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Cuando Gardel fue el padre del Che Guevara

Por Pedro Jorge Solans

I.-
A fines de 1974, dos jóvenes pícaros argentinos que poseían una oratoria capaz de envolver a una multitud ocupaban bancas en el Congreso de la Nación del país sudamericano. Eran diputados del sector del peronismo de izquierda, denominado La Tendencia. Uno de ellos, vivía en la zona norte de la ciudad de Buenos Aires y frecuentaba a las familias de la clase alta de la sociedad porteña de esa época.

Ambos diputados se reunían a beber café y conversar de política, de literatura y de picardías en la confitería La Biela, en pleno barrio de la Recoleta.

En ese tren de conversaciones, una tarde, uno de ellos, el que no vivía en los barrios de la alta sociedad, dijo:

—Che, sabías que el Che Guevara es hijo de Carlos Gardel.

—No seas boludo, quién te puede creer esa pavada. ¿Me tomaste de gil? —le respondió el colega en lengua porteñísima.

—Es verdad, un secreto bien guardado. Tengo los datos precisos de lo que pasó. Aquí en Recoleta, y en toda la zona norte fue un secreto en voz alta que solo vos no te enteraste. Ahora, la historia está olvidada porque pasó el tiempo y a nadie le interesa. Pero, por aquellos años, las mujeres se pasaban hablando del tema.

Decían que después del amor furtivo que tuvo Celia De la Serna con Gardel, y al quedar embarazada se fue con su marido Ernesto Guevara Lynch a vivir al

Litoral donde cultivaron yerba mate en un campo de Misiones al límite con Paraguay.

Terminaron sus respectivas tazas de café en su mesa, y él que escuchaba empezó a cambiar su posición, pasó desde una sonrisa descreída a ponerse serio:

—Yo nunca escuché nada de eso— afirmó— mirá, que mis viejos eran vecinos de los Guevara Lynch.

El otro seguía tirando datos y coincidencias que argumentaban su versión sobre el parentesco entre Carlos Gardel y Ernesto Che Guevara.

Después de un silencio, que a menudo era de reflexión, él que trajo la historia del supuesto vínculo entre el cantor y el mítico guerrillero, dijo suelto de cuerpo:

—Esta noche se va a poner linda para cenar bien, descorchar un buen vino y ser bien atendido. Pero no tengo un mango.

—A mí también me gustaría —respondió quien se mantuvo más tiempo en silencio.

—¿Qué hacemos? ¿No tenés a nadie que nos invite? ¿Algún restaurante que nos fíe, después de todo somos diputados, peronistas y de izquierda?

— ¡Ah! ¿Qué hora es? Esperame, voy a llamar a la casa de los Risso Patrón, son los dueños de la Algodonera Argentina. El viejo es progresista y banca a los muchachos. Le voy a decir que necesitamos contarle un tema que él debe saberlo. A ver si pica y nos invita a comer. Ahí tenemos asegurado buen vino.

—¿Pero, che, boludo, qué tema le vamos a contar?

—Lo que contaste vos de Gardel y el Che.

El que había contado la historia se largó a reír, y advirtió:

—Bueno, pero si nos invita, vamos a acomodar mejor el relato para que sea más creíble. Primero andá, llamá desde el teléfono de la confitería porque de un teléfono público no te va atender con los quilombos que hay.

Al rato, regresó el amigo de los Risso Patrón flotándose las manos:

—¡Esta noche tenemos cena de alta calidad! Nos espera a las 21, le anticipé que iba con otro diputado del bloque.

Se dieron la mano y rieron.

—Cómo dijo el general, “para un peronista, no hay nada mejor que otro peronista, ya lo decía el general”, y acompañada de una sonrisa, el contador de la historia, la remató: “Esto solo pasa en Argentina”.

II.-

Con la muerte inesperada de Carlos Gardel se tejieron desopilantes hipótesis y leyendas sobre el trágico accidente ocurrido el 24 de junio de 1935 en el aeropuerto Olaya Herrera de Medellín, Colombia. Algunas versiones aún recorren el mundo.

