Sostener un medio feminista independiente hoy no es un acto de resistencia: es un milagro cotidiano tejido con uñas, códigos éticos y terquedad colectiva. En un planeta sacudido por inflaciones voraces, guerras energéticas y la normalización de discursos que convierten derechos conquistados en «ideología de género», cada palabra publicada, cada investigación que desafía al poder, cada editorial que nombra las violencias estructurales, es un triunfo frágil y monumental.
La crisis económica global opera como una tenaza letal: por un lado, estrangula fuentes de financiación (la publicidad corporativa rara vez apoya contenido que cuestiona el statu quo); por otro, fuerza a lectores exhaustos a elegir entre pagar un newsletter o el pan. Mientras tanto, la ultraderecha —esa hidra de think tanks, algoritmos y parlamentarios con sonrisa de odio— no solo avanza en urnas y calles: envenena el ecosistema mediático. Desprestigia el periodismo crítico como «fake news», criminaliza la lucha feminista como «amenaza a la familia» y promueve leyes que asfixian a medios pequeños bajo burocracias kafkianas. En este contexto, un medio feminista no solo informa: custodia memoria, desmonta mentiras diseñadas para dividirnos y documenta la resistencia en los márgenes.
Pero, ¿cómo sostener un faro cuando el huracán arrecia? La respuesta late en tres claves:
Primero, la comunidad como trinchera. Estos medios han aprendido a sobrevivir no para su audiencia, sino con ella. Suscripciones populares, micromecenazgo creativo (desde talleres de autodefensa digital hasta festivales de poesía subversiva), redes de colaboración transfronterizas. Cada euro donado es un acto político.
Segundo, la ética como escudo. Frente a la intoxicación viral, ellos priorizan rigor sobre clicks. Frente al sensacionalismo, profundidad contextual. Frente al discurso del odio, contra-narrativas basadas en datos y voces silenciadas. Su capital no es el tráfico: es la confianza.
Tercero, la imaginación como horizonte. Han dejado de imitar modelos caducos para inventar lenguajes propios: newsletters íntimos que leen como cartas entre cómplices, podcasts que convierten estadísticas de feminicidios en memoriales sonoros, alianzas con artistas que transforman notas en murales.
El desafío es brutal, sí. Pero en esa brutalidad reside su potencia: son el termómetro de una sociedad que aún no se rinde. Cuando un gobierno recorta derechos reproductivos, ellos encienden focos legales. Cuando un algoritmo borra contenidos LGTBIQ+, archivan pruebas. Cuando el miedo quiere paralizarnos, recuerdan que la solidaridad es una infraestructura. Su existencia prueba que el periodismo feminista e independiente no es un lujo: es el sistema nervioso de la democracia en terapia intensiva.
En este paisaje desolado, medios como LatFem, Volcánicas o Malvestida no son meras plataformas: son arquitectas de contrauniversos narrativos. Ellas documentan lo que el poder quisiera borrar: los mapas del aborto seguro en Argentina, las genealogías feministas centroamericanas, los hilos que tejen la resistencia textil en México. Su labor —financieramente frágil pero éticamente indoblegable— convierte estadísticas en rostros, denuncias en estrategias colectivas y duelos en potencia política. Sostenerlas hoy es un acto de defensa civil. Suscriptores que eligen donar en vez de consumir, colectivas que las protegen de ataques digitales, periodistas que intercambian recursos sin egoísmos: cada gesto las ancla a la vida. Porque si callan LatFem, se apaga un radar continental de luchas de género; si extinguen Volcánicas, se desvanecen los puentes entre el arte y el activismo; si ahogan Malvestida, se pierde una lengua crítica para nombrar la opresión en los cuerpos. Apoyarlas no es caridad: es entender que su supervivencia es la nuestra. En tiempos donde la ultraderecha quiere incendiar la memoria, estos medios son el agua que frena las llamas. Existen. Resisten. Y merecen que convirtamos su existencia en una trinchera común: suscribiendo, difundiendo, protegiendo. Porque cuando un medio feminista independiente respira, el futuro oxigena sus pulmones.