José Pablo Feinmann fue una de las figuras más influyentes y polémicas de la filosofía, la literatura y la cultura argentina del siglo XX y principios del XXI. Su obra, que abarcó desde ensayos filosóficos hasta novelas, guiones cinematográficos y columnas de opinión, se caracterizó por su profundidad intelectual, su compromiso político y su capacidad para llevar el pensamiento crítico a un público amplio. Feinmann no solo fue un académico riguroso, sino también un divulgador que supo conectar la filosofía con los problemas concretos de la sociedad.
Nacido en Buenos Aires en 1943, Feinmann se formó en filosofía en la Universidad de Buenos Aires, donde más tarde también ejerció como profesor. Desde sus primeros años, mostró un interés particular por el pensamiento de filósofos como Hegel, Marx, Sartre y Heidegger, a quienes dedicó gran parte de su obra académica. Sin embargo, Feinmann no se limitó a la teoría; su mayor contribución fue su capacidad para aplicar estas ideas a la realidad argentina y latinoamericana, analizando la historia, la política y la cultura desde una perspectiva filosófica.
Uno de sus libros más emblemáticos, «Filosofía y nación» (1982), es un ejemplo claro de su enfoque. En esta obra, Feinmann explora la relación entre el pensamiento filosófico y la construcción de la identidad nacional, cuestionando cómo las ideas europeas fueron adoptadas y transformadas en el contexto argentino. Este trabajo no solo fue fundamental para entender la filosofía en América Latina, sino que también abrió el camino para una reflexión más profunda sobre la colonialidad del saber y la necesidad de un pensamiento propio.
Pero Feinmann no se quedó en los claustros académicos. Su pluma incisiva y su estilo provocador lo llevaron a incursionar en la literatura y el periodismo, donde logró llevar la filosofía a un público más amplio. Novelas como «Últimos días de la víctima» (1979) y «La crítica de las armas» (1983) no solo son obras literarias de gran calidad, sino también reflexiones profundas sobre la violencia, el poder y la moral en contextos políticos turbulentos. «Últimos días de la víctima», además, fue adaptada al cine, consolidando a Feinmann como un talentoso guionista y demostrando su versatilidad como creador.
En el ámbito del periodismo, Feinmann se destacó por sus columnas en el diario Página/12, donde durante décadas analizó la actualidad política y cultural con una mirada aguda y sin concesiones. Su programa de televisión «Filosofía aquí y ahora», emitido por el canal Encuentro, fue otra de sus grandes contribuciones a la divulgación filosófica. Con un lenguaje accesible y ejemplos concretos, Feinmann logró que conceptos complejos llegaran a un público masivo, democratizando el acceso al pensamiento crítico.
Feinmann también fue un intelectual comprometido con su tiempo. Su obra está marcada por una profunda reflexión sobre los procesos políticos argentinos, desde el peronismo hasta la dictadura militar y la posdictadura. En libros como «La historia desaforada» y «El peronismo y la primacía de la política», analizó con lucidez los vaivenes de la historia argentina, siempre con una mirada crítica y un llamado a la reflexión ética.
Su legado, sin embargo, no está exento de controversias. Feinmann fue un intelectual que no temió polemizar, y sus posturas a menudo generaron debates intensos. Pero incluso en sus momentos más polémicos, su obra fue un llamado a pensar, a cuestionar y a no conformarse con respuestas fáciles.
José Pablo Feinmann falleció en 2021, pero su pensamiento sigue vivo en sus libros, en sus programas y en las discusiones que sus ideas continúan generando. Fue un filósofo que supo llevar la teoría a la práctica, un escritor que transformó la literatura en un espacio de reflexión y un intelectual que nunca dejó de luchar por una sociedad más justa y consciente.
La así-nombrada filosofía de José Pablo Feinmann
Pedro Paraíso
(em. Facultad de Ciencias Sociales, Universidad Libre, Ámsterdam – Los Países Bajos)
Feinmann, José Pablo, Filosofía política del poder mediático, Buenos Aires, Planeta, 2013, 659 pp.
