Por Pablo Carriedo Castro
Doctor en Filología Hispánica, Premio Extraordinario de Licenciatura por la Universidad de León y Especialista Universitario en Materialismo Histórico y Teoría Crítica por la Universidad Complutense de Madrid
-Sus inicios en la poesía estuvieron muy ligados a lo que el profesor Francisco Díaz de Castro ha denominado el activismo poético y a la rebeldía. El lanzamiento de las revistas Tragaluz o Letras del Sur, el interesante «Colectivo 77» de Granada (España) así como la publicación misma de sus primeros libros, coincidieron con un período de profundas transformaciones históricas y sociales. ¿Cómo recuerda desde hoy aquellos años en la década de 1970, los años de la transición y aquella ciudad de Granada? ¿Cómo cree que contribuyó esa atmósfera al posterior nacimiento de una propuesta tan innovadora como La otra sentimentalidad?
Ciertamente aquellos años fueron muy importantes para mi formación y, por supuesto, para Javier Egea e incluso para Luis García Montero. Eran los momentos en los que España resucitaba de un largo letargo y a nuestra generación le tocó dar un paso al frente. Por otra parte, el mundo se transformaba gracias a la revolución juvenil. Nosotros tuvimos la suerte de contar con un maestro excepcional, el profesor Juan Carlos Rodríguez, que nos guió e impidió que nos equivocásemos en nuestros planteamientos. Todo en esos años entró en ebullición: la música, la política, la literatura el arte y nosotros procuramos participar de todo, a pesar de que el régimen franquista todavía no había desaparecido. Sin duda, el germen de la otra sentimentalidad estuvo ahí en esos años de lucha y de ilusión.
-Hay, claro, otros muchos referentes en su poesía, sin embargo parece destacarse muy particularmente la influencia de dos autores decisivos para usted y para su grupo: la de Rafael Alberti y Jaime Gil de Biedma. ¿Qué supuso para ustedes esta conexión tan próxima e íntima ? ¿Qué enseñanzas poéticas y humanas destacaría de su magisterio y su amistad para La otra sentimentalidad?
Bueno, la conexión con (Rafael) Alberti y con Jaime (Gil de Biedma) es más tardía, de los años 80, cuando Javier, Luis y yo estamos trabajando ya en una poética para los nuevos tiempos. La amistad con Rafael supone, por una parte, el contacto íntimo con la gran poesía del siglo XX, y por otra la relación directa con un héroe de la España perdida que nosotros admirábamos. Era un ejemplo vivo con el que podíamos compartir versos y vida. Con Jaime, la relación era algo diferente porque, cronológicamente, estaba más próximo a nosotros, a nuestras circunstancias vitales, era más un compañero, aunque admirado y respetado. Jaime nos enseñó no sólo a escribir sino a “estar” con dignidad y respeto en una sociedad cultural todavía bastante deficiente.
-Muy conectado con las teorías del profesor Juan Carlos Rodríguez que escribirá el prólogo, su libro Las cortezas del fruto de 1980 puede considerarse con todo rigor la primera realización poética de las tesis materialistas de La otra sentimentalidad. Su publicación supuso, no solo una disolución en la “práctica” de las ya agotadas polémicas entre sociales y novísimos, sino también una inquisición de mucho más alcance a las dicotomías burguesas normativas en su más alto nivel: las tradiciones de la Ilustración y el Romanticismo, la división entre lo público (la razón, la economía, el trabajo) y lo privado (los sentimientos, la intimidad y el amor). ¿Qué pretendían intentando deshacer estas fronteras y qué consecuencias literarias tuvo para usted y su grupo la ruptura con estas dialécticas ideológicas?
Bueno, no me gustan las competiciones. Hay quien habla de que la primera manifestación de la otra sentimentalidad fue el «Troppo Mare» de Javier y el artículo que Juan Carlos le dedicó. La verdad es que ese artículo lo escribió Juan Carlos en otoño de 1980 y lo leyó en la Madraza en diciembre. Javier escribió su libro en el tiempo en que estuvo en La Isleta del Moro que creo fue el final del verano del 80. Mi libro aparece en diciembre del 80 y es un libro que vengo escribiendo desde 1975 o 76 y el prólogo, tan famoso luego, que me dedica Juan Carlos se escribió en la primavera del 80, aunque vio la luz en diciembre. O sea que lo importante es que Javier y yo llevábamos años trabajando y los resultados se dieron en las mismas fechas.
