Por Candelaria Sosa
(Estudiante del Instituto San José de Tanti)
Siempre he sido consciente de las maravillas de mi Córdoba natal, de sus encantos, de su historia, de su arte, de los diferentes valles en su geografía diversa que va desde la pampa húmeda, de las sierras hasta la llanura chaqueña en su norte.
Posee una flora y una fauna única en el mundo, incluso sus ríos que son muy atractivos sufrieron las manos creativas del hombre para construir obras hidráulicas elogiadas en las ingenierías y que han formados lagos bellísimos como el San Roque, Los Molinos el de La Viña, entre otros.
Cuántas maravillas se pueden mencionar de Córdoba, la provincia mediterránea por excelencia de Argentina, cuna de grandes escritores, artistas, cantantes; escenarios de grandes episodios que forman parte de la historia grande de la Nación. Pero, ¿qué pone triste a los jóvenes cordobeses, o por lo menos, a algunos? ¿Qué tiene de malo esa Córdoba bondadosa? Esas preguntas me embargaron cuando recorría, como de costumbre, las calles repletas de edificios que brindaban sombras húmedas, eran humedales, pero de cemento, y se me hizo inevitable mirar, no sentir, sentí un vacío indescriptible que da el “no pensar” como un asombro al revés, un malestar distinto.
Una, dos, tres baldosas. Empecé a contar, quería contarlas, cuántas eran las que tapaban cada cuadrado del suelo cordobés. Me parecieron infinitas, aunque no me rendí, seguí contando para mantener la vista fija en un punto que no fuesen mis costados, donde se veían vidrieras, muros, fachadas que mostraban maniquíes de tristeza y abandono, y “orcos” que invadían las veredas.
A mi derecha, pude observar a niños jugando con envoltorios de restos de comida o botellas vacías o media vacías, todas sucias de abandono que habían encontrado en los contenedores que esperan ser llenados de chatarra humana. Eran “orcos” pequeños en la basura, bebés cargados por mujeres jóvenes, madres resignadas, que pretendían vender pulseras o collares de hilo plástico, o de lo que sea, para no morir en la batalla por el sustento; al menos, de una comida al día.
Si dirigía la mirada hacia mi izquierda, me topaba con otro paisaje distinto. Veía asientos públicos repletos. Bancos ocupados por abuelos y abuelas que veían la vida pasar con una pena, en soledad, con la compañía solo de palomas que ya se aclimataron a la falta de colores verdes vivos y comparten con la soledad de aquellos viejos abandonados algunas migas de un pan viejo y duro como las piedras que bajaron de los cerros y no pudieron volver.
Si, no todos los jóvenes ven lo que ven, es cierto, pero aquella Córdoba maravillosa a veces se empaña y obnubila con angustias que se siente y no sabemos de dónde apareció. Y nos preguntamos, y nuestros padres se preguntan, de dónde les salió a estos jóvenes, ese sentimiento. Ese que puede atacarte en momentos así, en donde el paisaje humano grita auxilio por la necesidad de un vaso de agua en verano, o un abrigo en invierno.
Esa Córdoba también está y se torna desesperante, tan desesperante como el asombro que despierta la Córdoba maravillosa.
Me encanto Cande , segui asi escribiendo…
Muy lindo y realista texto , muy maduro de tu parte, tu forma de pensar y poder plasmar ese pensamiento, te felicito, a seguir escribiendo siempre desde el corazón
Muy bueno Cande. Seguí así y será una brillante escritora
Muy bien redactado sobre lo bueno y lo triste que pasa en la ciudad. Seguí así, escribiendo que lo haces excelente.
Todo mi apoyo.
Excelente Candela. Seguí así.