotros, tal vez, hemos visto a Vishnu o a alguna otra divinidad, por lo menos a través de sus ojos:

De “Baniano. Sudeste”

VI

A Gonzalo Rojas

De entre todos alabo a Ganesh

el dios de cabeza de elefante.

Tiene la sabiduría

del que conoció con el cuerpo.

Cerró su mutación

(siempre el más increíble

es el más verdadero.)

Los mediodías

se apoyan

en una mariposa

una telaraña puede

sujetar al viento

porque él,

enorme,

danzó sobre un pie.

Desde entonces

lo débil

sostiene el firmamento.

Como él

somos nosotros

esta aleación

de la gravedad y el pánico.

¿Quién puede soportar

sin desfigurarse

el peso de sus sueños?

Alguien se cría en el fondo de uno

– y no es uno –

comiendo tus pedazos.

Sólo quien reconoce su otro animal

resiste lo sagrado.

Fue, va siendo posible, pues, realizar el viaje. Ir libro por libro, poema por poema, desgajando su universo para luego reconectarlo y, de este modo, percibir el misterio y la sacralidad. Ítaca está en cada uno de ellos. Pero, quiero ahora detenerme en “Baltasar” para tocar la fibra más íntima. Y es que, a pura poesía, Teuco nombra el dolor y lo engrandece:

De Retorno

Que salte yo

como un disparo de sol

del salar de tu futuro

y perfore

las narcóticas alas

con que ella se defiende,

los planos inversos

por donde vuela

se desdobla

y mata.

Voy a amputarle el nervio,

ese vértigo inmóvil

que la yergue,

a esperanzarle

el único ojo con que mira

y no recuerda

y cuando empiece a sentir

que por fin es alguien

le diré: este es tu nombre.

Para rematarla.

Entonces saldré a buscarte,

a desnumerarle arena por arena

sus desiertos,

de ventisquero en ventisquero

hasta apagarle la nieve.

Y borrarle el único lugar que no tenía.

Iré a lo más profundo

donde te ha soterrado

y entraré en tus tinieblas

como una luciérnaga

para que me sigas

por aquí,

por aquí, Baltasar,

por este caminito se vuelve al mundo.

Sólo un poeta como él, un verdadero protagonista[xiii] es capaz de poner en palabras ese dolor y no caer en golpes bajos ni oscuras tragedias. Teuco sobrevuela todo. Y hasta se sobrevuela a sí mismo. En este caso, con absoluta ternura.

Para finalizar, el libro incluye algún comentario acerca de su prosa y sus últimos poemas editados, una breve biografía y la enumeración de sus premios.

Y ahí está todo entonces. Imposible para mí ubicarlo en algún movimiento y/o generación. Prefiero quedar inmersa en esa copla que recitó en mi casa un sábado a la tarde y que sigue resonando, resonará para siempre.

Por último, y finalizando el trayecto, no sé si encontré el tono. La incógnita es, será permanente. Pero que a él le haya gustado mi trabajo es recompensa y alivio y, lo más importante, absoluto, inefable aprendizaje.»

[i] Ana Guillot. Profesora en Letras, docente secundaria y universitaria argentina. Coordina el taller literario Tangerina, y dicta seminarios de literatura, mitología y literatura oral en el país y en el exterior. Como docente ha publicado “El taller de escritura en el ámbito escolar” y “¿Querés que te cuente el cuento?”. Como poeta: “Curva de mujer”, “Abrir las puertas (para ir a jugar)”, “Mientras duerme el inocente”, “Los posibles espacios”, “La orilla familiar/La riba familiar” bilingüe castellano-catalán 2008 y 2019, reeditado en 2011 en castellano; en Italia, “La riva familiare”. Antologías personales: “Liquid/ambar”, “Polvo que late”, “Urubamba” y “La joya transparente”. En 2021, el poemario “taco de reina”. Como narradora, la novela “Chacana” (Perú, 2012). En 2014, “Buscando el final feliz (hacia una nueva lectura de los cuentos maravillosos)”, una lectura hermenéutica de dichos cuentos. Integra diversas antologías y colabora con publicaciones del país y del exterior. Fue invitada a participar de encuentros de poesía, foros de reflexión y universidades en su país y en el exterior. Ha sido traducida al inglés, catalán, árabe, alemán, italiano, polaco, portugués y francés.

[ii] Al modo como Juan José Saer concibe al tiempo en su cuento “La mayor”.

[iii] Homero, La Odisea.

[iv] “Leopoldo “Teuco” Castilla. Magia y Metafísica, Silencio y Deslumbramiento”. Pág 11

[v] Op. cit. Pág. 11

[vi] Op. cit. Pág. 11

[vii] Op. cit. Pág. 12

[viii] Op. cit. Pág. 13

[ix] “El olor de la guayaba”. Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1982.

[x] “De la naturaleza al cuerpo del lenguaje. La poesía de Leopoldo Castilla”.

[xi] Op. cit. Pág. 28

[xii] Op. cit. Pág. 28

[xiii] Tal es el título de la colección.

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