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La semiosis infinita: cuando el significado nunca deja de transformarse

¿Alguna vez, al volver a ver una película de tu infancia, descubriste matices que antes pasaron desapercibidos? ¿O escuchaste una canción que solías amar y, de repente, te resonó de manera completamente nueva? No es magia (o a lo mejor sí, en parte): es la semiosis infinita en acción, un concepto que revoluciona nuestra forma de entender el arte y la cultura.

El filósofo y semiólogo Charles Sanders Peirce propuso una teoría fascinante: los significados nunca son fijos ni definitivos. Todo —desde una canción hasta un meme, desde una novela hasta un gesto cotidiano— está en constante reinterpretación.

A diferencia de Saussure (Ferdinand de Saussure; Curso de Lingüística General, 1916) quien entendía el signo como una relación binaria (significante-significado), Peirce introdujo un tercer elemento dinámico: la interpretación (es decir, al sujeto). Para él, un signo (o representamen) no tiene sentido por sí solo, sino que remite a un interpretante, el cual, a su vez, se convierte en un nuevo signo que genera otra interpretación… y así, en un flujo sin fin.

Este proceso, infinito e ilimitado, tiene consecuencias profundas en cómo creamos y consumimos cultura: libera a las obras de una única interpretación. Autores como Jorge Luis Borges (con sus laberintos narrativos) o James Joyce (con la polisemia de Finnegans Wake) exploran deliberadamente esta apertura, invitando al lector a ser co-creador del sentido.

Peirce también destacó que lo ausente puede ser tan significativo como lo explícito. La «teoría del iceberg» de Hemingway o los silencios en la poesía de Emily Dickinson demuestran cómo lo que se omite activa la imaginación del lector.

Si el significado es infinito, toda creación dialoga con otras. La literatura posmoderna —como Rayuela de Cortázar— rompe con la linealidad y propone múltiples caminos de lectura, donde cada elección abre nuevos sentidos.

La semiosis infinita democratiza la interpretación: el texto no pertenece al autor, sino que se completa en cada lectura. Como señaló Umberto Eco en Obra abierta, el lector coopera activamente en la construcción del significado: obras clásicas como El Quijote o Cien años de soledad adquieren nuevas capas según el contexto histórico o la subjetividad de quien las lee. Incluso la literatura digital (hipertextos, narrativas interactivas) lleva este principio al extremo, permitiendo rutas infinitas y experiencias únicas.

Esta idea resonó en teóricos como Jacques Derrida con la deconstrucción, que cuestiona la estabilidad del significado, o Roland Barthes (en La muerte del autor), quien afirmó que los textos son «tejidos de citas» reinterpretadas por los lectores.

Pero la semiosis infinita trasciende el ámbito literario y académico: se manifiesta con igual fuerza en la cultura popular. Series como Los Simpson, que en los años 90 funcionaban como sátira familiar, hoy son interpretadas como aguda crítica social o incluso documento histórico. Lo mismo ocurre con los memes, que, mediante la constante resignificación de imágenes y frases, representan la semiosis infinita en su expresión más pura y dinámica.

La semiosis infinita nos recuerda que la literatura (y toda creación cultural) no es un monumento estático, sino un ente en evolución. Cada nueva mirada, cada contexto cambiante, enciende chispas de sentido imprevistas.

Conclusión: en el arte, como en la naturaleza, nada se pierde y todo se transforma.

 

 

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