José Pablo Feinmann escribió un estudio con el pretencioso título Filosofía política del poder mediático, que consiste mayormente en una colección de contribuciones a la prensa diversa. La contraportada califica el libro como efectivamente provocador, dando lugar a una gran cantidad de observaciones críticas. Algunos de los muchos asuntos abordan particularmente la naturaleza de la extraordinaria filosofía de Feinmann, su aberrante concepción del ‘poder’, y su tesis de que los medios de comunicación de masas provocan la idiotez de las conciencias de sus usuarios. Todo ello me llevó a la conclusión de que el contenido de su trabajo nos engaña, debido a su razonamiento, el uso de conceptos extraordinarios y la inclusión de hechos falsos. Irónicamente, a nuestro escritor el tiro le sale por la culata.
El refrán que dice ‘sobre gustos no hay disputas’ significa originalmente que hay cierto consenso sobre la apreciación de una cosa, lo que hace que discutirlo no tenga sentido. Sin embargo, en efecto, hay filósofos –especialmente los existencialistas -como entre ellos Jean-Paul Sartre– que creen que sobre el contenido de una obra no se puede disputar, ya que la filosofía de cualquier individuo es una expresión de sus ideas más personales. Aunque quizá esta postura explique que la filosofía tiende a desarrollarse en círculos repetitivos, dejando de lado cualquier acumulación, la convicción excluye categóricamente la posibilidad de que la filosofía sea una ciencia verdadera, en la que la crítica colegial es crucial. Por eso, tomo la libertad de reaccionar.
Feinmann dice que su obra está basada en el núcleo metodológico de la hermenéutica de hechos mediáticos, lo que significa –según la hermenéutica moderna, originada por Hans-Georg Gadamer– una forma de interpretación precisa de un conjunto de hechos delimitados, en la que se aplican reglas muy estrictas para desarrollar alguna perspicacia o verificar una tesis previamente formulada. No obstante, nuestro autor usa arbitrariamente una gran cantidad de ejemplos selectivos no demarcados para ilustrar partes de su tesis, aunque se entiende muy bien que, en general, los ejemplos, al ser meras ilustraciones, en ningún caso pueden hacer plausible ni justificar una tesis. Ejemplos, siendo instrumentos valiosos de la retórica, constituyen igualmente trampas lógicas.
Además, la tesis crucial de Feinmann sostiene que ‘el poder de los medios de comunicación, en el centro de nuestro tiempo globalizado, idiotiza las conciencias’. Se podría esperar que esta tesis se derivara de una opinión más general o de una tesis análoga, de la cual se pueda inferir que estas sirven para subrayar su plausibilidad. Si no es el caso, tenemos más razones para analizarla con mayor detenimiento. El contexto de la proposición en la obra de Feinmann radica en la idea altamente destacable de que ‘la realidad es una construcción interesada del medio que la enuncia’, aunque presentada sin mayores explicaciones. Este contexto consiste en una generalización ontológica sin precedentes sobre la realidad y, por ello, carece de valor. Por muy extenso y legible que sea el libro, no es más que una colección de ensayos periodísticos para disfrutar, y de ninguna manera una obra sólida de filosofía.
Mientras el título de su libro contiene los términos ‘filosofía política’, Feinmann se distancia de sus colegas al emplear un concepto de poder sumamente extravagante y vago. consultadas por Feinmann. Como en dicha disciplina el poder así como su división y reparto son temas cruciales, es importante que el uso del concepto de poder sea unívoco entre colegas. Es habitual que la noción se refiera a la restricción de alternativas en el comportamiento de individuos o grupos bajo la amenaza de violencia, como lo sostuvo con gran claridad Max Weber. Ninguno de estos elementos he encontrado en su libro: ni las restricciones de comportamiento, ni la amenaza de violencia. Ni siquiera Feinmann nos proporciona una delimitación precisa del poder. Por eso, estoy inclinado a pensar que nuestro escritor concibe el fenómeno más bien como una forma débil de influencia. De acuerdo con este concepto, los sujetos aceptan las prescripciones establecidas en función de la autoridad atribuida al emisor, lo que se ajusta mejor a la realidad en la que los individuos eligen libremente su exposición a un tipo de medio. No hay en absoluto una amenaza de violencia. Tampoco existen restricciones de comportamiento. En pocas palabras, Feinmann no hace más que sembrar caos al utilizar su terminología privada. Con esto, me he restringido a un solo término, por más que sea el más importante en la filosofía política. Además, se echa de menos el estudio clásico sobre este asunto, Historia y crítica de la opinión pública de Jürgen Habermas, en la lista de obras.
