Por Pedro Jorge Solans
Para www.fuentesinformadas.com
En la década de los años 80 del siglo pasado, el escritor, periodista, gestor cultural y ciudadano ilustre del norte cordobés, Gerardo “Tete” López, inspiró al municipio de Villa del Totoral para que realice un homenaje permanente a las grandes personalidades que honraron a la ciudad; en especial, al poeta español Rafael Alberti.
En 1989, durante un Encuentro de Escritores que se llevó a cabo en Villa del Totoral, el municipio anunció que se iba a realizar un emotivo homenaje en vida al poeta español y proyectaba construir un monumento al cumplirse 50 años de la llegada del poeta andaluz y su esposa María Teresa León al pueblo.
Pero un deseo del homenajeado cambió la historia. Al enterarse, Alberti pidió que en su honor se plantara un árbol, y lo dijo en una entrevista que le realizara el diario Clarín en Buenos Aires ese mismo año.
El anhelo del autor del poema “Se equivocó la paloma” fue cumplido, y en la plaza San Martín de Villa del Totoral, la principal de la población, fue plantada una encina, árbol pertenece a la familia de las fagáceas. Al pie del árbol quedaron grabados los versos al pueblo hospitalario en “La arboleda perdida”.
En 1992, Alberti visitó por última vez Totoral junto al cantante argentino Enrique Llopis y Guadalupe Noble y vio su árbol.
En esa oportunidad, el poeta gaditano pidió conocer, saludar y agradecer a Teté López por promover el testimonio en su memoria.
Los poetas españoles Rafael Alberti y María Teresa León escaparon de la dictadura de Francisco Franco y tras permanecer por breve tiempo en varios lugares llegaron a Buenos Aires en la clandestinidad y desprovistos de la documentación necesaria para permanecer en Argentina.
Las dificultades que debían sortear eran demasiadas, y como era una norma en los partidos comunistas (PC) de aquellos años de los países que eran anfitriones de exiliados, fugados o ex patriados, el apoderado del PC argentino, el influyente abogado Rodolfo Aráoz Alfaro, amigo de los amigos de la pareja, puso a disposición su casona familiar, ubicada en la localidad cordobesa, donde las familias “acomodadas económicamente” solían descansar.
Villa del Totoral era en esa época un pueblo pintoresco de buen clima, arboledas extensas y ríos pequeños alimentados por las aguas que aún bajan de las sierras. Está ubicado a orillas del Camino Real lejos de los centros urbanos importantes del país.
Los poetas escapados de Franco se instalaron en marzo de 1940 y vivieron en Totoral en forma clandestina, durante casi un año, hasta que Aráoz Alfaro y sus colaboradores les consiguieron la cédula de identificación personal a cada uno y con esa documentación la pareja pudo instalarse en Buenos Aires.
En ese pueblo afable del norte cordobés Alberti llevó una vida activa literariamente. Además, estrechó vínculos con importantes intelectuales y visitó a su comprovinciano, el genial Manuel de Falla, que ya había dejado Villa Carlos Paz y residía en Alta Gracia.
Durante su exilio cordobés, el poeta escribió: “De los álamos y los sauces”, un poema escrito en homenaje a su amigo Antonio Machado, y finalizó su primera obra sudamericana, “Entre el clavel y la espada”, dictó conferencias y participó de tertulias.
Resguardados por sus amigos lugareños viajó a Córdoba donde dictó una conferencia a sala llena en el Teatro Rivera Indarte, —hoy Libertador— que fue anunciada el 19 de mayo en las páginas de los diarios y auspiciada por el Círculo de la Prensa. El presentador de esa ponencia fue Deodoro Roca, un hombre que había sido clave en la rebelión estudiantil de 1918 que logró democratizar la universidad y otorgarle un carácter científico, y fue conocida como la Reforma Universitaria.
Alberti conoció a Roca cuando éste ya era una figura consagrada y ampliamente conocida en todo el país. Al respecto, Graciela Ferrero, profesora en la Facultad de Lenguas de la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina) y estudiosa de la obra del poeta gaditano, lo recordó en una de sus ponencias denominada: “El exilio de Rafael Alberti. La rota vida y el nuevo andar”
“En el «sótano de Deodoro» (lugar mítico de su casa que hacía de biblioteca, estudio jurídico y sala de tertulias), y del que dijo Alberti en su «Epílogo para un hombre»: «Deodoro bajo de aquellos encalados arcos de su admirable biblioteca, con humedades y hálitos, para mí, de recogida bodega jerezana» (1988: 340), se reunieron cuadros del movimiento reformista, como Saúl Taborda, Enrique Barros o Gregorio Bermann, cultores de la honestidad política, como Lisandro de la Torre y Alfredo Palacios, pero también dirigentes latinoamericanos, como el peruano Haya de la Torre, y muchos escritores: León Felipe, Ortega y Gasset, Stefan Zweig, Waldo Frank, Germán Arciniegas entre otros”.
