Nació entre el aroma a campo y el relincho de los caballos. Un 16 de noviembre de 1916 en Lobería, provincia de Buenos Aires, hija de inmigrantes letones que trabajaban la tierra. Pero Ana no era como las demás niñas: mientras otras jugaban con muñecas, ella se escapaba por las noches a dormir en los establos, velando el sueño de sus amados caballos. Esa niña de mirada firme y pelo al viento se convertiría años después en leyenda: «La Amazona de las Américas.»
A los 24 años, cuando muchas jóvenes soñaban con bailes de sociedad, Ana emprendió su primera gran aventura: 1.400 kilómetros desde La Pampa hasta Luján montando a Clavel, su fiel doradillo. Diecinueve días de polvo, sol y libertad que marcaron el comienzo de su destino.
Pero era solo el principio. Con los caballos criollos Zorzal y Ranchero -regalados por el presidente Ortiz- recorrió durante diez meses las catorce provincias argentinas. Cada huella, cada pueblo, confirmaban su vocación: el camino sería su vida.
Todo comenzó con una conferencia del suizo Aimé Tschiffely (el famoso viajero de Mancha y Gato) en Buenos Aires. Cuando Ana le confesó su sueño de llegar a Canadá a caballo, el experimentado aventurero quedó estupefacto: «Si lo logra, superará mi hazaña… especialmente siendo mujer».
Diez años de preparativos. Diez años de puertas que se cerraban y sueños que no claudicaban. Hasta que en 1950, con el apoyo de Eva Perón y varios gobiernos americanos, todo estuvo listo.
La gran travesía (1950-1954)
El 1° de octubre de 1950 partió desde el Congreso Nacional entre vítores, montando a Príncipe y Churrito. Lo que siguió fue una odisea de 25.000 kilómetros que incluyó:
Peligros naturales (ciénegas bolivianas, selvas centroamericanas, desiertos mexicanos), aventuras increíbles (propuesta de matrimonio de un cacique, asalto de bandidos en Guatemala, un intento de violación en Ecuador del que escapó milagrosamente) y la muerte de sus primeros caballos (uno por negligencia ajena, otro atropellado).
El triunfo de la voluntad
El 6 de julio de 1954, tras 3 años, 9 meses y 5 días, Ana desmontó frente a la embajada argentina en Ottawa. Los caballos que la acompañaron en la última etapa —Chiquito y Furia— recibieron ovaciones como héroes.
Su regreso a Argentina en 1954 fue triunfal, pero el tiempo oscurecería su hazaña. Murió el 14 de noviembre de 1985 en Bahía Blanca, lejos de los reflectores, pero su legado perdura:
Ana Beker fue la primera mujer en unir las tres Américas a caballo y se convirtió en un ejemplo de coraje femenino en una época de roles rígidos. Hoy, cuando visitamos el modesto cementerio de Algarrobo donde descansa, el viento parece susurrar aún el galope de sus caballos… porque las verdaderas leyendas nunca mueren, solo se transforman en eternidad.