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María Zambrano: tras la palabra perdida

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Por Inés E. Torres
(Ensayista).

«Surge amica mea et vení» («Levántate, amiga mía, y ven»), reza la inscripción en la lápida de María Zambrano en Vélez, Málaga. El epitafio en su tumba, ubicada entre un naranjo y un limonero, en la misma ciudad que la vio nacer, en los albores del siglo xx, en el año1904, es un verso del libro bíblico “El cantar de los cantares” y tal vez, sea la síntesis perfecta del leitmotiv de su vida, aquello que buscó incansablemente en su largo peregrinar por el mundo.

La frase de El cantar de los cantares, el excelso poema bíblico que puede interpretarse como un canto de amor a Dios, sintetiza bellamente su tránsito por la vida y su despedida esperanzada de ella. María Zambrano, que siempre estuvo rondando el misterio divino, lo místico, el encuentro del espíritu con Dios, no podría tener mejor epitafio para su muerte “Levántate, amiga mía, y ven”, una frase que parece contener la esperanza que la vida no termina con la muerte, la esperanza de reencontrarse con la palabra perdida, esa palabra sagrada que toda su vida anduvo buscando.

A partir de su exilio en 1939, a causa de la persecución que sufrió por parte del régimen franquista durante la guerra civil española, se vio obligada a vivir en diferentes países de Europa, América Latina y el Caribe. Su exilio duró 50 años, hasta 1984. Durante ese caminar, no exento de dificultades, que significó el destierro y tal vez a partir de él, fue concibiendo las ideas fundamentales de su obra, que quizás no convenga tildar de ‘intelectual’, porque sería justamente dejar de lado su hallazgo más importante, el de la “razón poética”, a la que arribó luego de una intensa reflexión sobre el carácter teologal de la palabra poética, que consideraba mediadora entre el hombre y lo sagrado.

Siendo ella filósofa, y habiéndose formado en el pensamiento filosófico desde muy joven, realiza sin embargo, una profunda crítica a ésta ciencia. En la introducción al libro “Claros del bosque” se lee: “(…) la razón discursiva de la tradición filosófica conlleva una actitud violenta e impositiva hacia la realidad, al querer subsumirla en el espacio del pensamiento, reduciendo con ello lo real a los esquemas racionales del sujeto”.

Esto es lo que Zambrano intenta mostrar en sus trabajos, en los cuales reflexiona sobre el desarraigo del mundo al que conduce esta postura de la filosofía, que hace del hombre un ser que está ‘frente a las cosas’ y no ‘al lado de ellas’, se produce entonces lo que llama la ‘desrealización’ de la realidad, y al mismo tiempo, una ‘desrealización’ del hombre, ya que según esta autora, éste sólo alcanza el ser en su arraigo al mundo, no estando escindido de él. Tal vez por eso sostiene, que la realidad no puede ser comprendida cabalmente sino se une a la razón, el corazón, metáfora de lo espiritual invisible, que trasciende la materialidad de un cuerpo mortal.

La razón por sí sola, no puede dar cuenta de lo irracional en la misma realidad, de lo ‘otro’, ya que el fondo último de lo real, afirma Zambrano, es siempre irracional y sólo es posible conocerlo por la “intuición”. La forma por excelencia para alojar ese conocimiento, es la metáfora creadora de la razón poética. Dice Zambrano: “La metáfora es una forma de relación que va más allá y es más íntima, más sensorial también, que la establecida por los conceptos y sus respectivas relaciones (…) No se trata, pues, en la metáfora de una identificación, ni de una atribución, sino de otra forma de enlace y unidad. Porque no se trata de una relación ‘lógica’ sino de una relación más aparente y a la vez más profunda”.

La razón poética es un lenguaje que une la razón con el sentimiento, sustituyendo al concepto al momento de dar cuenta de la realidad intuida.

Opina la autora, que la humanidad ha alcanzado múltiples conocimientos científicos y tecnológicos, y esto por medio de su razón, pero parece haberse olvidado de formular las preguntas profundas y fundamentales de la vida. Según Zambrano se vive en una cultura que ha sabido aplicar sus conocimientos para la técnica material, pero no para crear ideas vigentes, ‘convicciones’.

La vida necesita ser recreada permanentemente, transformada en contacto con ciertas verdades. Verdades que no se imponen, que necesitan de la persuasión, porque su esencia no es ser conocidas, sino ser aceptadas, requieren del consentimiento de aquel al que se dirigen y apuntan al hombre integralmente, no sólo a su razón. Verdades que ayuden a la humanidad a no quedar desorientada, perdida, en el laberinto de la existencia, y como el hilo de Ariadna la guíen para encontrar la salida.

María Zambrano recibió un reconocimiento tardío en su país, recién en los años ochenta, ya en su vejez, se le otorgan distinciones, entre las cuales se cuentan: El premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades y el nombramiento de Hija Predilecta por el ayuntamiento de Vélez- Málaga, su ciudad natal en 1981. En 1982, la Universidad de Málaga, la nombra Doctora honoris causa.

Asimismo, en 1985, fue Hija Predilecta de Andalucía y en 1988 se convirtió en la primera mujer en recibir el Premio Cervantes, máximo galardón de la lengua castellana, entre otros premios que se le otorgaron, algunos de ellos póstumos.

La filósofa murió en Madrid, el 6 de febrero de 1991. Como ella misma dice, ‘el hombre y lo divino’, podría ser muy bien el título de toda su obra, la cual es una permanente búsqueda de la esencia sagrada e inasible de lo humano.

El pensamiento de Zambrano está totalmente vigente. Hoy más que nunca la humanidad necesita de esas ‘convicciones’ de las que ella hablaba, necesita preguntarse y entrar en contacto con las verdades fundamentales que dan sentido a la vida. Su pensamiento es el pensamiento iluminador de una mujer que no rehuyó el compromiso con su tiempo y con sus semejantes y que trasciende ese, su tiempo, porque justamente las verdades que ella busca, no prescriben, no son perecederas. Como afirmaba Zambrano, la filosofía es la pregunta y la palabra poética, la respuesta. ”La vida tiene siempre una figura, que se ofrece en una visión, en una intuición, no es un sistema de razones”, a lo que se podría agregar: ‘y esa intuición sólo puede ser contenida por la razón poética’.

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