En 1971, un libro pequeño pero explosivo llegó a las librerías de América Latina: Para leer al Pato Donald, de Ariel Dorfman y Armand Mattelart. Con un análisis mordaz, la obra desnudaba los mensajes ideológicos ocultos en las historietas de Disney, revelando cómo, bajo su apariencia inocente, reproducían estereotipos colonialistas, consumistas y de dominación cultural. Medio siglo después, su reedición en Estados Unidos (2023, con traducción de How to Read Donald Duck) renueva su vigencia en un mundo donde la crítica a los monopolios mediáticos sigue siendo urgente.
Escrito durante el gobierno de Salvador Allende en Chile, el libro no era solo un ensayo académico, sino una herramienta pedagógica para despertar conciencia crítica. Dorfman (intelectual chileno-argentino) y Mattelart (sociólogo belga) examinaron cómo Mickey Mouse, el Tío Rico o Donald Duck transmitían valores como el individualismo, la meritocracia distorsionada y el desprecio por lo «primitivo» (representado en tribus africanas o pueblos no occidentales caricaturizados). Disney, argumentaban, no era entretenimiento neutral: era propaganda del american way of life.
Tras el golpe de Estado de 1973, la junta militar de Pinochet quemó ejemplares del libro y persiguió a sus autores. Dorfman partió al exilio, pero el texto ya se había convertido en un clásico de la teoría de la comunicación, traducido a decenas de idiomas. Su tesis central —que la cultura masiva es un campo de batalla ideológico— influyó en pensadores como Edward Said o Noam Chomsky.
Que Para leer al Pato Donald se publique ahora en inglés, el idioma de Disney, es un giro revelador. Estados Unidos, cuna del imperio cultural que Dorfman cuestionaba, hoy debate su propio colonialismo interno (desde el racismo hasta el extractivismo capitalista que el libro denunciaba). La reedición, con prólogo de Dorfman actualizando su crítica, coincide con un momento de cuestionamiento a los monopolios corporativos (como Disney, dueña de Marvel, Star Wars y gran parte de Hollywood).
Si en los 70 el peligro era el pato Donald como «misionero del imperialismo», hoy son las plataformas digitales las que homogenizan el consumo cultural. Pero el núcleo del libro sigue intacto: urge interrogar quién controla las historias que nos entretienen y qué valores nos inoculan. Dorfman lo resume así: «Disney ya no necesita vender ideología abiertamente; ahora la gente paga por suscribirse a ella».
En tiempos donde Mickey Mouse es un ícono «public domain» y Disney compra franquicias para vaciarlas de contenido político, Para leer al Pato Donald sigue siendo un antídoto necesario. No es nostalgia: es un manual para descifrar las narrativas del poder, disfrazadas de diversión inofensiva.