Hay una que tuvo fuerte asidero, y señala que el accidente se produjo como consecuencia de un tiroteo a bordo del avión. La hipótesis se basaba en un dato concreto: en la autopsia realizada al cuerpo del cantor, los forenses colombianos encontraron una bala alojada en el pulmón izquierdo. Nadie sabía, menos los que practicaron la autopsia, que ese proyectil llevaba casi veinte años dentro del cuerpo de Gardel, quien fue atacado por un hombre que quiso limpiar la honra de su hermano una noche de fiestas.

El episodio ocurrió cuando Gardel y unos amigos se dirigían al lujoso cabaret Armenonville les Ambassadeurs después de haber festejado su cumpleaños en el cercano local Palais de Glacé.

Al llegar a la avenida Alvear y Agüero se produjo una fuerte discusión con unos jóvenes aristocráticos que los venían siguiendo; y Gardel recibió un disparo de arma de fuego efectuado por un tal Roberto Guevara. El proyectil quedó alojado en un costado del pecho, rápidamente fue atendido en el hospital Ramos Mejía, y luego trasladado al hospital Rawson. Lo cierto es que el disparo no revistió gravedad y que el proyectil quedo alojado en su cuerpo y lo acompañó hasta su muerte.

Ernesto Rafael Guevara Lynch era hermano de Roberto Guevara, quien los diputados adjudicaron en la cena en casa de los Risso Patrón el disparo que recibió Carlos Gardel. Además, habían llevado una foto del cantor y una del Che para confirmar los rasgos parecidos.

Risso Patrón había conocido a los Guevara Lynch porque compartían las reuniones de la clase alta argentina de las primeras décadas del siglo veinte. Un pariente de Risso Patrón había trabajado con quien sería luego un bisabuelo del Che, Patricio Julián Lynch y Roo, considerado el hombre más rico de Sudamérica.

Ernesto Rafael conoció a Celia de la Serna en un partido de polo, y ambos empezaron a coincidir y sobre todo compartían ciertas críticas a sus propios entornos familiares hasta que Guevara Lynch dejó sus estudios de arquitectura para casarse con Celia. Cuando supuestamente sucedió lo de Gardel, la pareja quiso darse una nueva oportunidad, un borrón y cuenta nueva y se va a vivir a la selva misionera donde compraron una plantación de yerba mate en el paraje Caraguatay, a unos 200 kilómetros de la ciudad de Posadas sobre el río Paraná.

Celia de la Serna llegó embarazada a Misiones, donde fue asistida por una mujer guaraní el tiempo que estuvo allí. Cerca de la fecha del parto, el matrimonio decidió regresar a Buenos Aires para que su hijo naciera en la

ciudad y Celia tuviera buena asistencia médica. El viaje fue en barco, pero no alcanzaron a llegar. Debieron desembarcar en el puerto de Rosario para que naciera Ernesto Guevara de la Serna quien luego sería el mítico Che.

Cuando Risso Patrón escuchó semejante historia, creía que cambiaba la historia. Pensó, debe ser información de los servicios de inteligencia; pero dudaba, y se preguntaba así mismo, cómo no había salido a luz semejante historia en el marco de la guerra fría. Aunque, también buscaba sus propias respuestas: Podría ser que sumaba positivamente a la imagen del Che ser hijo de un artista tan querido por el pueblo como Carlos Gardel y, por eso, EE.UU. decidió no revelar nada al respecto. Sin embargo, las dudas del anfitrión seguían.

La cena regada de buen vino y whisky ya había sido digerida y los muchachos se fueron llenos de agradecimientos.

III.- La noche del disparo

El dueño de la Algodonera Argentina guardó varios años como un tesoro el secreto sobre la supuesta paternidad del Che Guevara. Durante el verano del 76/77 coincidió en las playas de Punta del Este, Uruguay, con un biógrafo de Gardel, quien le contó aproximadamente lo ocurrido aquella noche del disparo.

El cantor se había hecho amigo del intendente de Avellaneda, el caudillo ultraconservador Alberto Barceló a través Pedro Cernadas, uno de los políticos más cercanos al intendente.

Gardel simpatizaba por el Partido Conservador, y no tardó en actuar en los actos del intendente, quien se lo agradeció con más de un favor. Uno de ellos fue proporcionarle una cédula de identidad de la Provincia de Buenos Aires, donde se documentaba –falsamente– que había nacido en Avellaneda.