Lo que pretendíamos era hacer una poesía que hablara de nuestro tiempo, que emocionara con una sentimentalidad y una emocionalidad propia de nuestro tiempo, de los nuevos valores, distintos a los tradicionales, que se estaban abriendo paso, como la distinta manera de entender el amor, el patriotismo, la familia, la amistad o el trabajo. Era también un empeño personal, un trabajo por hacernos personas, por construir una identidad también acorde con nuestro tiempo.
-En sus textos teóricos y en sus poéticas en el tiempo los poetas de La otra sentimentalidad insisten constantemente en el carácter histórico de los sentimientos, una idea que usted asociaba ya en su manifiesto “De la nueva a la otra sentimentalidad” de 1983 al legado de Antonio Machado y su inolvidable Juan de Mairena. Me atrevo a pedirle que vuelva explicar nuevamente en qué consiste esta propuesta de “fechar” los sentimientos poéticos y recuperar eso que T.S. Eliot llamaba el sentido de historia. ¿Cómo influye en la construcción de sus poemas?
Creo que la época en que nosotros elaboramos los ensayos para consolidar nuestra poética es lo suficientemente significativa de lo que defendíamos en ellos. Estábamos entrando en una nueva era de la historia de España y ya los jóvenes que, de algún modo, habíamos protagonizado la Transición vivíamos unos valores distintos a los de nuestros hermanos mayores: un modo diferente de entender el amor, la sexualidad, de entender el lugar de las mujeres en la sociedad, de entender la política, de entender la familia, de entender la necesidad de un ejército y otras instituciones. Y esto se estaba reflejando en el inconsciente colectivo, en los sentimientos, en las emociones y en el lenguaje. Los poemas lo que hacían era trasladar todo eso al papel, al ritmo de las palabras.
-Contra la espontaneidad y el impresionismo, uno de los rasgos más singulares y característicos de los poetas de La otra sentimentalidad ha sido siempre su cuidado y su atención a la calidad y a la inteligencia de los sentimientos que nos presentan a los lectores. Se advierte un trabajo muy meticuloso con el lenguaje y con las palabras, una detenida combinación de registros coloquiales y hablas cotidianas urbanas contemporáneas con los más altos discursos y referentes de la tradición lírica culta. En este sentido, ¿cuál ha sido su experiencia con el lenguaje? ¿Cómo diría que se relacionan los “poetas otros” con las palabras? ¿Qué consejos podría dar a los jóvenes autores?
Lo más importante en relación con el lenguaje es tener la idea clara de que el lenguaje es un medio, un instrumento. Si se empieza a creer en la inmanencia del lenguaje o en la trascendencia se empieza a perder de vista lo principal: que la poesía es una elaboración, un artificio histórico hecho con lenguaje. A partir de aquí, lo importante es aprender a manejarlo y para eso hay que estudiar y leer toda la poesía que se pueda. Ahora bien, la comprensión de que se trata de un medio y la poesía un artificio nos lleva a no despreciar otras producciones, otros vehículos, otros medios que pueden contener poesía y de hecho lo hacen. No existen géneros menores, como nos enseñan Lorca, Alberti, Gil de Biedma o Vázquez Montalbán, existen productos artísticos bien hechos o mal hechos. En el lugar que menos se espere puede haber un yacimiento poético o literario.
-Desde muy temprano se aprecia en su obra el alto relieve que adquiere el erotismo, un contenido suyo favorito y constante en su escritura y en el que parecen coincidir algunas de sus preocupaciones poéticas más importantes. No obstante, si en los años setenta y ochenta el arte y la poesía eróticos parecían implicar una genuina reivindicación de la libertad individual frente a la moral tradicional, hoy parece suceder el fenómeno contrario. ¿Cómo valora desde sus versos estas transformaciones? ¿Qué espacio queda en su opinión para el erotismo en la sociedad de la tecnología, las redes sociales y las aplicaciones digitales?
