Hay obras que trascienden su época para convertirse en algo más: en diagnósticos sociales, en rituales colectivos, en lenguajes compartidos. Esperando la carroza —esa tragicomedia escrita por Jacobo Langsner en 1962 y popularizada por la icónica versión cinematográfica de Alejandro Doria en 1985— logró exactamente eso. Cuatro décadas después de su estreno, sigue siendo un fenómeno cultural que refleja con crudeza y humor los claroscuros de la familia argentina.
La historia de la familia Mazzoni —atrapada entre el egoísmo, la mezquindad y el amor que duele— resultó ser mucho más que una sátira: fue un espejo deformante que devolvió a los argentinos una imagen reconocible. Mamá Cora (interpretada magistralmente por Antonio Gasalla en el film) no era solo un personaje; era la abuela, la vecina, la tía solterona que todos tenían. Sus hijos —el arribista, el mediocre, el quejumbroso— encarnaban arquetipos de una clase media que se debatía entre la aspiración y la decadencia.
El éxito de la obra radica en su mirada descarnada pero compasiva: ridiculiza sin piedad, pero lo hace desde un lugar de reconocimiento. Como dijo el propio Langsner: «No escribí sobre argentinos, escribí sobre seres humanos. Lo que pasa es que los argentinos nos reconocemos demasiado en ellos».
-La versión cinematográfica —con un elenco estelar que incluía a Luis Brandoni, Betiana Blum, Julio de Grazia y China Zorrilla— terminó de consagrar el mito. Pero lo extraordinario fue cómo traspasó la pantalla:
– Fraseología cotidiana: «¡La familia es una cosa seria!», «¿Y a mí qué me importa?», «Yo hago ravioles, ella hace ravioles» o «Esto parece un velorio» se incorporaron al repertorio coloquial cotidiano.
– Ritos generacionales: Muchos argentinos han visto la película en reuniones familiares, generando esa incómoda risa nerviosa de quien se siente aludido.
– Vigencia temática: La hipocresía familiar, los conflictos por herencias y el drama de la vejez abandonada siguen tan actuales como en los ’80.
Esperando la carroza es un film en el cual se retratan dinámicas familiares que exceden lo argentino (la avaricia, los roles asignados), pero con una estética y un humor tan típicamente rioplatenses, que nos permite reír de lo que duele: la soledad de los ancianos, las peleas fraternales o las apariencias sociales. La dirección de Doria y las actuaciones —especialmente la de Gasalla— crearon una pieza tan bien construida que no envejece.
Hoy, esta cinta emblemática es estudiada en universidades, citada en debates sociales y replicada en memes. Su diálogo con el presente es constante: cada crisis económica o discusión sobre geriátricos la trae de vuelta. Como toda gran obra, mutó de entretenimiento a documento antropológico.
En un país donde la familia es a la vez refugio y campo de batalla, esta historia sigue esperando su propia carroza: esa que nunca llega porque, como los Mazzoni, los argentinos no podemos dejar de mirarnos en ella.