¿En cuál proceso está basada la influencia mediática? Como he dicho, esto no está obvio. Pensando que hay algunas opciones para llenar el hueco, aquí estoy inclinado primeramente a adoptar el pensamiento de Feinmann, que sale de la idea muy común de que si personas definen una situación como real, la es real en sus consecuencias, como suena el teorema famoso de William Thomás. En general hay dos condiciones imprescindibles – el respeto por alguna autoridad y la comunicación con ésta. En el caso presente cumple sólo la segunda condición y por eso la primera resta. Por lo tanto, la influencia de los medios está dependiendo del grado de la autoridad asignada. Por ejemplo, la propaganda depende de ambos condiciones. No obstante, nuestro autor también ofrece otra opción, que consiste en la idea de la ‘simbolización de realidad’ por las megaempresas mediáticas (p. 622). Si bien que desde una cierta perspectiva se puede admitir que la naturaleza misma de la realidad social constituye en la simbolización por los individuos e las instituciones – lo que corresponde más o menos con la dicha arriba ‘definición de la situación’-, esto no justifica que la idea valga únicamente para las megaempresas mediáticas. De nuevo, la frase de Feinmann parece ser muy arbitraria.
¿En qué proceso se basa la influencia mediática? Como he dicho, esto no es evidente. Considerando que hay algunas opciones para llenar el vacío, aquí estoy inclinado, en primer lugar, a adoptar el pensamiento de Feinmann, que parte de la idea muy común de que, si las personas definen una situación como real, esta se vuelve real en sus consecuencias, tal como plantea el famoso teorema de William Thomas. En general, hay dos condiciones imprescindibles: el respeto por alguna autoridad y la comunicación con esta. En el caso presente, solo se cumple la segunda condición, por lo que la primera queda fuera. Por lo tanto, la influencia de los medios depende del grado de autoridad asignado. Por ejemplo, la propaganda depende de ambas condiciones. No obstante, nuestro autor también ofrece otra opción, que consiste en la idea de la ‘simbolización de la realidad’ por parte de las megaempresas mediáticas (p. 622). Si bien desde cierta perspectiva se puede admitir que la naturaleza misma de la realidad social consiste en la simbolización por parte de los individuos y las instituciones –lo que corresponde, más o menos, con la mencionada ‘definición de la situación’–, esto no justifica que la idea sea válida únicamente para las megaempresas mediáticas. De nuevo, la afirmación de Feinmann parece ser muy arbitraria.
Además, en su libro, nuestro Feinmann confunde los niveles sociales distintos, como el individuo y la colectividad – es decir la asamblea de personas con una cultura comuna, pero sin necesariamente relaciones mutuas. Como filósofos modestos aquí necesitamos pedir la ayuda de las ciencias, que habían demostrado que un efecto directo de una colectividad -como el público de los medios- no puede existir, sino que sí únicamente un efecto condicional sobre desarrollos individuales (Harvey Goldstein). La idea subyacente es que los proceses causales no son capaces de saltar entre niveles, y que por eso tenemos que asumir que existe alguna causa previa en los individuos. Para ser más concreto dando un ejemplo, supongamos que un deseo latente de más cuidar a los niños se presenta entre los padres masculinos (la causa previa), la información relevante de los medios (la condición) estimula la decisión para trabajar menos (el efecto). La epistemología ha hecho posible detectar la ruta precisa de los proceses en los que los niveles sociales distintos son involucrados. Es una lastima grave que Feinmann en su obra ingenuamente suponga la existencia de efectos directos. Por seguro, toda resulta en información falsa.
Además, en su libro, Feinmann confunde distintos niveles sociales, como el individuo y la colectividad, es decir, la asamblea de personas con una cultura común, pero sin necesariamente relaciones mutuas. Como filósofos modestos, aquí necesitamos recurrir a las ciencias, que han demostrado que un efecto directo de una colectividad –como el público de los medios– no puede existir, sino únicamente un efecto condicional sobre desarrollos individuales (Harvey Goldstein). La idea subyacente es que los procesos causales no pueden saltar entre niveles, por lo que debemos asumir que existe alguna causa previa en los individuos. Para ser más concretos, dando un ejemplo: supongamos que un deseo latente de cuidar más a los niños se manifiesta entre los padres masculinos (la causa previa); la información relevante de los medios (la condición) estimula la decisión de trabajar menos (el efecto). La epistemología ha permitido detectar la ruta precisa de los procesos en los que intervienen distintos niveles sociales. Es una lástima que Feinmann, en su obra, suponga ingenuamente la existencia de efectos directos. Sin duda, todo esto da lugar a información errónea.