Más adelante, Ferrero explica que “Deodoro Roca pertenecía a una izquierda alejada del verticalismo y la organicidad; desde ese enclave había participado —también sin alinearse— en los posicionamientos antifascistas que habían cundido en la capital cordobesa. Así, Roca actuó como «introductor» de Alberti a la ciudad de Córdoba y a círculos de sociabilidad provenientes del reformismo universitario que, si habían sido anticlericales y antioligárquicos en el 18, se habían convertido en antifascistas durante las décadas del 30 y el 40, y, por lo tanto, especialmente hospitalarios en la recepción de una de las vertientes por las que había decantado el comunismo de Alberti: el antifascismo.”
Alberti se movió como “pez en el agua” con los antifascistas cordobeses amigos de Roca, y se sumó a la militancia y logró tener contactos esporádicos con el partido comunista español.
Cabe señalar que algunos de los nuevos amigos de Alberti fueron los firmantes de un telegrama que enviaron en 1936 al general Cabanillas apenas se conoció el fusilamiento de Federico García Lorca, repudiando enérgicamente el crimen. Entre ellos estuvieron Rodolfo Aráoz Alfaro, César Tiempo, Carlos Mastronardi, Jorge Luis Borges, Eduardo Mallea y Victoria Ocampo.
Ese mismo año, pero el 20 de octubre, Roca organizó a través de la Alianza Intelectual Antifascista, un homenaje a García Lorca: lo llamó «Funeral Cívico».
En el evento que se llevó a cabo en el Teatro Rivera Indarte, y ante la presencia del embajador de la España Republicana, Eugenio Díaz Canedo, intervinieron Raúl González Tuñón, Cayetano Córdova Iturburu y Saúl Taborda.
La casona donde vivió el matrimonio Alberti
La casona donde vivió Rafael Alberti junto a su esposa, María Teresa León, actualmente conocida como Kremlin, fue construida entre 1845 y 1905. Luego, fue adquirida por Gregorio Aráoz Alfaro, padre de Rodolfo y está ubicada en calle Rioja del pueblo, muy cercana al Camino Real que en la época colonial comunicaba el Virreinato del Perú con Córdoba que pertenecía al Virreinato del Tucumán y al Virreinato del Río de la Plata con centro en Buenos Aires. Actualmente es propiedad de los descendientes de la reconocida familia cordobesa de Norberto Agrelo.
Pero volviendo a la época de Alberti, Rodolfo Aráoz Alfaro en su libro El recuerdo y las cárceles. Memorias amables (1967: 69) explica que su casona es de estilo colonial cordobés con gruesas paredes de piedra y adobe, techos de algarrobo y quebracho, y posee anchas galerías y hornacinas.
Además, Aráoz Alfaro señala que su casa se llama «El Kremlin». Es decir, así la llaman mis enemigos de Córdoba. Siempre estuvo llena de aborrecidos izquierdistas o intelectuales que podían haberlo sido o que pasaban por tales. Tristán Maroff, los Alberti —emigrados de la guerra española—, Víctor Delhez, maravilloso artesano flamenco del grabado en madera, Deodoro Roca, Raúl González Tuñón y Amparo Mom, los Jorge —Faustino y Sarita— Mario Bravo, Rodolfo Ghioldi, Toño Salazar y Carmela, su mujer, María Zambrano, Pablo Neruda, Cayetano Córdova Iturburu y su mujer, Carmen de la Serna, León Felipe y hasta parece que estuvo varias veces, en su juventud, el Che Guevara. Ahora llegan chilenos de todas clases y reyes del folklore: Jorge Cafrune, Armando Tejada Gómez y Mercedes Sosa, o astros de la literatura, como Ernesto Sábato.
La casa se transformó en un enclave clandestino donde los que llegaban se dedicaban al trabajo intelectual. Alberti, la inauguró, fue el pionero, trabajó en el libro que luego será Entre el clavel y la espada y en El Trébol Florido, pero, además, conoció al editor español Gonzalo Losada con quien entabló una amistad inquebrantable. Losada fue el editor de varios libros de Alberti, quien también fue su asesor literario, prologuista, traductor, director de colecciones y, por añadidura —esto lo recuerda en La arboleda perdida— Losada le procuró una especie de sueldo mensual como adelanto de los previstos derechos de autor.
Cuando quedó atrás la Villa del Totoral y al enterarse de la muerte de Deodoro Roca, en 1942, Alberti escribió «Elegía a una vida clara y hermosa». El poema está precedido por una breve introducción en prosa: «Sus álamos de Totoral, junto al río siempre verde de hierbabuenas y largas trenzas susurrantes; las cien veces pintadas tierras rosáceas y carmines de su Ongamira veraniego; su huertecillo de duraznos…» («Epílogo para un hombre», 1988: 340).