Fue en esos actos en los que Barceló hablaba y Gardel cantaba, donde el cantor conoció al matón y pistolero Juan Ruggioero (a) “Ruggierito” y se hicieron amigos porque a los dos les gustaba la noche y solían recorrer juntos las milongas y los prostíbulos de Avellaneda y de la Isla Maciel donde el pistolero pisaba fuerte.

En el Palais de Glace porteño se podía practicar patinaje sobre hielo, y motivó el amorío clandestino de Gardel. Pese a su creciente fama, el cantor no se alejó de Ruggiero y allí el Zorzal criollo conoció a Giovanna Ritana, pareja Juan Garesio, propietario a su vez del cabaret Chantecler. Giovanna era el alma del Chantecler, al punto que Enrique Cadícamo le rindió homenaje en la letra de “Adiós Chantecler”, donde dice: “De entre aquellas rojas cortinas de pana, de tus palcos altos que ahora no están, se asomaba siempre madama Ritana, cubierta de alhajas, bebiendo champán”. Era, también, una mujer independiente para la época. Su relación con Garesio no le impedía tener sus propios negocios, entre ellos un salón de baile que manejaba a su antojo y sin permitir interferencias.

La relación entre Giovanna y Gardel pasó rápidamente de amistad a un romance que, aunque los amantes trataron de mantener oculto, llegó pronto a los oídos de Garesio.

El dueño del Chantecler no era solamente un empresario de la noche, sino también tenía negocios y vinculaciones en el mundo del hampa porteña. La relación de Giovanna con Gardel fue para él una afrenta que decidió vengar con sangre. La tarea la puso en manos de un pistolero en el cual confiaba, un tal Roberto Guevara.

El domingo 10 de diciembre de 1915, Gardel convocó a sus amigos a celebrar su cumpleaños en el Palais de Glace, que por entonces era uno de los lugares preferidos de la juventud porteña para bailar el tango.

Bien entrada la madrugada del domingo, o sea, las primeras horas del lunes 11, El Zorzal dio por terminada la fiesta, se despidió de todos y salió a la calle acompañado por su amigo Elías Alippi. Apenas había caminado unos metros cuando escuchó que alguien le gritaba desde atrás:

—Ya no vas a cantar más “El Moro”. —Casi al mismo tiempo, el balazo disparado por Guevara le entró por la espalda y lo derrumbó.

Alippi y otros testigos lo subieron herido a un auto y lo llevaron sin perder tiempo al Hospital Fernández, donde el médico de guardia comprobó que tenía una bala alojada en el interior del cuerpo y no tenía orificio de salida. Poco después lo llevaron al quirófano, donde el cirujano comprobó que el plomo estaba en el pulmón izquierdo, pero que extraerlo era más peligroso que dejarlo allí.

Gardel pasó varios días internado y luego terminó de recuperarse en su casa. El atentado había fallado, pero estaba seguro de que su vida seguía pendiendo de un hilo: en cualquier momento podían volver a tratar de matarlo. Entonces, le pidió auxilio a su amigo Juan Ruggiero.

—Juan, necesito que me ayudes. Garesio no se va a quedar tranquilo hasta matarme —le dijo Gardel a su amigo. Esa misma noche, Ruggierito fue al Chantecler y habló con Garesio, de quien también era amigo.

—Por favor, déjalo tranquilo a Gardel. Lo que pasó fue, y ya no se puede volver atrás —Te lo pido yo. Al dueño del Chantecler no le quedaron dudas de que Ruggierito hablaba en serio, lo cual significaba que, si volvía a molestar a Gardel los tiros iban a ser para él. A regañadientes, le prometió olvidarse del asunto.

A pesar de la promesa, Juan Ruggiero no quiso dejar ninguna duda y se acercó a la mesa donde estaba Roberto Guevara, acompañado por otro pistolero de apellido De la Serna.

—Si tocan a Gardel, hay guerra —les dijo sin saludar, ni tampoco esperó respuesta. Sabía que no hacía falta.

Risso Patrón quedó con la boca abierta. Siguió guardando el secreto, pero nunca supo si los muchachos de Perón lo engañaron o, si ellos también, fueron engañados.

Para esa época, los jóvenes diputados de la Tendencia Peronista ya habían dejado sus bancas para exiliarse. Uno se dedicó a dar clases de historia política latinoamericana en un Instituto de París, y el otro, de literatura de ciencia ficción en Madrid.

Fuente: https://fuentesinformadas.com

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