Es verdad que cuando uno comienza a escribir lo hace para que lo quieran los demás, para que lo quiera su familia, sus amigos o las personas que son objeto de su deseo. Más tarde se va comprendiendo que la pulsión sexual y su desarrollo posterior, tienen mucho que ver con la construcción de una identidad, de una subjetividad. Y desde esa comprensión y preocupación, se insiste en el tema poética y vitalmente. Por esa razón es por la que el erotismo y la sexualidad, bien entendidos, fueron revolucionarios en los años 70. Pero yo pienso que, bien entendidos, son todavía revolucionarios a día de hoy. Los jóvenes están haciendo una bandera de estas cuestiones a través de la cultura queer, la negación a adscribirse sexualmente, el poliamor, la familia monoparental o la mutiparental, la fluidez en las opciones sexuales, etc. A pesar de que el capitalismo intente manipular todas estas opciones con sus trampas mediáticas en los medios, las redes o los discursos cultos. De todos modos, yo pienso que hasta que no haya libertad sexual completa, el capitalismo seguirá manipulando y condicionando las libidos de los muchachos y muchachas de las nuevas generaciones.
-Se ha hablado mucho de la disolución de La otra sentimentalidad y su posterior integración en el movimiento de la “poesía de la experiencia” y lo cierto es que resulta una conexión muy confusa en muchos sentidos. ¿Cómo se relacionan en su opinión La otra sentimentalidad y la “poesía de la experiencia”? ¿Cuál ha sido la aportación de este movimiento al conjunto de la literatura española contemporánea?
Pienso que la otra sentimentalidad era –y es todavía– una propuesta más rica que la de la experiencia que fue una especie de cajón de sastre en la que cabía todo. Además, el término se empleó mal por parte de gacetilleros que tomaron algunas frases de Gil de Biedma para definir a una serie de poetas españoles que escribían de un modo parecido. Muy poca gente había leído el libro de Langbaum o los ensayos de Gil de Biedma. Nosotros rompimos la baraja frente a los novísimos y eso lo aprovecharon otros que vinieron después o simultáneamente, pero sin arriesgarse. Lo de la experiencia era un membrete, una etiqueta, la otra sentimentalidad implicaba una concepción del mundo también “otra”.
-Aunque se prefigura ya en libros como La condición de personaje de 1992 o en Ahora todavía de 2001, su obra encara ya el siglo XXI dibujando una nueva voz poética: el outsider, el extraño o el “extranjero de sí mismo”, tan característico de sus últimas entregas. Me pregunto si el perfil de ese “outsider” tiene que ver con ese proceso de disolución de La otra sentimentalidad. ¿Cómo llegó a construir esta voz, a qué obedece? ¿Cree que se dibujan hoy en día caminos más individuales en la poesía española reciente?
Bueno, pienso que yo he sido un outsider siempre. De pequeño creía que, cuando los mayores se iban de la habitación en donde yo estaba, desaparecían. Eso me educó en las escenografías y los espacios como escenarios. Nunca me gustó destacar. Cuando fui por primera vez el primero de mi clase, dejé de esforzarme por volverlo a repetir. No sólo por vagancia –que también– sino porque ya no me interesaba. Nunca me ha interesado destacar, y menos cuando me di cuenta del poder que podía implicar eso y lo que se podía dañar a los demás. Preferí estar siempre entre bambalinas, en un segundo término, en vuelo rasante. Si la temática ha aparecido con más fuerza en los últimos años, quizá sea porque forma parte de esa construcción de mi subjetividad o mi leyenda. Ha sido un modo de ser poeta o escritor, una elección consciente.
-Todos los poetas de La otra sentimentalidad de Granada y usted mismo han insistido siempre en la necesidad de conectar la literatura a la vida, el arte a nuestra historia, a la vez advirtiéndonos, sin embargo, que “la poesía es mentira”: un “hermoso artificio”, no exento de riesgos. Para terminar, quisiera preguntarle en qué se parecen y en qué se diferencian, en su opinión, la experiencia de la vida y la experiencia de la poesía. Si la tiene, ¿cuál es la utilidad de la escritura y la lectura de versos en nuestros días?
Para mí la poesía ha sido siempre una especie de terapia. Sin poesía no podría vivir, pero tampoco le doy más importancia de la que tiene: un recurso, una medicina, un consuelo, una satisfacción, un placer. La vida tiene otros muchos componentes parecidos que acompañan a la poesía. Por ser poeta no voy a despreciar un buen partido de fútbol, ni una conversación con amigos, ni una frivolidad. Todo alimenta y todo ayuda frente a los reveses que la vida nos tiene reservados cada día. Para mí son dos realidades paralelas que caminan en mi vida al mismo paso. Ni más ni menos.