José María Arguedas, gran escritor peruano, y Sybila Arredondo, su esposa chilena, hicieron vida e historia en Perú que, como dice este texto, fue con responsabilidad social y amor al pueblo indígena andino y su cultura andina en Perú, sobre el cual escribió el maestro y cuyas obras literarias y antropológicas fueron recogidas, editadas y publicadas con el trabajo de Sybila y Carolina.
Sybila Arredondo, viuda de Arguedas fue capturada en 1985, supuestamente formando parte de una célula terrorista de Sendero Luminoso, fue absuelta dos veces en 1986 y 1987. Luego en 1990 es capturada nuevamente y en 1994 fue juzgada y sentenciada a cadena perpetua por delitos de sedición y terrorismo. Su sentencia fue revisada por un tribunal y su sentencia fue rebajada a 15 años.
En el gobierno del presidente Toledo fue liberada en el 2002 y se largó a Chile. Alberto Fujimori lamentó su captura y dijo, “José María Arguedas, jamás se hubiera imaginado que su bella esposa se hubiera convertido en una cruel terrorista”.
José María Arguedas se despide de Sybila Arredondo
Sybi, amor: He dejado en la U. Agraria un documento de tres hojas de estas, dirigidas al rector y a los estudiantes, y copia de la carta a Losada y del “Último diario”. Te dejo copia de mi especie de testamento, y fotocopia del documento al rector y alumnos.
Me voy de la vida sin más agobio que el de dejarte y dejar a Carolina. Pero verdaderamente tengo un cansancio incurable. Has de comprender que la cesantía es peor que la muerte para mí. Me asusta algo la congestión de cuestiones que mi desaparición ha de causarte. Pero tengo fe en tu fortaleza y tu generosidad para con nuestros semejantes, en tu decisión de realizar tu vida, como yo la he realizado, con menos temple pero quizá con algo más de amor.
Comprende y cree en esto: sin ti seguramente me habría extinguido antes. Te siento inocente y pura. Te pido algunas cosas, en nombre no solo de nuestro amor, sino de nuestros ideales:
Cuida la edición de los “Zorros”. Si Losada no lo aceptara como está, ofrécelo a Siglo XXI o quizá a una peruana. Ustedes, con E. A. (Westphalen), decidan si debe ir en el libro la carta a Losada.
Acepta los derechos de “Todas las sangres”, de “Dioses y hombres de Huarochirí”; te corresponden.
Gestiona tu montepío con Julio Salas. De inmediato te darán el 80 por 100 Creo que tiene derecho a otros pequeños de San Marcos y de la Agraria.
Guarda el zorrito de plata para Carolina. No sé cómo harás para que entienda mi desaparición.
Envíale a Celia la correspondencia con Fórum y si llega el anticipo envíaselo. Envíale el contrato con la Universidad de Chile.
“Todas las sangres”, que queda para ti, es mi mejor obra. No la rechaces. ¡No me rechaces! Creo que produje todo lo que de mí podía esperarse. Ojalá te quedes en Lima y te cases solo cuando estés muy segura. Te ruego seguir llevando mi apellido, cosa que anhelo con orgullo. Te admiro y te amo, aunque vimos que teníamos incompatibilidades fuertes que son inevitables siempre. Tú sabes bien con cuánta hondura te he amado, quizás con demasiada sujeción o dependencia. Pero así me formé. En cambio, tú eres, felizmente, un espíritu redondo, independiente y con una sanidad y autodefensa excepcionales.
Con los fondos de la Mutual puedes comprarte un departamento al año entrante o lo más pronto.
Cobra mi sueldo de la Unión Agraria de noviembre y mi pensión. No ha de haber inconveniente. En fin, creo que no tendrás angustias económicas por algún tiempo. Si decides irte a Chile tendrías ciertas perspectivas económicas inmediatas, pero el porvenir a largo plazo está aquí, creo, amor mío, para ti: el wayno, el huaylas, los campesinos quechuas a quienes has aprendido a amar. Ellos son ahora mi imagen, mi compañía, la continuación de nuestra tarea.
Las cartas con Hugo (Blanco) ve cómo las públicas. Ojalá él no se avergüence de mí, ni tú tampoco. He vivido y trabajado fuerte. En ti conocí el amor, el verdadero, pero no pudo florecer bien a causa de mis dolencias y acaso un poco la diferencia de sensibilidades y de la edad. No he podido desenrraizarme. Pero alcancé un estado de felicidad que, a instantes, como un insensato, lo consideré inmerecido.
Amor, sé que me comprenderás, que te elevarás por sobre todo y harás las cosas de modo que quedes firme y al servicio de nuestro pueblo. Te beso en tus ojos, que tanto he amado, que tanto he querido y que llegaron a ser parte de mí mismo.