Por la casona “El Kremlin” pasó también años más tarde que Alberti, el chileno, Pablo Neruda. El Nóbel de Literatura vivió entre 1955 y 1957. Durante su residencia se inspiró y creó varias de sus obras, al menos ocho odas, como: “Oda a las Tormentas de Córdoba”, (entre sus versos nombra a Totoral); “oda al albañil tranquilo” (dedicado a Victorio Zedda, habitante de la Villa); “Oda a la pantera negra” y “Oda a la Mariposa”.
También diseñó el frontispicio actual de la vivienda. El poeta chileno llegó acompañado de su esposa, Matilde Urrutia, y su secretaria personal, Margarita Aguirre, quien terminaría casada con el propio Aráoz Alfaro en presencia del pintor mejicano David Alfaro Siqueiros y del escultor español Joan Miró.
Más allá de estas visitas efímeras, este pueblo también fue elegido por otros ilustres que decidieron dejar sus casonas como huellas de su paso por este lugar.
Quedan aún habitadas unas 25 que forman un circuito histórico-cultural, entre las que se encuentran, la de Deodoro Roca, la del pintor Octavio Pinto, la de Pedro Luis Cabrera, fundador de la ciudad de Córdoba y el propio Kremlin.
Anécdotas
La actual secretaria de Cultura del municipio de Totoral, Viviana Majul, recordó a FI que entre las leyendas que forman parte del legado cultural, está la que asegura que Neruda pasaba mucho tiempo solo en la casa y que eso lo inspiraba a escribir.
En una oportunidad, como se acercaba la fecha de inauguración de la temporada de verano, el poeta -con autorización del dueño de la casa-, le encargó al albañil Vittorio Zedda cambiar la fachada de la casa. Él mismo la diseñó con un gran arco con dos columnas bien altas que hoy funcionan de hall de entrada. El poeta aprovechó la compañía del albañil para observar detenidamente su trabajo e inspirarse.
“De un lado a otro iba con tranquilas manos el albañil moviendo materiales. Y al fin de la semana, las columnas, el arco, hijos de cal, arena, sabiduría y manos, inauguraron la sencilla firmeza y la frescura. ¡Ay, qué lección me dio con su trabajo el albañil tranquilo!”, escribió Neruda en una de sus odas.
A esa primera reforma de la casa, le siguieron varias más que aún se conservan. Tal es el caso de las tres estufas de la casa estilo fogonero y las dos claraboyas en el techo de la habitación que él ocupaba.
“La habitación que ocupaba Neruda está en una parte de la casa que es muy vieja. Allí se refugiaba a escribir y, como tiene techo de madera, hizo hacer dos ventiluces. Apenas sale el sol, la habitación se ilumina por completo”, expresó la funcionaria. Agregó que una de las actuales dueñas, Candelaria Agrelo, suele elegir ese mismo lugar para dormir.
Neruda escribió ocho odas en total durante su paso por Totoral: “Oda a la mariposa”, “Oda a las tormentas de Córdoba”, “Oda al nacimiento de un ciervo”, “Oda al algarrobo muerto”, “Oda al albañil tranquilo”, “Oda a un cine de pueblo”, “Oda a la pantera negra”, “Oda con nostalgias de Chile” y “Oda a un cine de pueblo”. En esta última se inspiró en las noches que pasaba junto a Matilde en el cine independiente que funcionaba en el patio de una casona que pertenecía a Deodoro Roca.
Aráoz Alfaro era un gran anfitrión y siempre convocaba tertulias prolongadas donde la política, el arte y la religión eran temas de conversación ferviente. Por esto, y por la presencia de invitados con cierta inclinación política, a la casa la llamaban El Kremlin. Justo enfrente vivían los Rusiñol Frías, una familia ultracatólica y más bien conservadora, explica Majul.
“Eran exactamente lo contrario. En el Kremlin vacacionaban artistas e intelectuales sumamente agnósticos. Y, por el frente, pasaban de visita curas, cardenales, sacerdotes y obispos”, detalló. A esa otra casa, la llamaron el Vaticano.
Norberto Agrelo, otro de los dueños, era también dirigente político y llegó a ser presidente del Comité Nacional de la Unión de Centro Democrático. Gran admirador de Pablo Neruda, Rafael Alberti y Jorge Luis Borges, también tuvo a la escritura como una de sus pasiones. La propia María Kodama, ex esposa del escritor, visitó El Kremlin hace algunos años”.
Hoy la casa está en manos de sus cinco hijos -Rodrigo, Norberto, Candelaria, Consuelo y Milagros- quienes no solo la disfrutan junto a sus hijos y nietos, sino que la ponen a disposición para los curiosos que quieran conocerla.
“Hoy El Kremlin no es un museo, pero sí una casa de puertas abiertas. Siempre estamos dispuestos a recibir gente que quiera conocerla. Seríamos muy ingratos si no tratáramos de compartir esta historia con otros”, señaló Candelaria, la vocera de los Agrelo.