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Editorial: La libertad de expresión, cimiento de la democracia

En el Día Mundial de la Libertad de Prensa, recordamos que el derecho a expresarnos sin miedo no es un privilegio, sino el oxígeno de toda sociedad libre.

Hoy, 3 de mayo, se conmemora en todo el planeta el Día Mundial de la Libertad de Prensa, una fecha establecida por la UNESCO para recordar que sin periodismo independiente, sin voces críticas y sin el derecho a disentir, la democracia se convierte en una farsa. En un mundo donde gobiernos autoritarios censuran medios, donde periodistas son asesinados por investigar corrupción y donde las redes sociales inundan el debate público con desinformación, defender la libertad de expresión no es una opción: es una obligación moral y política.

Un derecho bajo ataque
Los números son alarmantes: según Reporteros Sin Fronteras, más de 500 periodistas han sido encarcelados en el último año, y al menos 76 fueron asesinados por ejercer su oficio. Países como China, Rusia, Irán y Nicaragua han convertido la censura en política de Estado, cerrando medios independientes y persiguiendo a quien cuestione el poder. Pero incluso en democracias consolidadas, el periodismo enfrenta amenazas: concentración de medios en pocas manos, presiones económicas y campañas de desprestigio contra quienes informan con rigor.
Israel ha cometido ataques sistemáticos contra la prensa en Gaza desde el inicio de la ofensiva en octubre de 2023, según la Federación Internacional de Periodistas (FJP). Reporteros Sin Fronteras ha documentado bombardeos a medios, arrestos arbitrarios y restricciones de acceso para silenciar el cubrimiento del conflicto, mientras que la UNESCO condenó el ataque a edificios de prensa claramente identificados.

No hay democracia sin voces libres.
La libertad de expresión no es solo un derecho individual: es el termómetro de la salud democrática. Un pueblo que no puede acceder a información veraz, debatir ideas sin censura o exigir cuentas al poder está condenado a la manipulación. Como escribió Timothy Garton Ash: «En una sociedad libre, el derecho a ofender debe ser tan sagrado como el derecho a no ser ofendido». Esto no significa que todo discurso deba tolerarse (el odio, la incitación a la violencia y la desinformación maliciosa deben combatirse), pero sí que el Estado nunca puede erigirse en juez de lo que es «verdadero» o «correcto».

El peligro de la indiferencia
Lo más preocupante no es solo la censura abierta, sino la apatía ciudadana frente a ella. Cuando normalizamos que un gobierno cierre un medio, que un empresario compre medios para silenciar críticas o que un periodista sea amenazado por revelar escándalos, estamos cavando nuestra propia fosa. La libertad se pierde paso a paso: primero con leyes «contra las fake news», luego con presiones fiscales a medios críticos, después con prisión para quienes protestan.

Un compromiso urgente

En este día, debemos exigir:

– Protección real para periodistas, especialmente en países donde investigar el crimen organizado, la corrupción o los crímenes de guerra es una sentencia de muerte.

– Pluralidad en los medios, evitando monopolios informativos que distorsionan el debate público.

– Educación crítica para que las nuevas generaciones distingan entre información y manipulación.

– Defensa de las redes sociales como espacios libres, sin censura arbitraria, pero con responsabilidad ante discursos de odio.

En 1786, Thomas Jefferson advirtió: «Prefiero periódicos sin gobierno que gobierno sin periódicos». Dos siglos después, sus palabras permanecen en el imaginario colectivo. La libertad de expresión no es un regalo: es una conquista frágil que cada generación debe defender. Hoy, como ayer, recordamos a los mártires del periodismo —desde Daphne Caruana Galizia, Haroldo Conti, Verónica Guerin, hasta Javier Valdez y los más de 100 periodistas asesinados por Israel desde el 2023— y renovamos nuestro compromiso: sin libertad para pensar, escribir y preguntar, no hay futuro digno posible.

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