Es crucial que nuestra critica concierna a la conclusión provocadora de Feinmann que en nuestro tiempo globalizado los medios de comunicación contribuye a la idiotez de las conciencias. ¿En cuáles razonamiento y hechos apoyan esta conclusión de amplia alcance? Por cierto, el concepto de la idiotez, un asunto de psicología, se refiere a un estado de una gravísima debilidad mental. A causa de la exageración, ninguna persona razonable podrá adoptar en serio aquello término de nuestro Feinmann. Además, ¿de cuál idea ésta origina? ¿Consiste en la convicción conservadora y preconcebida, muy presente en toda la historia, de que las novedades técnicas e ideales son amenazantes por definición? ¿Cuáles son los hechos que sostienen la tesis existente y que falsifican la tesis contrastiva que dice que los medios de comunicación atribuyan al desarrollo positivo del público? Nuestro escritor no los ofrecía, aparte de algunos ejemplos arbitrarios de la primera contención.
Es crucial que nuestra crítica se enfoque en la conclusión provocadora de Feinmann, quien sostiene que en nuestro tiempo globalizado, los medios de comunicación contribuyen a la idiotez de las conciencias. ¿En qué razonamientos y hechos se apoya esta conclusión de gran alcance? Por cierto, el concepto de idiotez, un tema de la psicología, se refiere a un estado de grave debilidad mental. A causa de la exageración, ninguna persona razonable podrá tomar en serio dicho término de Feinmann. Además, ¿de qué idea se origina? ¿Consiste en la convicción conservadora y preconcebida, muy presente a lo largo de la historia, de que las novedades técnicas e ideales son, por definición, amenazantes? ¿Cuáles son los hechos que respaldan la tesis existente y refutan la tesis contrastiva, que sostiene que los medios de comunicación contribuyen al desarrollo positivo del público? Nuestro autor no los ofrecía, aparte de algunos ejemplos arbitrarios en favor de la primera afirmación.
Tengo más preguntas, como la sobre la condición mencionada de nuestra época globalizada. Parece que la amplificación de escala del público -hecha posible por el desarrollo de medios electrónicos, como los del Internet- disminuye la inteligencia del público, como sí existiera una cantidad constante del ingenio del publico mediático. Se puede defender, creo con más razón, que los medios electrónicos en nuestra época en efecto contribuyen al desarrollo intelectual de grandes cantidades de personas en todo el mundo.
Tengo más preguntas, como la referente a la condición mencionada de nuestra época globalizada. Parece que la ampliación de escala del público —hecha posible por el desarrollo de medios electrónicos, como los de Internet— disminuye la inteligencia del público, como si existiera una cantidad constante de ingenio en el público mediático. Se puede argumentar, y con mayor razón, que los medios electrónicos en nuestra época contribuyen efectivamente al desarrollo intelectual de grandes cantidades de personas en todo el mundo.
Está evidente que la publicación del libro de Feinmann constituye parte de la información mediática. ¿No es irónico que, ofreciendo una metodología débil, una conceptualización insólita y una tesis muy arbitraria, la materia misma de su obra constituye una ilustración buena de su tesis propia? Para ser honesto, desde la perspectiva filosófica la publicación en sí forma una ilustración del idiotizar las conciencias. Por fin, ¿por qué los medios de comunicación idiotizaría estas consciencias? ¿No atribuyen positivamente estos medios más bien a la concienciación de los individuos?
Es evidente que la publicación del libro de Feinmann forma parte de la información mediática. ¿No es irónico que, al ofrecer una metodología débil, una conceptualización insólita y una tesis muy arbitraria, el contenido mismo de su obra termine siendo una buena ilustración de su propia tesis? Para ser honesto, desde una perspectiva filosófica, la publicación en sí misma constituye una ilustración del proceso de idiotización de las conciencias. Al final, ¿por qué los medios de comunicación idiotizarían estas conciencias? ¿No contribuyen, más bien, a la concienciación de los individuos?
Para mí, es triste que se deba concluir que el libro de Feinmann, aunque presentado en su título como un volumen sobre la filosofía del poder mediático, no trata realmente del poder mediático, ni vale ser nombrado un tratado verdadero de filosofía. Para mí, es lamentable tener que concluir que el libro de Feinmann, aunque presentado en su título como un volumen sobre la filosofía del poder mediático, no trata realmente este tema ni merece ser considerado un verdadero tratado de filosofía.
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