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El Yo poético en el nombre de las horas perdidas de José Mª Cotarelo Asturias

(España). Casilda Jáspez es poeta y miembro del grupo literario «Letraheridos» del Hospital de Nuestra Señora de Las Nieves, de la ciudad de Granada.

 

El prestigioso poeta Álvaro Salvador y la escritora y editora Pepa Merlo asistieron a la presentación del libro de José María Cotarelo Asturias.

 

¿Qué nombre dar a esas horas perdidas del pasado que nunca se fueron prevaleciendo en la memoria y formando parte de nosotros mismos, esas horas de miedos, sorpresas, llantos, sueños, amor…? Son horas sin nombre que llevan todos los nombres de lo que ahora somos. José María Cotarelo Asturias en su nuevo poemario “El nombre de las horas perdidas” (Corprens editora, Argentina, 2023) hace un ejercicio de introspección y rememoración de su pasado, del que habla en la voz de un niño construido desde el recuerdo y la reflexión: “Ese niño que camina y camina/de atrás hacia delante” (poema I). Normalmente, el yo poético crea el poema en primera persona, y sobre todo en este caso en el que el poeta rememora su infancia; no ha podido ser de otra manera, y sin embargo, lo expresa en tercera persona, beneficiándose de la perspectiva que da ver las cosas desde la distancia al situarse fuera del personaje y haciendo que se pueda ahondar más en él, al no solo contar sino, también al interpretar.

 

En este poemario aparece un niño con un presente robado por el pasado que le precede; la muerte de su hermano nacido antes que él. Un niño que observa y calla, que mira la mañana lejos de él mismo que a veces se ve rodeado de una sensación trágica que no entiende, o escuchando historias tenebrosas, buscando el resguardo en sus sueños, huyendo de la niebla y de las sombras, encontrando un lugar en la invisibilidad, donde se siente seguro, fuerte, omnipotente.

 

 

El poemario está también repleto de vuelos, de pájaros, de un viento que lo acompaña con su levedad e invisibilidad a veces, y otras del que él mismo se apropia para volar libremente, el viento que también arrasa y se lleva los recuerdos. Aparece la fuerza de la naturaleza expresada en palabras que como la lluvia calan, aflorando en el recuerdo como relámpagos, como si de destellos de un flash se tratara; las noches largas de lluvia y tormenta, los amaneceres de escarcha, las montañas, los ríos. La serpiente, la víbora, las aves, la muerte siempre presente, la mirada dirigida a los otros mayores, a los viejos del pueblo, al abuelo; dándose cuenta de que forman parte de un pasado del que él mismo no puede sustraerse. El niño va madurando en el poemario y después de un niño lleno de recuerdos viene un niño más reflexivo, haciéndose preguntas existencialistas y reflexionando sobre la soledad del alma: “Saber que se está solo/ irremediablemente solo/ que el camino se ha borrado/ que nadie hay en la senda/ ni hacia adelante/ ni hacia detrás” (poema XLVII). La hora de los temores y las sorpresas también llega, la de los descubrimientos: “El niño aún no sabía/ que de las miradas inquietas/ nacen las incertidumbres/ y las mariposas” (Poema LXXI)

 

Aparecen los espejos para encontrarse o desdibujarse al mirarse y el verdadero reencuentro en la palabra, esa que nos precede y en la que existimos antes de haber nacido.

 

Con idas y venidas; de atrás hacia delante, de adelante hacia atrás, con ausencias y regresos, con pérdidas y ganancias, finaliza este poemario hecho con un lenguaje sencillo, cuajado de imágenes y bellas metáforas, donde el niño no deja de ser una de ellas, representando la infancia, pero también el niño es el hombre; la nostalgia convertida en llanto del alma. El niño es un niño con sus vivencias propias y subjetivas y en el hombre hay una universalidad en los sentimientos cuando uno está ante un acto de rememoración del pasado y aparecen esas preguntas eternas que todos nos hacemos y que él expresa diciendo: “Ya no hay forma de saber/ de qué hubiese sido capaz/ de no haber errado tanto” (Poema LXXXV ) El niño tiene miedo a crecer y al hombre le queda la sensación de no haber crecido tanto; de no haber ido a ninguna parte. “El nombre de las horas perdidas” es un poemario necesario de leer, en el que poderse identificar en muchos momentos, porque el poeta habla en nombre de las horas perdidas, es decir, en nombre de ese discurro del pasado que todos llevamos dentro.

 

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